Okamoto Kiichi
La radio ha jugado un papel variable en mi vida: tengo un vago recuerdo de radionovelas en mi infancia, y fue un paso adelante en mi preadolescencia hacerme con un pequeño transistor, aunque no sabía exactamente qué escuchar. Luego, me aficioné a algunas radios musicales (pocas, como Onda Jerez, los 40 Principales nunca me gustaron) en un gran radiocasete donde podía grabar canciones en las cintas magnéticas de entonces, comienzos de los años 80 del siglo XX. Posteriormente, me aficioné a Radio 3 y Radio 2 (más tarde conocida como Radio Clásica), aunque limitándome a un número reducido de programas (Caravana de hormigas -eran muy críticos y desparecieron-, Discópolis, Diálogos 3, Cuando los elefantes sueñan con la música, Música de Nadie, Música antigua, El mundo de la fonografía, Los raros...).
Ha sido una gran revolución, y una garantía de la supervivencia de la radio, la escucha en línea; así, en mi ordenador puedo oír, según un sistema de azar ordenado que rige mis escuchas y lecturas, Antena Dois, BBC Radio 3, BR-Klassik, France culture, France musique, Radio clásica, Rai radio 3, Rai radio classica, radios hispanoamericanas, y una lista de reproducción elaborada por mí mismo.
No siendo eso bastante, mi último gran descubrimiento ha sido el mundo de los podcast, a través del sitio Ivoox, a los que recurro desde mi móvil cuando camino, o hago alguna faena doméstica mecánica como barrer, fregar, tender o poner lavadoras. Es la supervivencia de la palabra, abierta a las más diversas temáticas (historia, filosofía, ciencia, astronomía, música, literatura, etc.), que compite en ese contexto con ventaja con los vídeos de Youtube, que también veo (sobre todo cuando friego, y puedo mirar enfrente).
Nada sin embargo, puede sustituir a la lectura vespertina (o matutina en el autobús al trabajo, en la que estoy leyendo todo Chéjov), en sus diversos soportes ya posibles, para la que sí necesito el silencio, sin el que es muy difícil cualquier estremecimiento del alma.