La piedra se prolonga en ademán de dragón fosilizado sobre el Mediterráneo encantado, deslumbrante y uniforme en el ensueño gracias a ese sol unigénito que desborda doquiera a baja altura; la piedra se retuerce y se estría como carne quemada, y sus oquedades se antojan grutas de ninfas, y otras criaturas acuáticas del proteico cortejo de Neptuno. Lo monstruoso y lo azul, lo ignoto, bañado de luz cegadora. Exilio del sueño, del espanto y de la exaltación de aquellos hombres y sus cuéncavas naves que cabotaron por estos parajes. El Mediterráneo es un gran sueño al que el sol no pone fin sino acicate.
viernes, 27 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
CUADROS PARA UN BLOG (III)
He terminado otro cuadro, una copia infiel al acrílico de un cuadro de Monet, La maison du pêcheur (la casa del pescador); me impresionó la luz del cuadro, la complejidad del trazo, y la belleza de la perspectiva. La satisfacción que proporciona la pintura es distinta de la de la poesía; la pintura exige una destreza manual, cromática, un cálculo de distancias, un sopesar alquímico y casi supersticioso de la mezcla de colores, que, en el caso de la pintura acrílica se secan con gran rapidez; la poesía, en cambio, es para mi inseparable de cierto trance anímico, y de la necesidad de un ritmo interior; últimamente estoy grabando mis composiciones, en vez de escribirlas directamente, para huir lo más posible de las servidumbres de la escritura, para que ese ritmo fluya y se construya con más naturalidad en mi opinión.
Es en este sentido pertinente recordar lo que expone Jaeger sobre la concepción del rythmós de los antiguos griegos en su libro Paideia: "Ritmo es aquí lo que impone firmeza y límites al movimiento y al flujo [...] Y la intuición originaria que se halla en el fondo del descubrimiento griego del ritmo, en la danza y en la música, no se refiere a su fluencia, sino, por el contrario, a sus pausas y a la constante limitación del movimiento" (W. Jaeger, op. cit., F.C.E., p. 127).
Montaigne ha aparecido sobre mi mesa de lectura, en una edición de Seuil de 1967, un año, pues, más joven que yo; era una de esas lagunas culturales que me apremiaba llenar. Leí en una consulta médica hace poco una crítica de Pablo Sol en la revista Letras libres a un libro de Jorge Edwards sobre Montaigne, y aquél comentaba cómo son los Ensayos una obra destinada a la madurez del lector, y que es en esta etapa de la vida en la que adquiere pleno sentido. Espero yo también que me sea un sabio compañero. No deja de sentir uno cierta simpatía preventiva hacia este gentilhombre, recluido en su torre y desgranando la sabiduría antigua con el fin de entender mejor el mundo, el espejo de un hombre vuelto hacia sí mismo para conocerse mejor no sólo a sí mismo, sino también a los demás.
viernes, 13 de julio de 2012
NEURASTENIA Y POLÍTICA
Ante la política suelen adoptarse posturas extremas: por un lado, un rechazo irracional de la política y de los políticos materializado en un nihilismo más o menos inoperante, o, por otro, una aceptación igualmente irracional -o interesada- del statu quo; sumisión de tintes hegelianos en el sentido de que todo lo establecido tiene en sí un valor por existir, y que habla de nuestros políticos excusando su corrupción pues ésta existe en otros estamentos sociales (como si no existieran vasos comunicantes, y la inmoralidad pública no afectara a la privada).
