El socialdemócrata de nuestros días encuentra radical cualquier afirmación de certeza política que se presente como tal, y, no como sujeta a relativización; prefiere, pues, las opiniones que caigan en el dominio de lo soft y light, de acuerdo con la sentimentalización con la que sustituye el pensamiento crítico, que se manifiesta en el predominio de la consigna emotiva sobre el criterio. Esa será, por ejemplo, la opinión que le merecerá la idea de la falta de libertad política colectiva, que le obligaría a sacudir su conciencia voluntariamente adormecida, y apartarse de las causas que prefiere defender, y que le permiten justificarse a sí mismo como "progresista" sin cuestionar el statu quo político, el de la partidocracia corrupta y protototalitaria, y al mismo tiempo colocarse bajo el paraguas del Estado, que quizás llegue incluso a subvencionar sus iniciativas políticamente correctas en el terreno medioambiental y ciudadano. En este aspecto, sería preciso hacer una distinción entre las personas verdaderamente altruistas, y el socialdemócrata. Aquéllas colaborarán, por ejemplo, con sociedades protectoras de animales, ONGs humanitarias, y voluntariados de ayuda a necesitados, es decir, estarán dispuestas a sacrificar tiempo y dinero por los demás.
Por otra parte, su proverbial afabilidad, la tolerancia que le caracteriza (la tolerancia entendida como virtud de las oligarquías, la de los que se consideran superiores a los demás, frente al respeto, virtud de los demócratas, que consideran a los demás sus iguales -es sintomático, pues, que estas gentes hablen constantemente de tolerancia, no de respeto-) sucumben a veces inesperadamente a súbitas explosiones de ira ante cualquier "retrógrado", al que lleven ya demasiado tiempo tolerando en su benevolente hipocresía.
Imagen: Otto Dix
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