"Señora de mis días", llamó Abel Martín a la Muerte en su agonía, que quiso sonreírle, pero no sabía. Esta machadiana personificación de la muerte se inserta en una tradición realmente antigua. La muerte es una amiga, pues libra al sabio de los sinsabores y desengaños de la vida material, y le abre las puertas de la verdadera Vida.
La desesperación del perdón de los pecados, la enfermedad mortal para Kierkegaard, abrió la puerta a la angustia, y a la posterior indiferencia amnésica respecto a la muerte que caracteriza a nuestras sociedades del Bienestar.
Por otra parte, la no existencia de la muerte mientras estamos vivos, sofístico consuelo epicúreo, y el melancólico carpe diem que resuena desde las tumbas romanas se asumen de modo hedonista y superficial en nuestro mundo. Así, el pretender vivir cada día como si fuera el último resultaría muy cansado y estresante, aparte de absurdo.
La vida es, en fin, corta y larga al mismo tiempo, marcada por ritmos naturales implacables. No se debería tener miedo a la muerte más allá del instintivo, si hacia el final de nuestra vida nos sentimos orgullosos de nuestro trabajo, y del legado que dejamos tras de nosotros, aliviándonos de la fatiga del sí mismo.
Imagen: Alfred Rethel, Der Tod als Freund
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