El rompiente marítimo soporta los sempiternos embates del mar hoy particularmente embravecido. Se antoja uno lejano a esa fuerza inaudita que socava los abismos de la villa apacible; las olas descargan su fragorosa rabia de espuma sobre los bloques de hormigón, muy desgastados ya en la primera línea de la sorda batalla que libran contra el piélago sinuoso y tornasolado.
Ajenos a este azote tranquilo, que es el del tiempo hecho átomos vibrantes, contemplo un espectáculo ancestral que me ignora y me sobrepasa; me niego a aceptar su llamada, y la visión de un futuro abismático que me hace sentirme menos que nada, más sobrecogido que contemplando el cielo reticulado de estrellas que pende sobre la ciudad rumorosa.
Le vuelvo la espalda, por fin, a este hipnótico espectáculo, y regreso a la futilidad apremiante de lo cotidiano, falsamente seguro de volver a vivir momentos como éste cuando quiera, como si fuera realmente -pobre iluso- dueño de mi tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario