"Frente a las voluntades de placer y de poder, propias de la visiones freudiana y adleriana, respectivamente, la visión logoterapéutica es distinta. La primera fuerza que motiva la conducta humana es el anhelo por encontrar el sentido de la vida; este deseo es denominado por Frankl voluntad de sentido. La voluntad de sentido no es una racionalización sobrevenida a los impulsos instintivos, sino una fuerza primaria irreductible a éstos, aunque, como todo lo humano, sea susceptible de ser pensada y expresada racionalmente. Esta necesidad de sentido tampoco es una cuestión de fe, sino que es previa a que una persona concrete el sentido de su vida en una fe determinada. [...] Esta voluntad de sentido apunta a algo que le falta al hombre y a lo que necesita llegar.
Esta distancia con el sentido, que se le presenta al hombre como algo por encontrar y realizar, supone que el hombre sea inteligente para conocerlo y libre para realizarlo. "Nuestra autocomprensión nos dice que somos libres". [...] "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre". Ahora bien, la libertad deja al hombre libre frente a la misma libertad y, así como la fe lleva al hombre a autotrascenderse, a conocer más allá de lo que el entendimiento natural es capaz, así el hombre puede también, desde una óptica reduccionista, enmascarar la libertad y negarla.
Gracias a su libertad, el hombre toma postura ante todo. No está movido por la situación, sino que desde él decide, y lo hace frente a todo, incluso frente a Dios. Y lo que decide es su postura de forma vectorial, pues es una postura con un sentido.
El logos, en su acepción de sentido, significado o propósito, es ciertamente algo que el hombre ha de buscar y encontrar en su existencia, pero es algo que hace frente a la existencia. Es decir, el hombre se encuentra con que, en cada circunstancia concreta de su vida, la realización de su para qué, del sentido personal de su vida, requiere una determinada actualización que, de modo ineludible, tiene que llevar a cabo. Esa materialización del sentido de la vida en cada circunstancia concreta es algo que el hombre tiene que descubrir personalmente para poderlo llevar a término. Este sentido lo halla en el mundo –no simplemente dentro de su psique, como si fuera un mundo cerrado– en tres ámbitos distintos: en la realización de una tarea; en la vivencia de algo, como puede ser el amor hacia una persona; por último, en el sufrimiento.
El sufrimiento es una acción positiva que conlleva crecimiento madurativo. Cuando la libertad exterior queda negada, se le abre al hombre la posibilidad de alcanzar el máximo con su libertad interior.
El sufrimiento es una obra humana, es crecimiento, maduración y también enriquecimiento. El sufrimiento pone al hombre ante la verdad; a él lo hace lúcido y a la realidad la presenta, ante el sufriente, diáfanamente: "Lo que se le revela es que el ser humano es, en el fondo y en definitiva, pasión; que la esencia del hombre es ser doliente: homo patiens". Los animales solamente sienten dolor; únicamente el hombre tiene la capacidad de sufrir, de asumir el sufrimiento, de vivirlo activamente en el presente.
El sufrimiento tiene un primer momento de renuncia, pero no se queda ahí, porque no es un fin en sí mismo, sino que es espacio para el sentido. El sufrimiento tiene un momento positivo, consistente en trascenderlo, en ir más allá de él. Y trascendiéndolo, el hombre se autotrasciende, va más allá de sí mismo: "El hecho de ser hombre apunta siempre más allá de uno mismo, y esta trascendencia constituye la esencia de la existencia humana".
El sufrimiento lo es para algo o para alguien. El sentido no se identifica con el sufrimiento, pero éste tampoco es un impedimento para aquél, es más, es a través de él, esto es, trascendiéndolo, como llegamos a la realización del sentido. Este sufrimiento en función del sentido y, por ello, pleno de él es lo que propiamente es el sacrificio para Frankl: "El sufrimiento dotado de sentido apunta siempre más allá de sí mismo. El sufrimiento dotado de sentido remite a una causa por la que padecemos. En suma: el sufrimiento con plenitud de sentido es el sacrificio". El sufrimiento así vivido engloba toda la vida y le da significación hasta el punto de que la misma muerte cobra sentido.
Mientras que el sufrimiento no ha sido transformado en sacrificio, es una interrogación pendiente de una respuesta, por tanto, un sufrimiento pendiente de sentido, es decir, un sufrimiento que puede quedar frustrado como lugar de realización del sentido, o bien un sufrimiento mediante el cual se realice el sentido y que pase a ser sacrificio.
Así pues, el sufrimiento como sacrificio tiene el requisito previo de la renuncia voluntaria a la realización del sentido mediante los valores creativos y vivenciales. Pero el sufrimiento no tiene que ser un fin en sí mismo, como lo es para el masoquista, sino que es un medio para trascender más allá de uno mismo, con independencia de que la necesidad de dicho sufrimiento para el sentido sea inexorablemente sobrevenida o voluntaria. En el caso del autista, el sufrimiento es medio, pero que no trasciende (trans-scande) y lleva al hombre más allá de sí mismo, sino que desciende (de-scande), deshace la subida hacia el otro lado y queda el hombre encerrado centrípetamente en sí mismo".
Cf. A. García Nuño, "Desde la libertad, hacia el sentido. La 'logos-terapia' de Viktor E. Frankl", La Ilustración Liberal, nº43 (2010), pp. 24-46. Realizo una cita extractada, sin reproducir ni las notas ni las llamadas a pie de página a obras de Frankl. El artículo puede consultarse en línea en www.libertaddigital.com.
Obvia decir que me impresionó la lectura de este artículo. Creo que la visión de Frankl se ajusta más a la naturaleza humana que las citadas visiones de Freud y Adler. Quizás esto explique el fracaso recurrente de los que buscan sólo placer y/o poder. Acabo de terminarme Voyage au bout de la nuit de Céline, que me parece un buen ejemplo de estas zozobras. El protagonista, de un cinismo errático y cobarde, busca satisfacer sus instintos justificándose en cierto modo en una visión animalizada o cosificada de sus semejantes, en el marco de una naturaleza y un entorno exuberantes en su descomposición. Así, abundan hasta la obsesión en el libros palabras como vadrouiller "vagabundear", que ilustra el carácter poco comprometido al mismo tiempo que servil y acomodaticio del protagonista, y su confesado desapego hacia sus semejantes -más chirriante aún en un médico, que no duda en abandonar a un paciente, o en hacerse cómplice por omisión de un crimen, actitudes siempre justificadas como obra de la debilidad o de la fatalidad-; y otras palabras como suinter "supurar" y dégouliner "chorrear", que adornan su visión brutalmente materialista del mundo que le rodea, que considera al borde de la corrupción, y, por tanto apto para ejercer sobre él su egoísmo sensual. Ni el más mínimo indicio de voluntad de sacrificio. El sufrimiento es algo incómodo, sin sentido en un mundo de larvas, de lo que se huye a toda costa.
Ciertamente, hay en Céline mucho de impostura y pose. En esta pseudobiografía oculta las condecoraciones al valor recibidas en la guerra, o el hecho de que, tan incapaz de amar a los demás como se confiesa, dedicara el libro a una americana a la que siguió a su país para intentar convencerla de que volviera con él. Queda básicamente un reconocible poso de rencor. Rencor que se disfraza de viaje al final de la noche, entendida como fondo de nuestras miserias, y que nace de una renuncia a la búsqueda de sentido, disfrazada de cinismo y de desapego intelectual, adobado de cierta autocompasión.
Imagen: Exposición Rodin en Cádiz