MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor JOSÉ MIGUEL DOMÍNGUEZ LEAL

sábado, 18 de octubre de 2014

CINCO AÑOS DE BLOG




Hace cinco años que creé este blog, y me parece esta vez una cifra bastante redonda como para mencionarla. Lo hice en un momento de eclosión de éstos, al menos en un determinado círculo, y he asistido progresivamente a su decadencia, manifestada no tanto en el descenso de visitas (en lo que se demuestra lo ficticio de sus seguidores) como en la práctica desaparición de los comentarios; fenómeno este al que he encontrado explicación tras acceder a Facebook, y ver cómo funciona esta red social. El blog sobrevive, pues, en el dominio de lo especializado, algo no apto para la naturaleza instantánea de Facebook, centrada en lo visual, de lo que es prueba sus limitaciones en la edición de textos, aun mayores que en blogger.
He utilizado y utilizo actualmente el blog como un medio de mantener alerta mi creatividad poética, y mi atención al mundo del arte, aunque es verdad que lo visito menos que antes; estoy encontrando, no obstante, un equilibrio entre la obsesión mesmerizante en que puede convertirse la visita a Facebook y la fidelidad a este medio, siempre más rico en sugerencias e inspiraciones.



Ilustración: Charles Demuth

domingo, 12 de octubre de 2014

VIRULENCIA PARTITOCRÁTICA



La crisis del Ébola en España es una muestra del nefasto funcionamiento para la sociedad del Estado partitocrático, y que cualquier funcionario puede ver reflejado sin sorprenderse en su sector de la administración. Así, igual que se ha pretendido descargar en el cuerpo sanitario la responsabilidad de cuidar de unos enfermos repatriados de esta enfermedad sin contar con los medios ni la formación adecuada, al cuerpo profesoral se le carga con la tarea de hacerse cargo de programas internacionales sin tener medios ni formación adecuada. Se cuenta para ello con los mismos profesionales que imparten la enseñanza ordinaria, a los que se les proporciona ni medios adicionales ni la formación específica precisa en tiempo y espacio; es más, pueden sufrir la reducción cicatera de estos recursos, sin que los altos cargos políticos de la Administración renuncien a los objetivos de prestigio propio que se han propuesto, siempre dispuestos a descargar la responsabilidad de lo que ocurra en los funcionarios que están a pie de obra, con el chantaje mafioso de que "serán entre ustedes que evaluarán los resultados de su trabajo". Por ende, el reconocimiento a estos funcionarios de base no vendrá de la Administración partitocrática, que los trata como meros subalternos de los que desconfía, por haber accedido al Estado por principios de mérito y capacidad. De tal suerte, vemos que se ha descargado la responsabilidad del contagio a la persona infectada, que debía haber recibido una formación de entre 30 y 60 horas en vez de un cursillo de media hora sobre el traje protector -inadecuado por ende para el nivel de riesgo-, recibir una ducha desinfectante y contar con ayuda de otra persona a la hora de quitarse dicho traje, del que tuvo, en cambio, que despojarse ella sola sin ninguna medida profiláctica previa.
Ocurre en ocasiones que en sectores de la Administración que tienen contacto con la población y cierto contenido vocacional, como la sanidad o la enseñanza, el funcionario se acostumbra a estos abusos por cierto sentido de fatalismo, en el que no se sabe muy bien dónde termina el heroismo y empieza el sometimiento voluntario. Pero esta realidad humana no hace sino resaltar la brutal brecha existente entre los grados inferiores de la administración del Estado y los superiores, los cuadros partitocráticos, dotados de un agudo sentido de casta. Así, el Consejero de Sanidad de la Comunidad implicada se permite hacer declaraciones de una repulsiva inhumanidad, que él ya no siente, anestesiado moralmente como está después de décadas de pertenencia a la casta política partitocrática, costra incrustada en el Estado, del que forma parte y monopoliza. La soberbia desmedida de individuos como éste actúa como efecto del autoengaño compensatorio de la conciencia reprimida de pertenecer a una oligarquía parasitaria de la sociedad civil, a la que explota y, en el fondo, desprecia.




Ilustración: Goya, Murió la Verdad, "Los desastres de la guerra". 

sábado, 4 de octubre de 2014

VIDA DE POETA




"Desolación de la Quimera", el último poemario de Luis Cernuda, parece especialmente amargo, un ajuste de cuenta retrospectivo con su vida, sus orígenes, y su arte. En este a modo de último adiós ("Despedida", "A sus paisanos") rescata una galería de artistas y personajes (Verlaine, Rimbaud, Dostoieski, Ticiano, Juan Ramón Jiménez, Ruskin, Luis de Baviera, Galdós, la Quimera) que le sirven para ilustrar sus sentimientos ambivalentes hacia la poesía y los poetas; por un lado, su orgullo de artista ("Luis de Baviera escucha Lohengrin"), y por otro lado, su desengaño hacia la posteridad ("Birds in the night"), contrariamente a lo que había sido la tónica de sus primeros libros, volcados en la esperanza del futuro lector-poeta que redimirá sus propios versos, y hacia el poeta como tipo humano ("Desolación de la Quimera"). El ajuste de cuentas se extiende también a su patria, sólo redimida en el universo galdosiano, para Cernuda crisol de su verdadera esencia, tan alejada de su obscenidad contemporánea.
El recorrido vital de Cernuda, su desengaño lúcido y atrabiliario, quizás no sirva para ilustrar la existencia del poeta: juega en ello mucho el carácter de cada persona. Cernuda no era como Alberti, ni éste como Celaya, o como Cirlot. La muerte es demasiado cosa de uno, quizás lo más personal, y creo que cualquier obra artística desfallece al retratar esta hora postrera; algo tan aparentemente misterioso como la nombradía de los poetas. Cierto es que el mundo literario se rige, como si fuera un ejército, por escalafones: se van subiendo grados, facilitados por amistades o entorpecidos por antipatías a veces arteras de críticos y editores. Afanes tanto más inútiles si uno se encuentra en el limbo de la poesía, donde se puede permanecer indefinidamente lejos del Parnaso, este sí, de los novelistas. A pesar de ello, abundan las envidias y rencillas en esta tropa de ignorados por la cultura popular, festín de la paranoia. Dan ganas, pues, de apartar la vista a un lado, y recrearse, como Luis de Baviera, en el portento insondable del arte ajeno.