José Santos Mingot
Descubrí la figura de Reinaldo Arenas a través de la película "Antes que anochezca", homónima de su autobiografía, finalizada poco antes de su muerte en 01990. La obra escrita comienza con una introducción llamada "El fin" y fechada en agosto de 01990, 4 meses antes de su muerte, y en ella Arenas habla de su experiencia como enfermo terminal de SIDA, desde que se le diagnosticó en 01987, y su deseo desesperado, expresado ante el retrato de Virgilio Piñera, otro escritor homosexual represaliado por el régimen castrista, de terminar la redacción de su obra.
En un lenguaje crudo a la par que poético, veteado de ternura, acidez y humor, el escritor narra su pobre infancia como guajiro, y el despertar temprano a una sexualidad desaforada, contagiada por una naturaleza exuberante.
Siendo sólo un adolescente, intenta hacerse guerrillero contra Batista, y vive con exaltación esos primeros momentos de la Revolución Cubana, como otros tantos, al tiempo que traba sus primeras relaciones en el mundo literario isleño, entre las que destaca a Virgilio Piñera y a José Lezama Lima, escritores homosexuales como él, quienes actuaron como sus padrinos literarios en sus inicios.
Una promiscua vida homosexual, cuya exaltación nostálgica ocupa parte de la obra, le sirve de acicate creativo, mientras, empero, el régimen, fuertemente homofóbico, estrecha el cerco sobre "antisociales" como él.
Esa intensa actividad homoerótica que se desarrolla, según él, en la isla a finales de los años 50, como desafío al régimen, se ve duramente reprimida posteriormente, y Arenas señala el encarcelamiento y la denuncia y autoinculpación de Heberto Padilla en 01971 como una paralela condena al ostracismo de los escritores opuestos a la dictadura castrista, a quienes la sexualidad homosexual suponía un delito añadido.
Prohibido de publicar en su país, y sin trabajo por su condición sexual -al artista parametrado como homosexual sólo le quedaba la salida de los trabajos forzados-, Arenas sobrevive como puede, viendo que parte de sus antiguos amigos se han convertido en confidentes de la policía, y ocultando sus manuscritos, que perdió en varias ocasiones y se vio obligado a rehacer, de los registros periódicos de la policía, aunque a través de ciertos amigos consigue hacer llegar algunos al extranjero donde sí se ven publicados, por más que él nunca tuviera acceso a un ejemplar.
Tal cosa provoca el furor del castrismo, que lo persigue, hasta detenerlo, en una huida por la isla que Arenas describe con tintes alucinantes, y da con sus huesos en la cárcel durante unos años, lugar que describe con los más tétricos tintes.
De vuelta en la calle, enfermo y sin sus manuscritos, Arenas se obsesiona con la idea de salir de la "ex paradisíaca isla antillana convertida en campo de concentración flotante" como escribía Juan Goytisolo en "Señas de identidad". Aprovechando los sucesos de la embajada de Perú -donde llegaron a refugiarse 10.800 personas-, consigue salir hacia Miami tras la apertura del puerto del Mariel en 01980, falsificando su apellido.
Ya en los EE.UU. vive con cierta angustia su condición de exiliado, que le lleva, según afirma, a intentar olvidarse de sí mismo; allí se encontrará, por un lado, con los que llama "comunistas de lujo", e "izquierda festiva y fascista", que encarna en figuras que llamará "testaferros de Castro" como García-Márquez, Juan Bosch, Julio Cortázar -aunque en otro parte de su libro recuerda que éste defendió a Lezama Lima de la condena que hizo el régimen de su novela Paradiso-, y Eduardo Galeano -la defensa de esta dictadura homofóbica era propia de gran parte de la izquierda anterior a la caída del muro de Berlín, la que ahora se envuelve en la bandera arcoiris para sobrevivir en nuestro paraíso socialdemócrata-; y, por otro lado, se encuentra con el mundo del exilio en Miami, que lo decepcionará profundamente por su mediocridad, su mercantilismo, y su desinterés por otros grandes escritores exiliados que languidecían allí como Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz y Carlos Montenegro.
Asqueado de tal ambiente y de sus pueblerinos círculos literarios, Arenas se traslada a Nueva York, donde reescribe sus obras perdidas, y produce otras nuevas, siempre por la obsesión del tiempo menguante tras conocer su enfermedad irreversible. Nunca acabó de adaptarse a la vida en los EE.UU:
Mi nuevo mundo no estaba dominado por el poder político, pero sí por ese otro poder también siniestro: el poder del dinero. Después de vivir en este país por algunos años he comprendido que es un país sin alma porque todo está condicionado al dinero. (op.cit., p. 332).
Reinaldo Arenas, antes de quitarse la vida, dejó una carta en la que justificaba su decisión ante el estado de postración en lo que lo había dejado su enfermedad en su fase final, y que es reproducida como apéndice de la edición de Tusquets.
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