El amor es una urgencia que a cierta edad empieza a verse sometida a ciertas consideraciones: conveniencia, distancia, economía, y otros cálculos difusos; la diferencia de años puede convertirse también en una fuente de angustia, o tal vez de alivio, en cuanto se acepta resignadamente volverse contemplador de lo bello, aunque no exento de deseo, contra los preceptos kantianos. El amor es un fantasma que perseguimos gustosamente, y que se alimenta de efluvios, reñidos con la cobardía, y, sobre todo, con el desaliento.
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