Sin embargo, el espectáculo de nuestra partitocracia no puede dejar indiferente a cualquier persona con un espíritu mínimamente crítico, pues vivimos en una pseudodemocracia donde no existe separación de poderes, ni representación. En efecto, los diputados no representan a los ciudadanos, sino al jefe del partido que los pone en la lista electoral convenientemente cerrada y bloqueada, y al que deben obediencia como se manifiesta en la vergonzosa "disciplina de voto", y los partidos son, a su vez, órganos del estado, así consacrados por la Constitución del 78, que viven del Presupuesto, igual que los dos sindicatos mayoritarios, que actúan como órganos parasitarios y auténticas administraciones paralelas incrustadas en las demás. Es sintomática y reveladora en este aspecto la petición que se ha hecho de reducir el número de diputados, que revela una realidad más profunda: estos diputados sobran porque no representan realmente a los ciudadanos de su circunscripción; así, no escucharemos nunca en el congreso al diputado por Cádiz del partido X traer propuestas sobre su circunscripción electoral, que estén en contra, incluso, de las directivas de su partido, y dará igual que sea diputado por Cádiz o por Albacete pues es, básicamente, una máquina de votar, y de hacer caja a su partido, ya que éste recibirá más dinero por cada diputado elegido.
Todo esto constituye una corrupción moral de base consagrada en el llamado Estado de las Autonomías, creado en la malhadada Transición en la que se repartieron el pastel del poder los políticos del franquismo presuntamente finiquitado y los aspirantes de la oposición hasta entonces clandestina con la anuencia del Rey, que se aseguraba así su estátus de travestido sucesor de Franco bajo un sistema en el que la corrupción es, por tanto, estructural, y se reviste a menudo del nombre de "consenso", y que ha servido para crear un vasto sistema clientelar de administraciones duplicadas y triplicadas que supone un despilfarro insostenible. En España existen cuatro veces más políticos por habitante que en cualquier otro país de la UE, pero era necesario colocar a todos los barones políticos y sus prosélitos y para eso la administración central no era suficiente. Sólo tenía sentido restaurar las dos autonomías que ya estableció la Segunda República por cierto sentido de justicia histórica (aunque controlando los excesos de los nacionalismos, germen de todo fascismo); en cambio, los 17 miniestados derrochadores sin control fiscal que se han adueñado y arruinado las Cajas de Ahorros antaño boyantes, son un pozo sin fondo al que la casta política (casta, sí, porque está alejada de los intereses de los ciudadanos por su misma organización en partidos estatales, donde la defensa de lo público se confunde con la de lo estatal) se resiste a tocar su propio poder y sus privilegios. Y prefieren, por tanto, exprimir aún más al ciudadano con nuevos impuestos, exacciones y recortes de sueldo, aunque éstos no servirán a la postre para nada pues la fuente del derroche seguirá existiendo. Ciudadano este que preferirá, empero, seguir engañándose a sí mismo, y, como un hincha de fútbol típico, vestir la camiseta de "derecha" o de "izquierda" que le ofrecen los partidos y sus medios de comunicación afines, para sentirse "diferente", y mejor que su vecino "facha" o "progre". Ciudadano que haría mejor, por ejemplo, mirando el ejemplo de nuestra vecina Francia, y sus circunscripciones electorales uninominales, donde se elige a un solo diputado a doble vuelta; diputado, que, a pesar de estar sostenido por un partido, sabe muy bien cuáles son sus obligaciones hacia sus electores. Ciudadanos, en fin, que deberían abstenerse de votar masivamente, para provocar una crisis de legitimidad en el sistema.
Procuro llevar lo mejor que puedo las mañanas de verano, escucho Francemusique y podcasts de la radio de Antonio García-Trevijano mientras leo materiales sobre literatura francesa y trabajo en la edición de una macarronea del siglo XVI; pero soporto cada vez peor la estridencia y el ruido; hace unos días iba sufriendo en el autobús escuchando a unas mujeres hablar casi a gritos con sus voces destempladas, y, en otro orden de cosas, no resisto ya la excesiva música sentimental de Schumann y Schubert, y apagué Radio Clásica anteayer cuando la pusieron, y me puse a disfrutar un rato escuchando a Agustín García Calvo recitar poesía antigua en el original y en su versión rítmica al español en una vieja casette (Una bonita manera de recordar que la poesía no nació escrita ni para serlo). ¿Qué haré cuando se me estropee el reproductor?
Ilustración: "Contra el bien general", de Francisco de Goya.
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