MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

martes, 31 de mayo de 2011

REVISTA CALICANTO Nº 22

Ha aparecido el mes pasado el nº 22 de la revista de creación literaria Calicanto, editada por el grupo literario Azuer, y dirigida por el poeta Antonio García de Dionisio. El presente número contiene composiciones de 28 poetas españoles e hispanoamericanos, además de uno italiano; cuenta, asimismo, en su sección de narrativa con cuatro relatos, y, finalmente, con una parte final de crítica literaria. La revista está ilustrada con dibujos de Laura García.
Siempre es un placer hojear las páginas de esta sobria y estilizada publicación, que, de la mano de su director, no duda en publicar a poetas noveles de calidad, dándoles la oportunidad de alzar una primera voz. Del variado ramillete de poemas, y, sin poder dejar de ser injusto, citaría un pasaje del del poeta Alfredo Díaz de Cerio, (al que se homenajea en el tercer aniversario de su muerte) llamado "Días contados": "[...] Este paso de la fugacidad tiende a un orden / que todavía no conozco: su anclada melancolía / sobre el cofre dormido de la tierra, / sobre la pequeñez tan leve de las piedras / al borde de la hierba, ese triste verdor / que hace fácil soñar en cualquier sitio / Este camino de ida se adentra en el fondo / de la esfinge del tiempo, no en mi corazón / Mi corazón galopa en silencio... El silencio / traza su muro y cierra el campanario... / Las campanas ya no preguntan por el hombre / que ha muerto... Los muertos no son de nadie... / Al final del poema sabemos con certeza / nuestro modo de amar, diferente y anónimo, / la manera segura de mirar una playa, / y el mar, -alguno lo llama cielo".

La revista puede leerse ya en pdf:



viernes, 27 de mayo de 2011

LA VIDA ESTUDIANTIL EN LA SALAMANCA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII


Al Retablo de la Vida Antigua

Señala Richard L. Kagan que no resultaba caro matricularse en una universidad en los siglos XVI y XVII: "Se exigía el pago de una cuota, pero era tan pequeña -sólo 4 o 5 maravedíes. al año- que estaba al alcance de la mayoría de los que sabían leer y escribir. Sin embargo, los costes aumentaban rápidamente, cuando se trataba de vivir en una ciudad universitaria [...]". Las modalidades de alojamiento en la Salamanca del Quinientos eran diversas: algunos estudiantes -los menos- eran vecinos de la ciudad o tenían familiares o amigos en ella; otros vivían en conventos o colegios como miembros de alguna comunidad religiosa o seglar; otros se encontraban como pupilos bajo el techo y tutela de un graduado universitario, generalmente bachiller; otros moraban en casa alquilada en forma de "república de estudiantes" o "compañía", pagando "pro rata" y atendidos por sus criados o algún ama de gobierno contratada; otros se alojaban en posadas y mesones como camaristas estrictos, o en gobernaciones como camaristas por aposento y servicio (guiso de comida, lavado de ropa, arreglo y limpieza de aposentos, etc.); otros finalmente, alquilaban una casa individual para vivir con sus criados, ayo o ama de gobierno.


