Montaigne en el capítulo 26, De l'Institution des Enfants, del libro I de sus Essais insiste en el papel esencial del preceptor y maestro del niño, que debe guiarle por el camino de la formación de su propio juicio, sin aceptar el principio de autoridad, convirtiéndole en una persona autónoma y consciente de su dignidad y del valor de su razón; el maestro adquiere, asimismo, una inmensa responsabilidad en relación a su pupilo, como transmisor, más que de sabiduría, de un modelo de vida justa y disciplina, ajena a una deletérea ociosidad. Este retrato del maestro ensalzado por el ilustre pensador francés ha llegado a duras penas hasta nuestros tiempos.
La periodista Teresa López Pavón informaba el 4 de marzo en Elmundo.es de que
"La Consejería de Educación ha aumentado en las últimas semanas la presión sobre los profesores que registran un volumen mayor de suspensos, que tendrán que justificar las razones del fracaso en sus aulas. La 'campaña', que se ha hecho notar con especial intensidad en el mes de febrero y en centros sevillanos, ha despertado los recelos e incluso la indignación de muchos docentes que cuestionan los métodos de trabajo de la inspección y, sobre todo, el fin de la administración educativa, desde el momento en que sólo parece preocuparse de la estadística de suspensos y no de la calidad de la formación que se imparte.
Muchos profesores consultados consideran que la lucha contra el fracaso escolar se acomete de forma sesgada e ineficaz cuando sólo se tiene en cuenta los suspensos y no la calidad de la formación que se imparte. «¿Qué pasa cuando un profesor incumple con sus obligaciones y ‘regala’ los aprobados por comodidad? Pues a ésos, que constituyen un cáncer importante del sistema, nadie va a pedirles explicaciones».
El plan consiste, por lo que se conoce hasta la fecha, en un seguimiento por parte de los servicios de Inspección de la Consejería de Educación del trabajo de aquellos profesores que hayan registrado en el conjunto de los grupos evaluados un volumen mayor de suspensos que de aprobados. Es decir, los docentes se verán sometidos a una inspección personal cuando hayan suspendido a la mitad de los alumnos en al menos la mitad de los grupos a los que imparten clase.
Llamada de atención a los profesores
La actuación no responde a ningún plan novedoso sino que forma parte, según ha sabido este periódico, de la acción ordinaria de los inspectores en los centros. La novedad, al parecer, radica en que, con anterioridad, eran los equipos directivos los que tenían que responder y justificar los resultados a requerimiento de la inspección, mientras que ahora la 'llamada de atención'’se dirige directamente a los profesores.
Esa 'focalización' del problema del fracaso escolar en los docentes ha provocado un importante rechazo entre quienes se sienten cuestionados por el simple hecho de registrar un número elevado de suspensos. «No nos parece mal que la administración quiera conocer el trabajo que realizamos ni que se investiguen las causas del fracaso en aquellos grupos con más suspensos. Eso es lógico e incluso deseable. Lo que no tiene sentido es que sólo se pida explicaciones a quienes suspenden por encima de lo estadísticamente normal y no a quienes aprueban de manera generalizada», explican los docentes.
El sentir de muchos profesores es que tan importante como el fracaso escolar registrado en las estadísticas es el nivel de la formación de muchos de los alumnos que promocionan de curso e incluso obtienen la titulación sin llegar a los mínimos.
Aprobados en los despachos
En este sentido, la alarma creada en los claustros a raíz de la denuncia realizada en el instituto ‘Los Álamos’ de Bormujos (Sevilla) -recientemente analizada por Nacho Camino en su blog-no contribuye a desterrar la idea de que lo que realmente pretende la administración es, efectivamente, aumentar la presión sobre los docentes para que ‘relajen’ los criterios de evaluación y, automáticamente, se edulcoren las estadísticas oficiales del fracaso escolar, una auténtica pesadilla de la Consejería de Educación.
En Los Álamos, el claustro ha denunciado que la delegación de Educación ha resuelto conceder el título de Graduado en la ESO a un alumno de 4º curso que tenía cinco asignaturas suspensas. Tras la reclamación del alumno ante la administración, la delegación resolvió revocar dos de los suspensos y conceder el título pese a los otros tres.
Algo muy parecido se ha conocido también en el Colegio Aljarafe de Sevilla, donde la delegación de Educación ha resuelto aprobar a una alumna de segundo de Bachillerato cuatro asignaturas que había suspendido, sobre un total de ocho, y le ha concedido, además, el título.
Tras la eliminación del Plan de Calidad
El nuevo plan de inspección se ha empezado a aplicar en los centros después de que la Junta anunciara a los sindicatos su intención desuprimir el denominado Plan de Calidad, un programa contra el fracaso escolar también muy conflictivo que vinculaba el cobro de una serie de pluses económicos a la mejora de los resultados académicos y educativos. El plan ha sido finalmente retirado sin que la Consejería de Educación haya llegado a dar cuenta nunca ni de su elevado coste ni de sus resultados."
Hablando una vez con un compañero de filosofía sobre estas malhadadas y conocidas prácticas de la Inspección educativa, le traje a colación el ejemplo de los cirujanos que son investigados en cuanto a los resultados de sus operaciones al pasar cierto límite estadístico; aquél me respondió que la comparación no era pertinente, pues los profesores teníamos que contar con un factor en el alumno con el que no han de contar los médicos en sus pacientes: la voluntad de aprender.
Efectivamente, mucha de la decadencia de la enseñanza pública puede atribuirse a esta tendencia a descargar de responsabilidades al alumno en cuanto a su aprendizaje, entendido como futuro votante que agradar, al que, no obstante, se le obliga a permanecer entre los cuatro muros del instituto-guardería-cibersincafé-jaula dorada seis horas diarias en nombre de la comprensividad educativa; tendencia que tiene su contraparte en la presión creciente sobre el profesorado; presión ciertamente esquizoide, pues, de una parte, se nos solicita que impartamos una enseñanza de calidad al nivel de los mejores países europeos, y, por otra parte, que aprobemos al mayor número de alumnos para mitigar las escandalosas cifras de fracaso escolar (produce sonrojo en los profesores y risitas condescendientes en muchos alumnos comprobar el ridículo nivel de las Pruebas de Diagnóstico elaboradas por la Administración, y cómo a pesar de su mínima exigencia conllevan los resultados conocidos); por todo lo cual, un docente puede estar en manos, haga lo que haga, de la Inspección, cuerpo antaño prestigioso, ahora devenido -aunque no se deba generalizar- en comisariado pedagógico-político al servicio de la socialdemocracia partitocrática que nos gobierna en España.
La socialdemocracia, que vive de la promoción de la mentira y de la propaganda, siente horror a la verdad y a la disciplina, amor por la demagogia, y a igualar a todos por abajo, así como odio a la competencia y a la valentía que podrían caracterizar a un ciudadano auténticamente libre, y apto para rebelarse contra la falta de una auténtica democracia.
Por tanto, esta promoción de la corrupción desde arriba, que los políticos pretenden extender a los profesores (cuerpo del que siempre han desconfiado en cuanto personas que han accedido a su función por un principio de mérito que a ellos les es ajeno), antes con un señuelo económico, y ahora con la amenaza directa, debe ser denunciada y combatida como ya empieza a hacerse, con la frente muy alta, pues la indignidad no está en nuestro bando.
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