Jiri Dokoupil
Horacio Quiroga es uno de mis escritores favoritos. Me he encontrado con sus obras en varias etapas de mi vida, y siempre me ha dejado una honda impresión. El último libro que leí fue sus "Cuentos de la selva", escrito para niños, aunque en ellos aflora la grandiosa zooépica que he encontrado en otros relatos suyos. En este volumen se dan batallas desaforadas como la de los yacarés (caimanes) contra un buque de guerra, y la de las rayas contra los tigres que intentan rematar a su amigo humano. Aquí los animales entran en diálogo y simbiosis con el hombre, con el que intentan convivir, e incluso aliarse contra un enemigo común que en varios cuentos resulta ser el tigre.
En otras partes he leído otros cuentos de animales donde los zooagonistas quedan asimilados plenamente a héroes épicos como en el magnífico "Anaconda", en la que se dan incluso catálogos de serpientes con sus epítetos como los propios de guerreros en la Ilíada homérica, aliadas ante un nuevo enemigo, el Hombre, y prestas a duelos singulares.
Esta dignificación mítica del animal de la selva contrasta con el afán de vida civilizada de otros como el perro. Recuerdo así con cariño la historia de unos perros que intentan avisar en vano a su amo de la presencia de la muerte, para acabar, como temían, como chuchos de indios, pulgosos y famélicos.
La selva, ese mundo natural, promesa de dicha pero también de peligros, ayudó en periodos pasajeros de su vida a sobrellevar el horror de lo cotidiano social que asaltó con demasiada frecuencia a Quiroga, y que trasluce, por ejemplo, en alguno de los sombríos relatos de "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte"
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