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D. Francisco Nodaro es uno de los notarios más prestigiosos de Zibelterra, de quien son clientes María Jesús Fielato y su abogada Leonor Azutamendi. Es por él que Leonor descubre que la Sra. Fielato ha firmado, a sus espaldas, en la notaría un contrato de permuta de su lujoso piso por una acuarela de un tal Agar Labasú. Alarmada, llama a su cliente, y ésta le responde confusamente, antes de colgarle y ausentarse de Zibelterra.
Leonor, preocupada por la suerte de Marichu Fielato, acude a la notaría de D. Francisco, para recabar más informaciones:
La abogada se volvió y vio a un señor alto, con aspecto de antiguo seminarista, que le sonreía indulgentemente. La chaqueta marrón de tweed, el chaleco verde, y el pantalón de pana beige (y sus delicadas y casi imperceptibles variaciones), parecían el uniforme de D. Francisco, el notario, que seguía manteniendo esa sonrisa dedicada a Leonor, gesto que parecía ya independiente de su cara arrugada y su nariz aguileña que sostenía unas gruesas gafas doradas, a la que su pelo crespo y parcialmente encanecido daba un empaque casi épico.
Pero lo que descubrirá en el despacho del fedatario no hará sino aumentar su horror y desconcierto.
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