Martin Parr
Se dice que el verano es la época en la que, debido a la forzosa convivencia vacacional, afloran conflictos larvados en la pareja, y provocan que septiembre sea el mes con mayor registro de divorcios del año. Aunque a veces no hay ni que esperar a septiembre; así, un amigo ha tenido que irse solo de vacaciones al extranjero tras una ruptura sentimental de última hora, por lo que no le queda otra que ajustar cuentas consigo mismo, y vivir el mágico extrañamiento de recorrer solo un país culturamente diverso, cosa que no deja de tener su lado positivo. Otro amigo me confesaba que, tras años de matrimonio, estaba pensando en el divorcio, que estaba harto de la situación (para mi sorpresa, pues nunca me había hablado mal de su relación ya de años), y que desde hacía unos meses estaba apuntando todo lo que de malo según él su pareja le hacía, pues a él se le olvidaba, mientras que su mujer le recordaba constantemente cosas malas de él del pasado. Recordé entonces un pasaje de Los demonios de Dostoievski donde un personaje decía con sorna que si la prometida descubría algún asunto turbio de su novio, se le recordaría un año después de casados, y no dejé de sentir curiosidad por el particular cahier de doléances de mi amigo, y por saber si se atrevería alguna vez a utilizarlo.
Había quien decía, creo que Nietzsche, que no hay perdón sin olvido, y, según le escuché a un psiquiatra, las mujeres tienen más difícil eso de olvidar de acuerdo a su estructura cerebral, por lo que viven más prolongadamente situaciones de rencor, sobre todo entre ellas. No sé en qué medida habrá en esto un mecanismo de autoafirmación o de defensa en el seno de una sociedad que las ha tenido mayormente en segundo plano; no creo que sea ajeno a esto la afirmación del propio Dostoievski en la misma obra de que lo que no perdona nunca la mujer es la humillación.
De las intensas sesiones de natación que me pego por las mañanas en este lapso de buen tiempo que vivimos tengo hoy dolores musculares, a los que se suma cierta inquietud, pues hace casi dos semanas que no veo por la playa a Pedro, al señor ochentañero que me invita desde hace dos años a dejar mi ropa junto a sus cosas; le he preguntado a uno de sus amigos y me ha dicho que está enfermo de la garganta, y que no viene. Sin duda, para antiguos enfermos del corazón como él los catarros son un verdadero problema; espero, con todo verlo pronto, pues su vitalidad algo malhumorada son un acicate par mí cuando pienso en mi ignoto futuro.