John Constable
El día se muestra nublado y se anuncia tormentoso, aunque son varias veces ya que la lluvia elude su líquida visita. Este paisaje que se asoma a mi ventana no contribuye a despejar mi dolor de cabeza y cansancio acumulado después de dos semanas de intenso trabajo por las evaluaciones tan perecederas como el calendario irreal que nos imponen, rematado por este nefando cambio de hora, marcado por la partidocracia europea, ansiosa de controlar el tiempo, materia demasiado humana, de nuestras precarias vidas.
Este domingo me he prometido, pues, no hacer nada del trabajo, y concentrarme en dar un último repaso a mi libro de relatos, El enfermo imaginable, que colgaré esta semana en Amazón, si no hay mayores problemas, con la ayuda de mi hermano Óscar Domínguez, informático y diseñador gráfico, después de experiencias desilusionantes con tres editoriales. El que se pueda comprar no sólo en formato de libro electrónico, sino también en el de impresión bajo demanda, alivia un poco del prejuicio de que no se lo halle en librerías físicas. Aunque, y el caso es curioso, en mi caso particular, apenas compro ya libros en librerías, sino en internet o en librerías de viejo o mercadillos, pues de la actualidad editorial hay poco que me interese, y no todo llega a la librería urbana, cuyo personal, al menos en el centro de Cádiz donde vivo, no es precisamente la alegría de la huerta, ni está particularmente formado (una vez escuché a una de las no sé si llamarlas dependientas de uno de estas tiendas decirle a un cliente que tenía "dos modelos" de un mismo libro) para aliviar esa "adustez en el ademán"; y en cuanto a las reeediciones de obras, no me compensa comprarlas en una reimpresión actual, si no ha habido un cambio en la edición original (disfruté mucho en este aspecto la visita de algunas librerías de viejo en Madrid).
Tácito, cuyo libro II de los Anales estoy releyendo ahora, por no poder ese íntimo contacto con el latín para mí tan querido, se muestra, como es sabido, como un maestro de la concisión expresiva, no ajena al estro poético, que en él se manifiesta en el empleo de un léxico y giros propios de la gran poesía romana (no en vano su obra comienza con un hexámetro: Vrbem romam a principio reges habuere). El disimulo y la doblez del príncipe Tiberio recuerda el lenguaje políticamente correcto de nuestra partidocracia socialdemócrata, y las denuncias de algunos senadores sobre los lujos excesivos y la petición de la vuelta a una vida más frugal me traen a la mente las campañas de la falsa izquierda -solo socialdemócrata en cuanto estatal- contra el turismo, el tráfico urbano, y el cuestionamiento y acoso de la propiedad -aunque sea modesta- en tantos aspectos.
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