Desde mi instituto se puede contemplar el viejo cementerio de la ciudad, en vías de desmantelación. Al parecer, colgó el cartel de completo en 1992, y desde entonces se está trasladando a sus inquilinos al nuevo cementerio mancomunado sito en Chiclana, un enorme lugar en medio del campo, casi un exilio (nada que ver con el cementerio de Ouessant). Como puede verse, está casi a pie de playa, aunque desde ésta los veraneantes sólo alcanzar a ver sus enjalbegados y anónimos muros. Su aspecto ruinoso me hace pensar en la Varsovia de 1945, y verlo desde las ventanas me resulta un rudo contraste con la visión de mis alumnos llenos de vida y empuje. Ellos no le prestan la menor atención, como si se tratara de un desguace más. Será destinado en un futuro a zona verde, y parece ser que en el nuevo cementerio mancomunado se construirá un monumento que recoja los nombres de los 285 pico mil inquilinos totales de la necrópolis de Cádiz, en cuya base existirá un osario para restos procedentes de ésta.
No es un tema sobre el que resulte agradable reflexionar, pero hace pensar en lo relativo del concepto de descanso eterno, pues los habitantes de la ciudad de los muertos se ven sometidos a traslados y cambios de domicilio forzosos, debidos a la extinción, más o menos lejana en el tiempo, de los "derechos de propiedad" de los nichos, que no dejan de estar situados en terreno municipal. Así podría decirse que los muertos son víctimas de cierto socialismo post mortem, ante el que se da una obvia incapacidad de reclamación o rebelión.
Quizás tenga que ver algo con esto la boga creciente de las incineraciones frente a las inhumaciones. A mí no me gustan. Tuve ocasión de asistir a un entierro donde los familiares no sabían qué hacer con las cenizas del difunto: optaron por arrojarlas al mar. Se hizo un recorrido por las playas de la ciudad, buscando ingenuamente un lugar apto para la ceremonia íntima. Vano intento. Se terminó en una apartada escollera donde fueron arrojadas al mar las cenizas sin más contemplaciones. No me hizo ni pizca de gracia; era como algo de lo que no quedaba más que desembarazarse a toda prisa. Y gracias a Dios que no soplaba viento.
Respeto a quienes prefieren la incineración, pero, al igual que en vida habré dejado una huella en otras personas, habré amado, odiado, hecho cosas buenas y malas, en la muerte quiero también ocupar un espacio de humildad. Un espacio apto para el rito, que creo inherente al ser humano. Preferiré, pues, que mis huesos acaben con el tiempo en un osario común a saberme ceniza perentoria y embarazosa.
Escribo esta entrada muy cansado del trabajo, agotado a pesar de la siesta. Debería haber también un derecho al cansancio (¿no se inventan otros?), otra señal de que se está vivo.
Feliz fin de semana, amigos.