El demonio surge como Narciso transculturalizado y ante litteram. El ángel dilecto se acercó demasiado al objeto de su adoración, y quiso verse reflejado en él, rasgo esencial del amor homosexual tal como fue ilustrado en el Banquete platónico. Su prístino pecado fue luego travestido de soberbia. Ese amor nefando por Dios que lo volvió demasiado humano, lo asimiló finalmente a lo bestial, y tomó prestado rasgos en la imaginería occidental a los huidizos sátiros, faunos y panes que poblaban los tórridos bosques de la mítica cartografía. Tan recargado y tan vacuo en su falso poder arrendado. En el infierno dantesco, realquilado en pesadilla a los inferni clásicos, Lucifer y su reata de títulos encontraron una segunda residencia donde colgar su espantapájaros, mientras se paseaba por el mundo hecho un Tiresias vocacional, hombre y mujer, mujer y hombre, trasunto de Eva, y Pandora sin esperanza.
Imagen: Carlos González Ximénez.