Miro
por la ventana. Sobreviene el crepúsculo. Es la hora de los
arrumbaos.
El nonagésimo quinto y el cuadragésimo sexto entran por la ventana.
Su mirada es clara y distinta, como la belleza de la que son
heraldos. Desean que salga al jardín. Diviso al jefe de los
macilentos. Camina con los pies trabados por embarazosos textos
chestertonianos, sombras de la caverna de su vanagloria. Los
arrumbaos
levantan el vuelo precipitadamente. Huyen de su icoroso contacto.
Antimateria de los espantapájaros. Macilentos y apoetas llenan mi
correo de spam poético. Me río entre dientes mientras leo sus
versos pringosos de lobreguez. Ya no hay poesía desde los años
cincuenta, sólo prosaicos juegos de artificio del ego. Los premios
literarios son la lotería de lo previsible, el último refugio de la
amistad. Los poetas funcionarios carecen de la nómina de lo celeste.
Llamo a la editorial. Las ventas bajan. La poesía es Tántalo
iridiado de los balances. La cortadora de césped se ha estropeado.
Algunos topillos asoman por entre la hierba. Se ha colado un anuncio
de viagra en la publicidad del blog. Un rabicorto me observa
inquisitivo en el alféizar de la ventana. El arrumbao
sesquicentésimo quiere que lea sus poemas. Los ha dejado en una
zarza del jardín. Los recojo, y los leo. Me fumo ocho cigarros. Me
sobrecoge su profundidad. Dice Sócrates en el Fedón
que conocer es recordar. Tambien poetizar es recordar. la palabra es
signo que trae consigo la memoria evanescente de los significados de
las verdades elusivas que el poeta intenta recuperar a costa de su
vida, al filo de la subsistencia; la cuerda floja de la experiencia
que lo lleva hacia el fin, el fin que no es el de los mediocres.
Entro en el pub de Brighton. Le pido al barman una pinta. No parece
entenderme. Le echo el humo del cigarro a la cara. Me agarra por la
solapa. Debe de ser un apoeta. La belleza no estuvo inscrita en las
almas mezquinas de los macilentos, que nacieron para no salir del
círculo cerrado de sus experiencias cansinas, y su parejo corolario
de palabras. El arrumbao
heptagésimo nono se posa en la cabecera de mi sillón. Quiere que le
acompañe en su vuelo. Agito los brazos con parsimonia. Derramo el
whisky sobre la custom. Los arrumbaos
parecen comprender mis reticencias. La poesía no es separable de la
belleza y la verdad. Lo demás es cobarde espera de la muerte.
Imagen: Robert y Shana Harreparkeson