Arturo Nathan (1891-1944) no fue un hombre con mucha suerte. Hijo de una cosmopolita familia judía, nació en Trieste (entonces parte del Imperio Austrohúngaro), aunque conservó la nacionalidad británica de su padre. Tuvo que abandonar su pasión por la filosofía, para seguir la carrera comercial paterna, y, como ciudadano británico, participar en la Primera Guerra Mundial, experiencia de la que salió profundamente traumatizado. Se le recomendó la pintura como terapia, y comenzó una carrera autodidacta que le llevó a obtener cierto reconocimiento en los años 30. Posteriormente, su condición de judío le llevó a la muerte en un campo de concentración en 1944.
En el cuadro de la imagen, llamado "El exiliado" de 1928, Nathan se autorretrata en un vestimenta propia de un prisionero, como será el mismo años más tarde, y en una postura de recogimiento interior, con la cabeza baja y las manos entre las piernas, resaltada por la simetría compositiva del cuadro.
Nathan parece comunicarnos un exilio interior, un repliegue sobre sí mismo, doliente pero sereno, forzado o voluntario, que se traduce en colores y tonos que entreveran la realidad de fondo pintada. Me impresiona ahora más aún este cuadro al ver el tipo de exilio interno al que me ha forzado el coronavirus: la pérdida de contactos y referentes, la falta de empatía de creyentes en la "nueva normalidad", el entorpecimiento de las acciones de la vida cotidiana... Ahora con la forzosa vuelta al trabajo, tomo aún más conciencia del peligro, y pienso que, bueno, con 54 años he hecho cierto número de cosas de las que puedo sentirme orgulloso, que hay también cierto número de fracasos que jalonan mi existencia, pero que he mandado al futuro algunas flechas de papel impreso que tal vez hagan blanco en algún corazón... Eso, poniéndose en lo peor posible.
La escritura me ha ayudado mucho en estos meses de semiconfinamiento familiar; ha sido para mí como la pintura para Arturo Nathan, un intento de convertir en belleza estados de ánimo tan avasalladores como efímeros, pasajeros como uno mismo. Me gustaría, imagino que igual que Nathan, continuar con lo que hago, que es sentir esa pequeña magia cotidiana de que algo cobre vida propia bajo mis dedos. Así sea.
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