Se va julio, se va. Creo que ha sido uno de los más aprovechados y tranquilos que he vivido. Queda un mes de vacaciones, dirá el lógico lector, un vrai; sí, pero no será lo mismo, pues ya pesa el calendario de lo que se repetirá, sin ser idéntico, refinamiento del tormento de Sísifo. De todos modos, este julio pasará a engrosar otra hornada de olvidos inevitables, en ese retrato favorable para uno mismo que se espera encontrar en la ancha malla de la memoria. Y es que uno es y deja de ser, y espera seguir siéndolo por costumbre: la costumbre del yo. Repasaba lo que he escrito hace años, y no me reconocía a mí mismo, pues se tiene la vana esperanza de ser uno mismo, monolítico, sin perder conocimientos, recuerdos o habilidades (ya la misma idea del 'uno' es engañosa; se fluye más bien, pero habría que añadir, para ser verdaderamente heraclitano, que siendo y no siendo al mismo tiempo). Este puro -si es que lo es- devenir aturde, y no hay donde reclinar la cabeza, salvo en la onda aleve del mar de una memoria acaso piadosa.
Ilustración: Juan Francisco Casas
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