En la novela homónima de J. C. Onetti el astillero es presentado como un lugar de decadencia, el espejo del pasado y del presente de la obra humana sometida al juicio de Cronos. Tal presentimiento me embargaba en la visita que hicimos al museo Navantia, sito en en la antigua factoría de los astilleros de Matagorda, cerrados en 01977, por la apertura de los nuevos astilleros de Puerto Real, y convertidos en museo no hace muchos años. Tras el recorrido en barco, durante cuya travesía pudimos admirar la obra feneciente del nuevo puente, fuimos recibidos por José María Molina, director del museo, que nos sirvió de inmejorable guía de las instalaciones. Antes de visitar el museo propiamente dicho, visitamos la capilla de la factoría, sita tras la estatua a Antonio López, fundador de los astilleros, y los comedores, y salas de los ingenieros. Esta obra, de comienzos del siglo XX y de estilo ecléctico, contiene curiosidades como una pila coronada de una concha fósil, y unos confesionarios confeccionados por las carpinterías de Matagorda, que aprovisionaban también de éstos, así como de bancos, a las iglesias de Cádiz.
Acto seguido, visitamos otra de las instalaciones remozadas, que contiene el elenco de los barcos construidos en el astillero desde su fundación, donde podían encontrarse navíos como el submarino de Peral y El Elcano.
Retrocediendo al desembarcadero pudimos observar la obra de ingenieria estrella de la factoría, el dique seco construido por Antonio López, que doblaba en calado a los ingleses de la época, y entrar en las dependencias del museo que guarda curiosidades, y elementos de la vida fabril del astillero de enorme interés. El sr. Molina nos comentó que el museo cuenta con más de 5.000 cajas de documentación del astillero de Matagorda, así como de otros astilleros españoles que fueron cerrando sus puertas al paso de la malhadada reconversión industrial iniciada en los años 80 del siglo XX. El director del museo nos fue explicando gracias a las piezas expuestas el trabajo de los ingenieros de una época en que los ordenadores eran un mero proyecto, y el cambio radical en la manera de construir barcos que se produjo a partir de 01942. En la última sala pudimos contemplar una maqueta a escala de las instalaciones, y del antiguo astillero que contaba con más de 20.000 m2, y se comentó el triste destino de la inmensa mayoría de los trabajadores de los astilleros gaditanos, cuya discontinuidad laboral, ha provocado que sean remplazados, en ocasiones, por trabajadores especializados extranjeros.
Un bello recorrido, sin duda, por un pasado que se asoma, mudo y ominoso, a una bahía, cuyo futuro ignoto se diluye en los bellos perfiles de la ciudad volcada al mar.