MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor JOSÉ MIGUEL DOMÍNGUEZ LEAL

lunes, 30 de noviembre de 2020

COMPRAS Y CORONAVIRUS

 



Centro Comercial, Burbank (California, mediados de los años 60 del siglo XX) (D.R.)


Veo de cara a las Navidades la misma estrategia enloquecida que se produjo tras el fin del confinamiento mirando al verano. Se nos animó a consumir, a viajar, a ir a hoteles y restaurantes, a convivir con el virus, en suma. Y así se pudo hablar de "segunda ola", metáfora que oculta la realidad de un crecimiento imparable de los contagios que se produjo desde entonces.

Ahora adelantan ya los políticos y medios del régimen una "tercera ola", curándose en salud por la mano que abrirán para una "campaña de Navidad" que será fallida a la par que mortífera -igual que la de verano- por las aglomeraciones y el aumento de personas en espacios cerrados. Uno escucha con estupor que en algunos cacicatos autonómicos dejarán salir a los ancianos de las residencias para exponerlos al abrazo del oso vírico en las olvidables comidas navideñas, despliegues, por lo general, de hipocresía que podríamos ahorrarnos; y en otros de esos feudos de los partidos del Estado hay disputas por autorizar un número de comensales: 6, 10, 10 y niños aparte, cuando lo que deberían aconsejar es que nadie se reuniera salvo con la familia con la que convive. 

Pero no, se lanza en cambio la operación de mercadotecnia a gran escala de las vacunas -que no son tales- para dar esperanzas a una población educada en la complacencia, el egoísmo cortoplacista, y la servidumbre voluntaria, teniendo así  como espejo a nuestra partidocracia y su inmoralidad constituyente (cuius regio, eius religio); población no acostumbrada ya, por tanto, a la frustración y al sacrificio y dada a una vocación de dependencia creciente del Estado, en clara consonancia con la fábula del buen pastor de Jorge Santayana.

Algunos miserables, por otra parte, señalan el presunto éxito de la vuelta a las escuelas, cuando esa menguada enseñanza que se ofrece se logra a base de ahogar la voz en la mascarilla y de agarrotarnos el cuerpo de frío, mientras las mezquinas exigencias burocráticas sí que no menguan, si no que pueden incluso aumentar, como si nada pasara.

No sabe ya uno dónde mirar que no le asquee, y siento temor por el gran desastre social y económico que puede avecinarse, sin nadie que nos defenda. El número creciente de gente que veo sin mascarillas por las calles o cogiendo ascensores se me antoja un anuncio de todo eso.


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