Hay quien considera que la lluvia crea un estado de ánimo particular en quien la contempla y la oye, como si facilitara la agudeza de la percepción y la clarividencia. Ciertamente, puede acuciar la alarma en quien vive bajo un techo susceptible de goteras, como ocurrió en casa de mi padre, antes de mudarnos, o, sin ir más lejos, ser metáfora de destrucción como en el cuadro de Max Ernst, "Europa después de la lluvia".
Tal vez mi percepción de la lluvia se asemeje a esta imagen desde los tiempos de mi niñez cuando observaba la preocupación en mi casa ante los chaparrones: la lluvia como agente disolvente universal, la lluvia azote de las soberbias y las alegrías que nacen al sol, y como purgante sinuoso de la obra civilizadora.
La lluvia promete misterios quizás obsequiosos, un encogerse del corazón que quedará sin frutos, y un parto fallido de las nubes cargadas de nuestra memoria.
Imagen: Martin Munkácsi, via Weimar art blog.
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