El hecho de que el Dr. Sánchez emplee dos veces la palabra pupilus (vv. 29, 39) en su epístola macarrónica autobiográfica (1533), en el sentido arriba expresado para referirse a sus compañeros, y que se presente como huésped de una casa regentada por un bachiller nos da a entender que el joven Sánchez se alojó en un pupilaje, cuyo carácter ha definido certeramente Rodríguez-San Pedro: "Desde 1538 la Universidad de Salamanca se preocupó de regular minuciosamente un tipo de hospedaje de estudiantes con carácter educativo-paternal, en el que a un bachiller se le confía la tutela de un cierto número de estudiantes que viven en su casa, con los cuales realiza funciones de padre y maestro, responsabilizándose de sus estudios, crianza, alimentación, religiosidad, moralidad y costumbres. A través del examen previo del solicitante de pupilaje, ciertos minuciosos estatutos y visitas anuales de supervisión, la Universidad realiza un estricto control de este tipo de hospedaje, y por ello de todas las esferas de la vida de sus ocupantes. Administrar, regir, corregir y gobernar serán las funciones asignadas al pupilero según un modelo del que el propio pupilero debe ser el ejemplo a los ojos de los estudiantes [...]". Señala Rodríguez-San Pedro que el número de los pupilajes existentes en Salamanca se movió siempre en torno a la quincena, y que los pupilos residentes en cada casa, con edades comprendidas entre los 15 y 23 años, no alcanzaba nunca la decena. Era, pues, un tipo de hospedaje minoritario, que, a pesar de las diferentes categorías y precios de los pupilajes, estaba destinado a un grupo social de calidad y asentado económicamente. La familia de Diego Sánchez pertenecía, así, a la minoría que podía permitirse tal gasto, y que comprendía a la nobleza, sobre todo a la gran clase de los hidalgos, a los funcionarios del gobierno, a los militares, a los profesionales liberales, a la pequeña pero rica clase mercantil, y a los miembros más ricos de la clase obrera. El libertinaje y la violencia característicos de la vida estudiantil de antes de mediados del siglo XVII, así como la tutela ceñida del pupilaje y sus privilegiadas condiciones para dedicar tiempo al estudio desentendiéndose de las preocupaciones materiales hacían que muchos padres lo vieran como una inversión óptima. Rodríguez-San Pedro concluye su estudio sobre los pupilajes salmantinos entre 1590 y 1630 indicando que el ambiente general, dentro de un amplio abanico de posibilidades, era sobrio, y que la alimentación, que representaba un alto porcentaje de los costes era la propia de un grupo asentado y privilegiado.

No obstante, dentro del amplio espectro de posibilidades señalado había también lugar para la picaresca y el abuso. En los libros de Visitas de Pupilajes del Archivo Universitario de Salamanca se recogen quejas de pupilos sobre la escasez y mala calidad de la comida, la suciedad de las casas, el agua poca y turbia, la ropa mal lavada y la cicatería de los pupileros con las velas. Por otra parte, los testimonios literarios concuerdan en ofrecer una visión negativa y caricaturesca de la vivencia pupilar: "Don Quijote hablará de la "estrecheza" de los pupilajes. El Guzmán de Alfarache de "la limitada y sutil ración" y de que "todo era tan limitado, tan poco y mal guisado como para estudiantes y en pupilaje". No mencionaremos los ayunos expresionistas del licenciado Cabra, pero sí aquella declaración del dr. Andrés Laguna sobre las numerosas lavativas de caldo de acelgas y mercuriales, aderezado de sal y orines para "los infelices vientres de aquellos pupilos infortunados, que jamás se vieron llenos sino de viandas pestilenciales".

"¡Ojalá loco y mudo me vuelva!" (v. 25: perturber grauiter stupens!) exclama el dr. Sánchez ante la tesitura de tener que recordar los lances de su vida de estudiante en Salamanca. Habla de sufrimientos, hambre y frío como característicos del pupilo (v. 29), así como de los engaños y sisas que debe soportar (v. 30). En medio de constantes disputas, la "sarnosa cuadrilla" y "furtivo linaje" debe apañárselas ratoneando en la despensa (vv. 31-32). Para huir del frío los pupilos deben refugiarse en la cocina en medio de un humo malsano (vv. 33-34), y a la hora de la comida, han de apresurarse para quedar lo más cerca posible del bachiller pupilero, el primero en ser servido, pues a los que quedan más lejos sólo les toca piltrafa y huesos (vv. 42-43). Hambre y suciedad es su compañía hasta la noche (vv. 54-60), en la que son comidos por pulgas, chinches y piojos bajo sábanas sucias y viejas que se rompen a las primeras de cambio (vv. 61-72). Pero el colmo de la desgracia acaece cuando se acaba el escaso dinero; entonces, uno, desengañado, entra en un convento; otro se marcha a Italia para culminar su infortunio; y otro, finalmente, desesperando ante la negativa paterna a socorrerle, se suicida (vv. 73-91). Sánchez considera, por tanto, como un mérito evidente haber podido sobrevivir, incluso físicamente, a tales y tantas penalidades en su camino al doctorado (vv. 92-94).
En una próxima entrada quizás reproduzca este poema traducido por mi.


