Amigo lector:
Han pasado varias semanas desde mi última carta abierta. Debo reconocer que este verano ha sido particularmente movido, y ha puesto a prueba mis nervios, más templados de los que yo creía al principio. Mi participación en las asambleas de julio del MCRC y mi elección como vocal de la Junta Directiva de dicha asociación, -sorprendido aún por la actitud de los traidores al pensamiento de Antonio García-Trevijano que pretenden destruir el movimiento creado por él-, un grave problema familiar que me ha dado quebraderos legales de cabeza hasta que ha quedado encauzado, algún problema de salud, y una obra en casa han configurado la carta sísmica de mi ánimo. Espero, amigo, amiga, que a ti te haya ido mejor, aunque hay que desconfiar de las Tebaidas veraniegas, que, al poco de volver al trabajo, se desvanecen en el olvido, o peor en quejumbroso recuerdo. Seré muy raro, pero no para mí no supone ningún trauma volver a mi trabajo. Yo lo elegí, y hay millones que no lo tienen, los parados, que han desaparecido si os fijáis de los discursos políticos. Por otra parte, es cierto que mi colectivo, el de los profesores de secundaria, es uno muy machacado a la par que sumiso, y eso puede explicar muchas actitudes. Pero la verdad y la dignidad siempre por delante, y las cosas no serán lo mismo, os lo aseguro.
En un reciente desplazamiento en coche por la provincia, me vino el recuerdo de viajes similares realizados siendo niño en autos de familiares: el sol de la tarde que restallaba vivaracho o ya moribundo en los campos baldíos y cansinos, los meandros de la ruta colgados de la espera tediosa, el tropel de imágenes que eso desencadenaba en mi mente vagarosa: espejos, mujeres, más carreteras, ansias de infinito, cursos de agua, indefinida angustia... Nunca he hecho uso de mi carnet de conducir, y la carretera a veces me vuelve a colocar en ese estado de trance inane pero conmovedor al cabo. ¿Qué más podría esperar, yo, pobre sombra rodada?
En mi mesilla de noche me ha acompañado parte de este verano el libro décimo de las Metamorfosis de Ovidio. Siempre da éste la impresión de utilizar el leit-motiv de las transformaciones según el hilo temporal de la cronología mítica, tan determinada en la Antigüedad para ilustrar tabúes sexuales como la transexualidad en el caso de Ifis (aunque este mito pertenece al final del libro noveno, vv. 704-797), la pederastia en el Orfeo desencantado por el suceso de Eurídice (Ille etiam Thracum populis fuit auctor amorem / in teneros transferre mares citraque iuuentam / aetatis breue uer et primos carpere flores [10, 83-85]), quien será el encargado de cantar los amores homosexuales de Júpiter y Apolo por Ganímedes y Jacinto, el fetichismo de Pigmalión, el ansia incestuosa de Mirra, el peor de los pecados, -la prohibición universal señala por Lévi-Strauss que impedía el intercambio de mujeres entre las poblaciones primitivas-así afirmado por el propio Orfeo (...Scelus est odisse parentem; / hic amor est odio maius scelus... [10, 314-315]), de acuerdo con la sobria y conceptuosa expresión poética del poeta sulmonense, tendente al paralelismo, y a la construcción quiástica; también canta Orfeo al fruto de ese amor prohibido, Adonis, condenado a un triste final, así como la bella y veloz Atalanta, víctimas de la imprudencia y de la impiedad.
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