Después del ajetreo de una boda, aunque sea modesta y familiar, da cierta dulce pereza embarcarse en un viaje, que en épocas pasadas debía tener algo de azaroso e iniciático, dada las pretéritas dificultades que tenían antaño los novios para conocerse íntimamente. Ahora, empero, la alteración de la rutina y el extrañamiento que implica todo viaje quizás sea la mayor suerte de aventura que pueda esperar a unos novios ya maduros, pero que quieren creer que no han perdido toda la capacidad de asombrarse de sí mismos y del otro.
Ilustración: Ogle Winston
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