Cf. L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES, "Pupilajes, gobernaciones y casas de estudiantes en Salamanca (1590-1630)", Studia Historica, I, nº3, 1983

Imagen: Universidad de Salamanca.

martes, 24 de mayo de 2011

MANUAL DEL LEGIONARIO

Debo decir que sigo muy contento con mis clases de latín en el instituto, y mis alumnos parece que también. Otro día hablaré de las virtudes y defectos que le he encontrado al método de Olberg; hoy quiero hacerlo de un libro que he leído recientemente, LEGIONARIO. El manual (no oficial) del soldado romano, del profesor oxoniense Philip Matyszak, publicado en España por Akal. La obra se aleja de las monografías al uso, y adopta una perspectiva sincrónica, pues pretende presentarse como un auténtico manual de uso, un mode d'emploi de un aspirante a legionario romano en el año 100 d.C., bajo el reinado de Trajano, época en la que el Imperio Romano alcanzó su máxima expansión. Así, cuenta cómo alistarse en el ejército romano, los requisitos requeridos, las características, historia y emplazamiento de las legiones existentes en la época, y de las otras unidades militares alternativas a la legión, con sus "pros" y sus "contras"; se describe, asimismo, con precisión el equipo del legionario, su entrenamiento, disciplina, jerarquía, los enemigos a los que tendrá que hacer frente, la vida en el campamento y en campaña, así como el desarrollo de las batallas y nociones de poliorcética; el último capítulo, "después de la batalla" narra los triunfos, y la vida que espera al legionario después del licenciamiento. El libro cuenta, además, con 92 ilustraciones, de las que 31 a color, cuadros recapitulatorios, mapas del Imperio, lecturas recomendadas, e índices. El autor expresa su agradecimiento a especialistas en recreaciones históricas que, sin duda, le han proporcionado detalles de gran verismo que le dan un caracter "práctico" y realista a las descripciones de la vida diaria del legionario, que suelen estar, por otra parte, aderezadas de un humor irónico -que no sé si calificar tópicamente de inglés-, que hacen muy amena la lectura de la obra.
Es difícil encontrar defectos al libro: hay un cierto número de errores en las citas  -citas que en los encabezamientos de los capítulos carecen de autor-, y en los términos latinos (resulta fastidioso encontrarse constantemente con el epígrafe De res militari [sic]), ya presentes en la edición inglesa, como me informa Sandra Ramos, lo que no excusa de ningún modo a los traductores. En fin, poco más que comentar a una obra sumamente atractiva.

viernes, 20 de mayo de 2011

ESTUDIANTES MÉDICOS EN SALAMANCA

Comenté en una entrada anterior, la abundancia de poemas macarrónicos escritos en Salamanca, obra algunos de estudiantes médicos. Estos autores, como Diego Sánchez de Alcaudete y Juan Méndez Nieto, que escriben sus macarroneas en 1533 y en torno a 1552 respectivamente, pertenecen a la tradición de los llamados médicos “chocarreros”, deseosos de entretener y divertir con sus chanzas y alusiones satíricas y veladas a personas y hechos concretos; tradición en la que hay que colocar  a un más lejano sucesor, como es el médico Francisco López de Úbeda con sus “versos heroicos macarrónicos” incluidos en su Libro de entretenimiento de la pícara Justina (1605).

Quien deseara y tuviera posibilidades económicas, hacia el primer tercio del siglo XVI, para graduarse en medicina debía pasar una serie de pruebas y requisitos académicos. Era preciso, en primer lugar, superar una enseñanza secundaria que se llevaba a cabo en el "colegio" o "escuela de gramática", radicada en casi todos los municipios de más de 500 habitantes o en las facultades de gramática ligadas a las universidades. En tales escuelas la asignatura clave era la gramática latina, impartiéndose casi siempre por el texto escrito por Antonio de Nebrija a finales del siglo anterior. Tal formación latina no comenzaba normalmente antes de los ocho o nueve años, o al menos no antes de que el niño dominara los rudimentos básicos de la lectura y la escritura en la lengua materna, y su duración era de cuatro a seis años. La formación clerical, militar o vocacional llevaba, en numerosas ocasiones, a que el estudio del latín se iniciara en la adolescencia e incluso en la edad adulta. Esta larga, difícil y rigurosa educación, como señala Kagan, era obligatoria para los estudiantes que deseaban entrar en la Iglesia y proseguir estudios universitarios en una de las disciplinas superiores de abogacía, medicina, filosofía o teología.



