Bruce Gilden
En el pasado verano coronavírico fueron frecuentes las llamadas a evitar las aglomeraciones en playas, restaurantes, bares y discotecas, al tiempo que nos animaban, de acuerdo con la "nueva normalidad" engendrada por el poder partidocrático para las masas de votantes aborregados, a viajar y a consumir en la hostelería, que acabó hundiéndose ante la falta de medidas tomadas por la casta política, que siempre podía echarle la culpa a "los jóvenes" de lo que era presumible que parte de ellos hicieran, sin que le importara un pimiento hacer una política de prevención desde el poder, que no tuviera que ver con el calculado coste electoral.
Ahora, al volver al trabajo me he encontrado con otro tipo de aglomeraciones, éstas sí bien vistas o consideradas inevitables o aptas para ser tratadas como si no existieran: las de 30 alumnos y más por clase en los colegios y las aglomeraciones en autobuses (evito el atestado y tropicalmente caluroso autobús de las 8). Empiezo a acostumbrarme, pero los primeros días me ha resultado terriblemente inquietante y entristecedor el tener delante de mí clases de una treintena de alumnos enmascarillados (a veces con medios de fortuna) separados por unos 50 centímetros, y yo en el estrecho pasillo que va desde la puerta de la clase abierta, pasando por la pizarra, hasta la ventana igualmente abierta junto a la mesa del profesor (las corrientes de aire me han provocado un primer enfriamiento que me ha tenido k.o. unos días, y ahora llevo más capas para postergar la recaída, pero toda ventilación es poca). Se me dice que debo mantener la distancia de seguridad con los alumnos, pero si me aparto un poco de la pizarra ya estoy encima del de la primera fila. Esto provoca, por otra parte, que tenga problemas para oír a los alumnos del fondo, acrecentados además si hay ruido en el pasillo o en la clase de al lado, mientras veo a algún compañero irresponsable pasearse entre las mesas.
A mediados de esta semana, me he sentido súbitamente mejor, como si ya estuviera aclimatándome a esta situación, y encontrando mis tiempos y estrategias para trabajar en esta extraña "presencialidad", que me hace sentirme incómodo, no haciendo mi trabajo como podría en circunstancias normales, y que no sé si se prolongará, mientras la maquinaria burocrática sigue su marcha, impasible e hipócrita, sobre todas las incongruencias presentes y futuras.
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