"Si Adolfo Hitler está gobernando hoy en Alemania, es porque lleva doce años predicando la guerra. Su triunfo lo debe más que nada a haberse colocado abiertamente contra los pacifistas. "¡Exterminemos a los pacifistas!". Este es su grito de combate. [...] Esta palabra de "pacifista" es el mayor insulto que se puede dirigir en estos días a un ciudadano alemán. Yo quisiera que el que lo dudase pudiese hacer la prueba en una calle de Berlin."
Así se expresaba el periodista y escritor español Manuel Chaves Novales en su gran reportaje sobre la Alemania nazi de 1933 para el periódico Ahora, publicado en 2012 por la editorial Almuzara con el título Bajo el signo de la esvástica (p. 26).
Vivimos en estos últimos tiempos en eso que se llama "Europa" y "Occidente" entre mensajes que pretenden concienciarnos de la ineluctabilidad de una futura guerra en el recosido territorio europeo. Tenemos así al alto represente de la Unión para Asuntos Exteriores y política de Seguridad, o, más popularmente, Jefe de la Diplomacia Europea, sr. Josep Borrell, que afirmó tiempo ha que la UE era un "jardín" (que quizás él pretende cultivar en exclusividad volteriana) y el resto del mundo una "jungla" -una variatio racista sobre el concepto del "Eje del Bien" y el "Eje del mal" de la administración Bush-, para luego señalar que sería necesario acrecentar el gasto militar, en detrimento de otras partidas sociales, en consonancia con esa previsión de un próximo conflicto, como afirma también su jefa directa, la presidenta del Consejo Europeo, sra. Ursula von der Leyen -marcada como él por la sombra de la corrupción, que parece un mérito en los currículums de la oligarquía partidocrática europea-.
Hasta hace poco se nos decía que todo este aumento de gasto militar y sacrificios (pues las sanciones contra Rusia se han demostrado un boomerang, que ha golpeado Europa, quien ha perdido una fuente directa de energía barata -aunque sigue comprando de tapadillo-) era para proteger la "democracia ucraniana" víctima del "expansionismo de Putin". Ha sido, empero, ese mismo Jefe de la Diplomacia, que hace de todo menos diplomacia y que habla en nombre de todos los europeos sin haber sido elegido directamente por ellos, quien ha declarado recientemente que el apoyo a Ucrania responde a los intereses legítimos de la UE y los EE.UU.
Cabría preguntarse, empero, si esos "intereses propios" a los que alude el sr. Borrell son los de la gente que se levanta por la mañana para ganar un salario (del que el gobierno partidocrático se queda con un 50% a través de su Neoinquisición fiscal), que ve que el coste de la cesta de la compra ha subido un 50% desde 2020 (culpa de Putín, claro -será culpa suya también que los impuestos hayan aumentado 69 veces desde 2018-), que debe recurrir a una sanidad que no es ni universal (el 60% de los tipos de cánceres no son cubiertos, ni el dentista, ni el psiquiatra) ni gratuita (si alguien no quiere que un tumor cancerígeno se le extienda sometido a una dilatada lista de espera), y entregar a sus hijos a una enseñanza pública trabada por leyes disparatadas; esa gente que va sumisamente cada cuatro años a refrendar con su voto las listas de corrupción debida de los partidos del Estado, y que sumisamente va masticando junto a la comida las mentirosas consignas que transmiten los Nodotelediarios para que, poco a poco, vayan aceptando una guerra que ni les va ni les viene, al modo de la rana hervida del cuento.
La población española no tiene nada que ver con la alemana de los años treinta, ampliamente deseosa de revancha y de guerra, ni con el actual belicismo nihilista anglonorteamericano al que alude Emmanuel Todd en su libro La défaite de l'Occident (Gallimard, 2024). Todavía se acuerda uno de aquel "No a la guerra" que encendía las calles españolas en 2004, en gran parte cálculo electoral de una "izquierda" que ahora asiente ante el mandato del amigo norteamericano, y a la que apenas se la oye ante los crímenes de guerra que comete sistemáticamente Israel en Gaza.
Ese "No a la guerra" es, sin embargo, más necesario que nunca, como mera lucha por nuestra supervivencia física, y como bandera añadida en la resistencia pacífica (que comienza por no votar) a la oligarquía política al servicios de los intereses de grandes potencias y su complejo militar transnacional.