Amigo lector:
Creo que le estoy cogiendo gusto a contarte cosas a ti, mudo espejo de un renacido Narciso parlero. Hoy he ido a nadar a la playa tras tantos meses de zozobras y resacas (marinas). Me metí en el agua con el traje de neopreno tan poco usado, y sentí el frío del agua que atenazaba el material sintético a medida que me introducía en la sustancia líquida. Es necesario, como para sacarle verdaderamente gusto a todo, un ritual: introducir las manos en el agua, respirar hondo, apelar al padre Océano para que me deje salir con bien de sus dominios, dejar que algo de agua inevitablemente entre en el traje, hacer los ejercicios de calentamiento, ajustarse las gafas y perderse en la contemplación de ese fondo marino veteado de los fugaces brillos solares que reflejan la superficie del primordial elemento, y nadar cuando siento que todo esta bien, y olvidarme de esta falsa piel que me he puesto. Qué paz dejar de pensar, atento a contar las brazadas, y a observar el fondo marino que se pierde casi inmediatamente en esa niebla azulada que amenaza envolverte en un entorno salvaje, aunque ajeno a su etimología selvática. Salí del agua con ganas de reír, como renacido y libre de todas esas escamas invernales que se me habían pegado al alma, sabiendo que mi cuerpo resucitaba al placer de la morosidad veraniega, que, a pesar de todos los posible sinsabores, apunta en el horizonte.
Ha sido también una forma de renacimiento, en este caso a la vida social, el retomar la costumbre de asistir a presentaciones literarias. No hace mucho he asistido a la presentación de Trilogía de la Transición de J.M. Benítez Ariza, reedición conjunta de sus tres últimas novelas, y de El mundo sin libros de María Jesús Ruiz, libro ilustrado en su cubierta por Carmen Benítez Robles, hija de aquél. Gracias a estos encuentros de personas que hace tiempo que no veía, he encontrado un editor para mi libro de relatos Desconexión, y conocer a otras nuevas. Hablando con un viejo amigo, pintor a sus horas, me pude explicar a mí mismo, al fin, por qué dejé de pintar: de todas las artes, la pintura es la más obsesiva, la que requiere una dedicación artesana más completa, y un espacio más delimitado; el pintor que vive prácticamente recluido en su taller responde a una realidad necesaria, e inevitable. Crear es sufrir, y el pintor sufre especialmente; yo, cuando escribo un poema o un relato, vivo también esa exaltación que acompaña el proceso creativo, y la angustia dolorosa que precede el hallazgo de la forma adecuada, pero no creo que pudiera prolongarla tanto tiempo sobre un lienzo en mi casa, ansiedad preventiva del perfeccionista.
Vale.
Imagen: Giorgio De Chirico, L'ospite misterioso, 01934
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