Amigo lector:
Este mes de abril concluye lluvioso y ventoso como si Iris y Eolo se resistieran a dejar un romance entretejido sobre esta bahía tornasolada. Me han pasado estos días algunas cosas, que ignoro si serán signo de lo porvenir o mero polvo en suspensión de lo olvidable, y de las que te quiero hacer acta. Así, he tenido un encuentro con mi viejo amigo y profesor de pintura y otro viejo alumno después de bastante tiempo, y, contra lo que yo creía, había bastante ganas de verse y hablar y beber hasta las tantas en el taller de aquél. La soledad, en verdad, no perdona a nadie, y hay cierta necesidad de puntos de referencia, a los que volver de vez en cuando para afrontar el miedo inevitable a la vejez.
Una lección en este sentido es la que me aporta estas últimas semanas mi perra, que ha desarrollado una cojera en una pata que tuvo que ser operada por rotura cuando era cachorro: la placa metálica le ha producido con los años -ahora tiene 14 años lo que la convierte en una perfecta anciana- un quiste, que espero, en todo caso, que sea benigno. Ella, no obstante, intenta moverse y hacer todo lo que ha hecho hasta ahora, saltar y correr, aunque sea encogiendo la pata afectada, sin que se note que se queje de ninguna manera. Dicen que los perros también sienten miedo cuando perciben que les abandonan las fuerzas en la vejez, pero es verdad asimismo que también parecen aferrarse a la vida con más dignidad que muchos humanos.
Veo así en algunos grupos de alumnos un comportamiento aberrante, que se manifiesta, entre otros fenómenos, en actuar en el aula como si estuviesen en una caseta de feria, actitud que no cambian cuando entra el profesor. Y uno tiene que armarse de toda su determinación y desafío para hacer frente a esta situación y hacerlos callar. Afirmarse. Y observar cómo les fastidia que se les llame la atención, como si el hiperegotismo infantiloide en que parecen vivir los convirtiera en autistas de la conciencia de sus obligaciones sociales -que lleva a algunos a reprochar a los que tienen mejores notas una falta de solidaridad con su aspiración a cigarras-, y los hiciera pudrirse en el caldo prebiótico de sus deseos impulsivos que tienen que convertirse porque sí en derechos.
Afirmarse, y plantar cara a la gente que en el trabajo, el bloque o en la calle no te perdona que quieras ser independiente, y que tengas orgullo de ser lo que eres, no aceptando ser el objeto sumiso de sus frustraciones, mediocridades o rencores. Nunca te lo van a perdonar, pues está en su naturaleza, así que lo único que cabe es disfrutar haciéndoles frente.
Espero, en fin, que el tiempo mejore, y pueda volver a la playa con mi traje de neopreno a nadar en esas aguas cuyo fondo debe haber sido removido a conciencia por tantos temporales y tormentas estos dos últimos meses, y que, esa sí, materia primigenia me envuelva y me haga exudar la basura de mi conciencia.
Imagen: Maruja Mallo, Mensaje del mar, 01937
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