Una vez cumplidos estos estudios de Gramática y Latinidad, el aspirante a iniciar estudios universitarios debía realizar un examen previo acreditativo de haber superado los estudios elementales. Si lo superaba, podía acceder a las Facultades de Cánones, Leyes y Artes, pues para poder cursar Medicina o Teología, se exigía ser antes bachiller en la Facultad de Artes. Para obtener tal grado eran necesarios tres cursos en Súmulas, Lógica Magna y Filosofía en dicha Facultad. En Salamanca se exigía tener probados los cursos de Artes para poder cursar medicina, y tener el grado de bachiller en Artes para poder obtener el grado de bachiller en Medicina, estando terminantemente prohibido simultanear los estudios de Artes y Medicina.


La constitución XVI de Martín V (1422) señalaba que para obtener el grado de bachiller en Medicina en Salamanca era preciso, como ya se ha dicho, ser bachiller en Artes, haber oído Medicina durante cuatro años o la mayor parte de ellos, y haber leído públicamente diez lecciones. El escolar, con dos testigos idóneos, tenía que acreditar ante el Rector sus cursos y lecciones. Hecha la probanza, el grado de bachiller lo confería un doctor o maestro, elegido por el escolar. La recepción del grado de bachiller tenía lugar en el General de la Facultad, después de responder públicamente sobre una determinada cuestión. Este grado era el exigido para curar por el Tribunal del Protomedicato y bastaba para acceder a las cátedras.


La misma Constitución establecía que entre el grado de bachiller y la licenciatura en el Estudio salmantino tenían que mediar cuatro cursos de lectura y en cualquiera de dichos años realizar prácticas de Medicina durante cuatro meses. El bachiller aspirante a licenciado tenía que sustentar además públicamente varios actos, llamados repeticiones, presididos por el padrino. El grado de licenciado significaba tener licencia para hacerse doctor "quando quisiere e por bien tubiere". El grado de doctor era, pues, de pura ceremonia, y suponía gastos muy cuantiosos para el doctorando, que tenía que sufragar un costoso ceremonial, al alcance de muy pocos bolsillos, en el que figuraban banquetes, regalos y corridas de toros.
En una próxima entrada hablaré de la vida estudiantil, vivamente retratada en su poema por el Dr. Sánchez y de su peculiar cursus académico.

Cf. RICHARD L. KAGAN, Universidad y sociedad en la España moderna, Tecnos, 1981
Cf. ANA Mª CARABIAS TORRES, Colegios Mayores, centros de poder: Los colegios mayores de Salamanca durante el siglo XVI, Universidad, Salamanca 1986
Cf. TERESA SANTANDER RODRÍGUEZ, Escolares médicos en Salamanca (siglo XVI), Salamanca 1984

Imagen: placa dedicada a la medicina seruatrix en la Universidad de Salamanca.

martes, 17 de mayo de 2011

TORMENTA

La tormenta se acerca, como ese blanco terror del remoto poema lírico griego. En la lejanía aún parece asumible, abarcable. Se llena el aire de una intensidad peculiar, y un viento desapacible es su heraldo. La tormenta lejana pesa también sobre mi cotidianeidad. A veces pienso que no sé qué sentido tiene esforzarse tanto por mantener en forma esta máquina genéticamente defectuosa que me conforma. La repetición de lo idéntico, esa pesadilla nietzscheniana, es mi futuro administrativo, que pesará sobre mí, siempre más exhausto. Reflexionaba sobre ello hoy, cuando sirvo de "tonto útil" a la Junta en las correcciones de su pruebas diagnósticas de bajísimo nivel de exigencia y criterios de corrección leoninos.
El médico ofrece límites, 5 años para empezar a tener problemas si no haces esto, 15 si no haces lo otro; te dispensa la vida que él, dios muy menor, no está en condiciones de prometer. Y cada vez me importa menos. Las desilusiones en la edad adulta, por otra parte, asumen cierto cariz de inevitable, falsamente estoico, con el que uno no acaba de sentirse cómodo, y echa de menos, como un idiota, las hondas melancolías de su juventud.
 

