El otoño se ha desatado con furia, renuente y, ciertamente, intempestivo. Se anunció con furia el uno de septiembre, y, pequeño enano rencoroso, ha azotado con invisibles latigazos ventosos el tedioso sesteo semiveraniego en que vivíamos inmersos.
También ha estallado la paz (que habría dicho Gironella) este octubre; cuando me dirijía el jueves pasado al ordenador para informarme de los sucesos, parece que dicho estallido afectó asimismo a las redes, pues me quedé sin connexión desde ese día hasta el martes siguiente, pues la compañía nos estuvo mareando la perdiz con la reparación. Me tuve que conformar, pues, con no poder leer nada en el ordenador, y me vi con cierto tiempo libre adicional para leer papel. Me puse a reflexionar sobre lo limitado que resulta, visto el paso del tiempo, ser un lector o escritor al modo tradicional; ese entrañable acumularse de papeles, y recortes, de tachaduras y carpetas, que acechan, y protestan silenciosamente desde su amarillez, y siempre consiguen apretarte el corazón cuando te dignas, señor caprichoso de tu ociosidad, a echarles un vistazo.
Luego lo de la paz no seguía siendo más que la misma moneda falsa con la que intentan desde hace tiempo comprar nuestro asentimiento, en un puro esprit munichois años 30, a un mentiroso engendro fascista (de izquierdas -por eso abundan en él los tontos útiles, o interesados por miserable cálculo electoral-, pero fascista) que sólo traerá, si se acepta su chantaje, más sangre y dolor en el futuro por su vocación políticamente totalitaria -también anclada en los años 30-, e insaciablemente imperialista respecto a los "territorios históricos" exigidos, como Hitler respecto a los Sudetes. Es curioso comprobar cómo, en los plebiscitos que se organizaban en la época de la Dictadura, Franco era presentado como la garantía de la Paz, una paz ganada tras una guerra civil y un estado de terror y silencio obligatorio para los discordantes. Es lo mismo que se nos promete ahora, si aceptamos mirar para otro lado (aunque en este caso no hay que olvidar que no ha habido ninguna guerra, sino asesinato y extorsión terrorista, pero todo eso forma parte de la manipulación terminológica). Han cambiado los perros, pero los collares de la demagogia siguen igual de lustrosos, aunque el color ideológico sea aparentemente otro. Es de esperar que no acabemos como una digna representación de la fábula del buen pastor y sus ovejas creada por Jorge Santayana.
Por otra parte, para este fin de semana se anuncia el fastidioso cambio de hora, que te hace recordar, más que cualquier otra rutina del pasado, lo artificioso de la medida tiempo que nos organizan para vivir.