Ahora sí es verdad, ahora empiezan las vacaciones veraniegas, ese falso limbo con temprana fecha de caducidad; la hora de los ensueños, de las tardes somnolientas con pretensiones de tiempo dilatado, parodia de la eternidad. El momento para mí de establecer otras rutinas de estudio y de lectura en jornadas misericordiosamente más latas, al carecer de la obligación de estar en el trabajo toda la mañana. Francés, latín, griego absorberán mis horas sin olvidarme del italiano, inglés y mi primario alemán. Demasiada Babel para tan poco tiempo, y tanto cansancio acumulado. Una vez le preguntaron a Carlos Barral cuál era el mayor enemigo de la lectura, y él respondió que el sueño. Morfeo y el olvido de la letra, el olvido definitivo.
El último día en el instituto estuvo marcado por las despedidas, las de gente que se jubila y las de otros que marchan a nuevos destinos, o que, gracias a los recortes indiscrimados y al aumento arbitrario del horario lectivo, deben dejar su centro de trabajo por una paradójica insuficiencia horaria, situación que ha estado a punto de afectarme a mí (los llamados en jerga administrativa "desplazados por falta de horario", profesores que se ven obligados a dejar el centro donde tienen plaza definitiva para acabar Dios sabe dónde). Pude ver también a algunas de mis alumnas del 2º de Bachillerato Bilingüe de Francés. La nota más alta en Selectividad (entre 8 y 10) de las distintas asignaturas en que se han examinado la han sacado todos mis alumnos menos uno en francés, lo que también me ha llenado de orgullo (que es muy distinto de la soberbia como cualquier mínimo conocimiento de la moral puede dar a entender). Se veía a estas chicas, ya morenas de un temprano fervor playero, hablando de un cercano futuro de estudios en otras ciudades, y uno se sentía ya lejano en su tiempo y en su memoria mientras las felicitaba, y corroboraba que cada curso es como una vida en miniatura que concluye, una de esas falsas compuertas que se cierra, en el inevitable impulso hacia el dudoso futuro que es el motor de todas nuestras zozobras y, también, de nuestras dispersas alegrías.