Este evento, celebrado el pasado sábado bajo la organización de Cádiz Ilustrada, tenía como fin contribuir a la restauración del Monasterio de Santa María. Se realizaron visitas guiadas por los barrios del Pópulo y Santa María, y se abrieron de noche varias iglesias, que ofrecían diversas exposiciones, también guiadas. Fue una oportunidad singular de contemplar obras de arte que no son de acceso público, a pesar de mi prevención inicial de asistir a cualquiera de estas "noches blancas", que suponen per se un barbarismo lingüístico (la nuit blanche francesa, abriga el concepto de 'noche en vela, de vigilia'). El recorrido por el barrio del Pópulo, guiado por D. José Manuel Romo, nos llevó, entre otros lugares, por el antiguo colegio de San Martín (que fue el mío primero, y cuyo primer día, con su puerta y su campana, y yo diciéndole a mi madre que nos fuéramos, no he podido olvidar);
La llamada Casa del Almirante, uno de los edificios históricos civiles de la ciudad cerrado a cal y canto;
y ya fuera del barrio del Pópulo, cerrado por la antigua muralla medieval, y en los antiguos arrabales del barrio de Santa María (donde, por cierto, nací) visitamos la casa Lasquetty, antigua casa solariega recientemente restaurada como bloque de viviendas, y en la que se ofreció también un espectáculo flamenco;
situada como está a tiro de piedra de la iglesia de Santa María, de la que puede admirarse su singular fachada, y torre, dotada de celosías de las que se servían las monjas concepcionistas para otear la ciudad.
Más tarde visitamos la iglesia de San Juan de Dios, anexa al antiguo hospital del mismo nombre (donde nació un servidor), ahora residencia geriátrica. Aparte del interior de la iglesia, pudo visitarse, por turnos guiados, la sacristía, sita tras una pequeña puerta bajo el altar, y que parecía un polvoriento gabinete anticuario, en el que el tiempo se apretuja mixtificador contra el espacio menguante;
aunque la visita principal consistía en la Capilla Sacramental, recoleta y angosta, reservada a los monjes para su oración; una auténtica maravilla por su abigarramiento, y al mismo tiempo su incitación al recogimiento, con esos pequeños reclinatorios ante el altar, en cuyos espejos, ya sin azogue, se reflejaban obsesivamente las luces de la velas, que, como en un relato borgiano, debían multiplicar al infinito los reflejos en los azulejos de las paredes, convirtiendo en miríadas las órdenes religiosas allí representadas por un artista napolitano.
Concluimos la jornada visitando la iglesia de Santo Domingo, muy cercana a mi casa natal, así como de su sacristía;
Me impresionó la belleza del claustro, uno de esos recuerdos quizás negados a mi infancia;
En una capilla del claustro se ofrecía la exposición Domus Aurea, en la que llamaba la atención la riqueza de los brocados y orfebrería, pareja a la ingenuidad de la figuración religiosa, quintaesencia de una fe popular incapaz quizás de abstraerse del fulgor del oropel.
Fue, en fin, una oportunidad única, y quien sabe si irrepetible, de contemplar lugares y obras únicas de ese Cádiz quizás demasiado oculto; si el sueño es, como se dice, la medida de la felicidad vimos que alguno se quedó ya ahíto, y emprendimos el regreso.