sábado, 14 de mayo de 2011

ESTUDIANTES EN SALAMANCA

Mi reciente estancia en Salamanca ha estado también jalonada por recuerdos de la poesía macarrónica que fue objeto de mi tesis doctoral. Para empezar, por el propio nombre de la calle donde estaba situado nuestro hotel. Nadie me lo supo confirmar, pero estoy casi seguro de que este Sánchez Barbero es el Francisco Sánchez Barbero (1764-1819), latinista, gramático y poeta, nacido en Moriñigo (Salamanca), de desventurada vida bajo Fernando VII, y autor de la Pepinada, poema macarrónico satírico escrito contra José Bonaparte en el Cádiz de 1812. Un no desdeñable número de las macarroneas que estudié, edité y traduje en mi tesis fueron obra de profesores y estudiantes -de medicina- del Estudio salmantino. Fue, por tanto, un placer para mí poder visitar las dependencias de la universidad, y hacerme una idea de la vida académica que allí se vivía. Visitamos, así, un aula-museo de los Siglos de Oro,

en la que el catedrático exponía, desde esa especie de púlpito que se ve en la imagen, su lección en latín durante aproximadamente una hora y media, sin interrupciones. Los alumnos, que hacían el esfuerzo de memorizar lo más posible, contaban con la ayuda de un "repetidor" que se hallaba a los pies del púlpito, y con el llamado "derecho de poste", por el que el catedrático respondía a las preguntas de los estudiantes apoyado en una columna fuera de clase. Este derecho no tiene nada que ver con el llamado "derecho al pataleo" de curioso origen: durante los meses de noviembre a abril se permitía a los alumnos, en las primeras clases de la mañana, patalear el suelo en los cinco primeros minutos para entrar en calor en sus muy incómodas y rudimentarias bancadas.

También pude visitar la capilla de la Catedral Vieja que servía de Salón de Grados para obtener el título de Licenciado. El examinando se situaba sentado de tal guisa delante de las imágenes de Santa Bárbara,
flanqueado de los doctores ante los que debía defender su tesis, elegida previamente al azar, como en las actuales oposiciones, con "encerrona" incluida. Los compañeros del licenciando lo esperaban en el exterior de la Catedral, para hacerle los honores si aprobaba; o, si por el contrario, suspendía, para buscarlo en la puerta trasera o de servicio, por donde era obligado a salir, donde, entre los burros de carga que allí se amontonaban, recibía de dichos condiscípulos calabazas, un manteo, y era escoltado hasta el río, adonde lo tiraban sin más contemplaciones. Puede entenderse, así pues, el origen de expresiones tan castizas como "salir por la puerta de atrás", "ser un manta", "ser un burro" o "un manta".
En una próxima entrada, hablaré sobre los estudiantes macarrónicos en Salamanca, y su apicarada vida.

martes, 10 de mayo de 2011

ANTIGUA COCHERA DE COMES

El sábado pasado me encontré al paso unos paneles de propaganda electoral que confrontaban el antiguo aspecto de la ciudad con el actual; una de las viejas imágenes en blanco y negro me hizo detenerme: era la antigua cochera de Transportes Comes, donde mi padre trabajó muchos años. En la actualidad, no queda nada de ella. Sus vastos terrenos están ocupados por locales comerciales, dependencias de la Facultad de Medicina, espacios verdes, viviendas y hoteles. Pero en aquel entonces (mediados de los años 70 y comienzos de los 80), el anchuroso solar arenoso situado frente al Hospital Puerta del Mar era lugar de solaz para el niño que yo era. Junto a la entrada que puede verse en la foto, estaba una garita de vigilancia, donde solía estar mi padre. Por ahí entraban y salían esos mastodontes verdosos de la compañía, que se apilaban en dicho "vestíbulo" y en el hangar anexo que se adivina en la misma instantánea. Junto al hangar, había una especie de cochambroso saloncito donde los conductores en espera jugaban interminables partidas de dominó haciendo chasquear las piezas blanquinegras sobre una desvencijada mesa de playa. Enfrente había una gasolinera no menos sórdida, y detrás una especie de gran patio trasero, ocupado en gran parte por un taller de reparaciones.
Sí, pasé allí muchas horas de mi infancia. Recuerdo a mi padre con su camisa gris, y su chapa dorada al cinto, atendiendo a los surtidores de gasolina, o jugando al dominó, cuando mi madre, mi hermano Juan Carlos y yo íbamos a buscarlo al terminar el trabajo para ir a nuestra caseta de la playa Victoria. Recuerdo los papeles amarillos o anaranjados (la memoria diluye sus colores antes de perderse para siempre) que había en la garita, y con los que alimenté sueños de tedio, y la suciedad desmoralizante que lo llenaba todo de manchas oscuras e impenetrables. Pero la nostalgia no entiende de fealdades, y sonríe condescendiente a lo que no merecería la tabla de salvación de la memoria.
Llegado a este punto, no puedo más que lamentar la desaparición de tantos escenarios de mi infancia, asideros perdidos de mi identidad, y ocasión de ensoñaciones frustradas. Esto, igual que la pérdida progresiva de seres queridos, me deja ante la triste evidencia de la soledad que precederá mi inevitable destino.

