De niño me fascinaba la oscuridad de las calles parcheada por las mortecinas luces amarillentas del alumbrado público, y ahora sólo llego a rozar esas sensaciones en el territorio fluctuante de los sueños, esa otra patria nuestra que disputamos a la vigilia a tiros de una memoria siempre escasa de municiones.
Presentía, quizás, que es en esa zona de penumbra donde el arte, ese don impreciso que nos salva de la adoración de las moscas, tiene su germen.
Imagen: André Kerstész
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