MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 25 de noviembre de 2016

LLUVIA




Hay quien considera que la lluvia crea un estado de ánimo particular en quien la contempla y la oye, como si facilitara la agudeza de la percepción y la clarividencia. Ciertamente, puede acuciar la alarma en quien vive bajo un techo susceptible de goteras, como ocurrió en casa de mi padre, antes de mudarnos, o, sin ir más lejos, ser metáfora de destrucción como en el cuadro de Max Ernst, "Europa después de la lluvia".
Tal vez mi percepción de la lluvia se asemeje a esta imagen desde los tiempos de mi niñez cuando observaba la preocupación en mi casa ante los chaparrones: la lluvia como agente disolvente universal, la lluvia azote de las soberbias y las alegrías que nacen al sol, y como purgante sinuoso de la obra civilizadora.
La lluvia promete misterios quizás obsequiosos, un encogerse del corazón que quedará sin frutos, y un parto fallido de las nubes cargadas de nuestra memoria.


Imagen: Martin Munkácsi, via Weimar art blog.




viernes, 18 de noviembre de 2016

TRIPALIUM





Sabido es que el español trabajo y el francés travail derivan del latino tripalium, conocido instrumento de tortura. Esta cruda etimología, y peculiar vida de las palabras ilustra la concepción judeo-cristiana de la maldición genésica de la expulsión del paraíso. Ganar su pan con el sudor de la frente es una maldición y una tortura, sólo salvada posteriormente por la ética protestante del trabajo y la acumulación de riquezas como signo de gracia divina explicada por Max Weber.
De tal suerte, los primeros visitantes del Nuevo Mundo, que creían sinceramente que aquellas nuevas tierras estaban cercanas al Jardín del Edén, se admiraban en afirmar que esos terruños eran tan feraces que sus habitantes estaban eximidos del fastidio de trabajar. Así, esa imagen del paraíso de brazos caídos ha sobrevivido en el imaginario colectivo en la pedestre figura de las vacaciones anuales, y su indefinido anhelo.
En las antiguas sociedades estamentales el trabajo manual era considerado propio de las clases inferiores, y nobles y clero debían abstenerse de él como degradante. En la actualidad, puede verse ese desprecio al trabajo ajeno en otras realidades más difusas pero no menos injustas. El viejo señoritismo se ha visto extendido, por ejemplo, gracias a la ideología socialdemócrata de los derechos sin deberes, a la enseñanza. Puede encontrarse, pues, muchos alumnos y familias que desprecian y rechazan -con mayor o menor sutilidad- la figura del profesor y lo que ésta pueda transmitirles. Hecho particularmente grave dado que la supervivencia de una sociedad se basa en la transmisión a las nuevas generaciones del conocimiento y las tradiciones de aquélla. La administración político-educativa ha contribuido en gran medida a esto, relativizando esta transmisión y exponiendo al profesor como don Tancredo de las críticas al Estado exactivo en su incompetencia y pereza, para que éstas no suban hacia la clase política que realmente las merece.
La última manifestación de este desgraciado fenómeno es la corriente de opinión creada en torno a los deberes. Se rechazan éstos en nombre de la conciliación de la vida familiar. Se pasa por alto, empero, que muchos niños tienen llenas sus tardes de actividades extraescolares a las que les apuntan sus padres, y que éstos asumen en numerosos casos como un obligación más, en su debilidad moral, el hacer ellos las tareas de sus hijos, algo inaudito, por ejemplo, para mi generación.
Se trata, en fin, de un paso más en el rechazo social de la escuela, y en la exigencia suicida, de parte de una sociedad desnortada y sin valores, del aprobado sin esfuerzo alentado por la clase política partitocrática, cuyo ideal de ciudadano es el ignorante paniaguado y subvencionado.



Imagen: Cagnaccio di San Pietro, vía Weimar art blog.

viernes, 11 de noviembre de 2016

LECCIONES DE EE.UU.




Este cuadro de 02008 de la pintora británica Dawn Mellor titulado "Hillary" parece premonitorio del destino de la candidata del partido demócrata, así como un reflejo de su espejo de Dorian Gray particular. Frente a otras obras de la artista donde retrata a celebridades, cuyos retratos deforma a posteriori con añadidos grafiteros, en este caso la deformidad del retrato es directa. Los ojos saltones de la político resaltan en su cara hinchada y terrosa de maquillaje, y su desconcierto ante el agua que le sube al cuello resulta acentuado por el gesto de su mano en la nuca.
El triunfo de la candidata del établissement político-económico y de la intelligentsia progresista se daba obligatoriamente por descontado desde la práctica unanimidad del conglomerado mediático frente al zafio aventurero y oportunista Trump. Su fracaso clamoroso ha sido, en cambio, el de lo políticamente correcto como vehículo intelectual de unas élites pseudoizquierdistas cristalizadas en una clase política que, aliada como la derecha con la oligarquía económico-financiera, se ha alejado de la sociedad civil que afirma representar, identificándose por compensación con la defensa de unos valores, los de la socialdemocracia relativista, que no han calado sin duda en el pueblo llano norteamericano. No ha habido, pues, un voto femenino, ni hispano, ni negro, ni musulmán, como complacería al comunitarismo preciado por esas élites que querrían así administar la disolución de un sentimiento nacional en este identitarismo de minorías que aseguraría su poder in aeternum. Y todo eso frente al proclamado machista, racista, e incluso fascista Trump.
Así, en España todos los medios se rasgan las vestiduras con el monstruo Trump. Sus tertulianos, los del credo ut intelligam, dudan del futuro de la democracia norteamericana, mientras rehúsan ver la falta de democracia que existe en nuestro país, una monarquía de partidos en la que no hay separación de poderes ni representación política, secuestrada al modo fascista por los partidos de una oligarquía que nada en la ciénaga de la corrupción incontrolable.



Imagen vía Weimar art blog


viernes, 4 de noviembre de 2016

NUNCA VI "ACORAZADO POTEMKIN"





Hay, ciertamente, consideradas obras maestras que nunca he visto, leído, o escuchado. Circula la idea de que hay obras que deben descubrirse en la juventud para que ejerzan en uno una influencia indeleble y adecuada, como si la madurez o la vejez, incluso, no fueran períodos en los que incluso se podría apreciar en su más justa medida el valor de estas creaciones del espíritu. Se suele hablar, también, de las obras que sólo merecen ser leídas en la juventud. Todo esto me parece entrar dentro la creencia más general de que la obra artística puede cambiar radicalmente la vida de una persona, y que hay momentos precisos para subirse a tales trenes.
Sin duda la experiencia estética es un elemento fundamental en la formación de nuestra personalidad, pero dudo de que se le pueda considerar el esencial y determinante, y pienso que es, en gran medida, nuestro bagaje vital el que determina nuestra percepción de la obra artística, incluso en épocas diversas de nuestra vida. Así, cuando se revisita una novela o un poemario, uno choca con un enjambre de recuerdos y sentimientos surgidos de y durante la lectura de dicha obra, y a veces el desengaño de la relectura proviene, en gran medida, de la toma de conciencia de lo irrepetible de cada experiencia.







Ilustración: Alexander Rodchenko, vía Weimar art blog