viernes, 6 de mayo de 2011

PINTURA DEL ALMA

En el local del bar La parra del Veedor, sito en Cádiz, calle Veedor, se ha organizado una muestra de cuadros del pintor y grabador gaditano Javier Molina, que durará hasta finales del presente mes. La selección de cuadros expuestos cubre un período de 19 años en la producción del artista. Molina es un pintor de sentimientos, de intensidad irrenunciable; las aguas de su alma fluyen profundas y tumultuosas, y se transmutan en un azul cargado de ensoñaciones y matices. Este predominio de tonos puede ya verse en la obra más antigua de las expuestas,


"Paseantes" (1992), donde la fugaz realidad humana representada parece diluirse en una cuesta, en la que se superpone, duplicada cual esfuerzo de Sísifo condenado a la nada,  a la tristeza levemente difuminada en el cuadro.
Esta leve presencia de lo humano está ausente por completo en obras posteriores como

"Jueves", perteneciente a una serie consagrada a los días de la semana, en la que el pintor refleja principalmente interiores, privilegiados por el sueño y la recreación poética que se expresa en pinceladas hondas y un sutil cromatismo, que dan a las obras una intensidad inefable, casi dolorosa en esa poesía amalgamada en los espacios cerrados de la predilección del artista. O bien, esa presencia humana es un elemento onírico, como puede verse en

el cuadro "Domingo", en el que constituye una ensoñación casi fantasmal, anecdótica y preterible, que se esfuma sobre el azul de la barra del bar, reflejo del azul intenso del exterior, paisaje del sueño. En la obra más reciente


de las expuestas, "Tarde lluviosa", el pintor saca a pasear su mundo interior afuera, bajo la lluvia, en un evocador y profundo juego cromático, en el que el azul omnipresente, plasmado en meticulosas pinceladas, parece llevar casi al límite las posibilidades poéticas y evocadoras de un alma que se desagua en visajes de pura belleza.

martes, 3 de mayo de 2011

CUADROS PARA UN BLOG

Acabo de terminar un cuadro, de esos que pinto en ratos perdidos; se trata de una copia infiel al acrílico de un óleo de Darío de Regoyos titulado "Pancorbo: el tren que pasa" (1909). Elegí esta obra como contraste con el cuadro de Turner que copié anteriormente. Me gustó de esta pintura su riqueza de colorido, y su encuadre tortuoso que enmarca un entorno idílico y evocador, aunque desolado, donde las dos pequeñas figuras infantiles saludan al azul oscuro del tren, que parece queder fundirse con los tonos azul-verdosos que predominan en el rico cromatismo de la obra, y quedarse ahí para siempre. La copia es más fauve que el original, como dice el hijo de un buen amigo; me he confiado a la panoplia cromática del acrílico y a mi (im)pericia de aficionado.
Como ya dije, el acrílico es una técnica limpia que te permite pintar en casa, sin las servidumbres (ni las grandezas) del óleo.
Me ha ocurrido a veces que cuando alguien se entera de que pinto, me pidan un cuadro en el acto y por las buenas. A nadie se le ocurre, como dice mi amigo el pintor Javier Molina, al conocer a un fontanero pedirle que te arregle el grifo por la cara. Y como el Dinero es la Realidad, como decía Agustín García Calvo, al que me diga esto le pediré 200€, y así seguro que me dejan tranquilo.