"Entre el once y el catorce de marzo de 2004 se precipitaron las cosas [...] Un atentado terrorista, el mayor de Europa, había hecho estallar en Madrid trenes con su contenido, que se contó por cientos de víctimas.
Enseguida, con una rapidez que casi igualó la de la admirable solidaridad ciudadana y la eficacia de los servicios públicos de asistencia, se organizó una ávida maniobra de aprovechamiento electoral en beneficio del grupo de oposición, que en principio se presentaba tres días después a las elecciones como perdedor a causa de los innegables éxitos del Partido Popular en la gestión económica y en una lucha antiterrorista llevada a cabo con una firmeza que no se había visto hasta entonces. Se había intentado una política que se elevaba sobre el hormiguero de clanes para primar consideraciones generales de mayor envergadura y calado. Ésta, que resultaba incompatible con el populismo y la inversión electoral a corto plazo, comportaba, por primera vez, la diferencia de opciones respecto a Alemania y Francia, a quienes debió desde sus principios apoyo y financiación el Partido Socialista, reembolsados con acuerdos económicamente desfavorables y con las que siempre había mostrado España, desde la transición, una actitud ancilar y sumisa, y, por el contrario situaba al país en alianza con otros homólogos europeos y en conjunción explícita con Estados Unidos, tanto en cuanto al enfrentamiento mundial globalizado contra el terrorismo como respecto a la intervención bélica, el derrocamiento de Sadam Hussein y las largas y difíciles reconstrucción y pacificación del país. Éste era el flanco más débil, electoralmente hablando. Sectores civiles muy amplios se oponían, y con motivo, a la implicación en una guerra mal explicada y peor prevista en su desarrollo, consecuencias y finalidades últimas. El tejido de presiones localistas y las crecientes reivindicaciones autonómicas acababan, además, de otorgar un plus de impopularidad al PSOE: su líder en Cataluña se había aliado con el partido independentista (Izquierda Republicana), cuyo portavoz había pactado, en entrevista con ETA, que ésta no asesinaría en aquella región, lo que no despertó precisamente las simpatías del resto, como tampoco lo hicieron las pretensiones de fraccionar el marco constitucional.
Los descubrimientos, en meses anteriores, de comandos del grupo terrorista provistos de grandes cargas de explosivos para provocar atentados que sólo fueron frustrados por la intervención policial apuntaban a su autoría en el 11 de marzo. Contra ETA se dirigieron pues desde las declaraciones del Gobierno hasta el clamor de no pocos ciudadanos, apoyado además por la oportuna coincidencia de la aparición en el País Vasco de panfletos incitando a sabotear los ferrocarriles españoles.
Hubo también sin embargo, desde el principio, algunos rasgos propios del terrorismo islámico: la elección de la fecha, recuerdo del 11 de septiembre, la magnitud de la carnicería. A esto rápidamente -pero una vez que se hubieron producido las primeras declaraciones oficiales y con prontitud que se hubiese dicho calculada para que previamente el Gobierno se involucrase en la tesis de la autoría etarra- se sumaron pruebas de filiación musulmana de los asesinos y reivindicaciones, en prensa y vídeo, de un grupo terrorista de Al Qaeda, que se declaraba autor del atentado y lo explicaba casi en los mismos términos que habían figurado meses antes en los carteles de la oposición contra la política internacional del Presidente, su alianza con el de Estados Unidos y la participación española en la guerra.
La mañana del día once, poco después de la explosión, el representante vasco del nacionalismo independentista y notorio portavoz oficioso de ETA había negado la relación de la banda con la masacre de la estación de Atocha y apuntado, temprana y solitariamente, a la implicación del fundamentalismo musulmán.
En el breve espacio temporal que medió entre la conmoción y secuelas de la matanza masiva del jueves y las votaciones del domingo hubo, por parte de la oposición, un despliegue mediático de agresividad monocolor, una organizadísima técnica de acoso, usura y desprestigio del partido en el Gobierno con el fin exclusivo de canalizar en su contra la tensión, terror, tristeza y desconcierto que la imprevisible magnitud del suceso producía en los ciudadanos. La tesis era, en realidad, idéntica a la expresada por Al Qaeda: el Presidente pagaba, y pagaría, por su apoyo a la política de Estados Unidos y a la intervención en Irak. El pueblo español no podía menos de ver, pues, en él y los suyos los causantes de una inmensa desgracia que, además, amenazaba con repetirse de no cambiar políticas y dirigentes.
En ilustración cristalina del fin justifica los medios, el partido socialista y aliados ocasionales mostraron, en cuestión de horas, las dotes que en otros terrenos -economía, cultura, educación, trabajo- les habían faltado. Su eficacia fue, como siempre había sido, extrema en un aspecto: movilización, coacción, creación de grupos de presión, demagogía oportunista, difusión de consignas, manipulación de comunicaciones y mensajes; recurso, en fin, a métodos históricamente inseparables del fin justifica los medios. La mañana misma de las congregaciones para los minutos de duelo y de silencio la pared frente al instituto de enseñanza secundaria donde se encontraba quien esto escribe mostraba una pintada en la que se leía en grandes letras negras terrorismo=ETA=Al Qaeda=Aznar=cruz gamada. Contra lo que suele ocurrir en otros casos, en los que permanecen semanas o días, este letrero desapareció, púdicamente enjalbegado, nada más ganar el Partido Socialista las elecciones del catorce de marzo. No había sido borrado de cualquier manera ; se trata de todo el lateral de un edificio de una planta que amaneció el lunes repintado a conciencia, pero sólo en los paneles donde había habido ataques e insultos contra el Partido Popular. Los otros graffiti, en colores y grandes dimensiones, estaban intactos. El de marzo de 2004 fue un decorado de despliegue rápido y puntual retirado tan pronto como se cerraron las urnas. La mañana del quince no existía. Una de las primeras cosas que los alumnos vieron al entrar al instituto fue las insignias ZP del nuevo presidente socialista, que lucían en su ropa los conserjes del centro".
cf. Mercedes Rosúa, Las clientelas de la utopía, Unisón, Madrid 2006, pp. 133-136.