Este poemario, escrito entre 1941 y 1944, constituye la octava serie de La Realidad y el Deseo. El título alude, como señala J.M. Capote Benot en su Antología a la esperanza en el fin de la Segunda Guerra Mundial, que el poeta vive en su exilio británico; la Biblia y Kierkegaard son sus compañías constantes en la meditación sobre la realidad sombría que le rodea; en el libro, pues, aparecen no infrencuentes alusiones bíblicas ("No prevalezcan las puertas del infierno / sobre vosotros ni vuestras obras de la carne, La familia; Si pierde su sabor la sal del mundo / Nadra podrá volvérselo, y tú no existirías" Noche del hombre y su demonio; Por su pasión, un riesgo / Donde el que más arriesga es que más ama" Vereda del cuco) -sin que falte un descensus ad inferos clásico ["Este cónclave fantasmal que los evoca, / Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia / Para hacer a los idos visibles un momento, / Perdón y paz os traiga a ti y a ellos", La familia-]) y aflora un lenguaje antitético, dialéctico, fruto de la tensión reflexiva, que redundan en un perfeccionamiento del lenguaje poético de Cernuda al tratar temas como la relación entre muerte y vida, y el valor ontológico del poeta, ya presentes en Las nubes.
En el comienzo del libro el poema Las ruinas se plantea como marco simbólico a la vez que sustantivo de la esencia dialéctica de la existencia; así, la contemplación de unas ruinas, hace pensar al poeta en los que ya pasaron, y en la contradicción ingénita al ser humano ("Ellos en cuya mente lo eterno se concibe, / Como en el fruto el hueso encierran muerte"). Este sentimiento de angustia le hace volverse hacia Dios ("Oh Dios. Tú que nos has hecho / para morir, ¿por qué nos infundiste / la sed de eternidad, que hace al poeta?"); y el absurdo consecuente para él le lleva a negarLo en términos que traen a la memoria a Lucrecio ("Mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre / Que da el hombre a su miedo y su impotencia, / Y la vida sin ti es esto que parecen / Estas mismas ruinas bellas en su abandono: / Delirio de la luz ya sereno a la noche, / Delirio acaso hermoso cuando es corto y leve"). La aceptación de la vida, por tanto, conlleva la de la muerte, y el poeta lo expresa con bellas y dramáticas antítesis ("Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa. / Importa como eterno gozar de nuestro instante. / Yo no te envidio, Dios; déjame a solas / Con mis obras humanas que no duran: / El afán de llenar lo que es efímero / De eternidad, vale tu omnipotencia.").
En otros poemas como Góngora se reflexiona sobre el destino del poeta, orgulloso y lúcido a pesar del desprecio, la incomprensión, y el capricho del cánon cultural ("Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido; / Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado; / Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros), / Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada."); el poeta que encarna un ansia de eternidad que Cernuda espera ver reencarnada en uno futuro, al que dedica un poema (A un poeta futuro), y que lo redimirá y dará, por fin, sentido a su vida, y un remedo de eternidad, que expresa ese futurido uixi ("Cuando en días venideros, libre el hombre / Del mundo primitivo a que hemos vuelto / De tiniebla y de horror, lleve el destino / Tu mano hacia el volumen donde yazcan / Olvidados mis versos, y lo abras, / Yo sé que sentirás mi voz llegarte, / No de la letra vieja, mas del fondo / Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre / Que tu dominarás. Escúchame y comprende. / En sus limbos mi alma quizá recuerde algo, / Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos / Tendrán razón al fin, y habré vivido"), que compensará todos los desprecios (Y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra, / Formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo.", Aplauso humano), y desfallecimientos ("Ha sido la palabra tu enemigo: / Por ella de estar vivo te olvidaste" Noche del hombre y su demonio)
La mayor discursividad, en fin, de los poemas cernudianos se revela en una más acentuada polimetría, en la que, a pesar de todo, el poeta sevillano se muestra mayoritariamente fiel a su acento en sexta sílaba, y en suaves hipérbatos que dotan de gran belleza a la expresión de su pensamiento, plagado de tensiones dialécticas.
Las citas proceden de Luis Cernuda, Antología, Cátedra, 1990.
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