Del 9 al 21 de mayo he estado acompañando a un grupo de alumnos de 1º de bachillerato y bachibac a un intercambio con el instituto Jules Verne de Nantes. Aunque ya conocía el sistema educativo francés, esta vez he podido profundizar aún más en sus peculiaridades. Su manera de trabajar, como es sabido, es bien distinta: los profesores cuentan con 18 horas lectivas en un horario que se extiende entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde, con una pausa entre 12 de la mañana y 2 de la tarde aproximadamente para comer. No están sujetos a realizar guardias como nosotros (para eso hay un personal aparte contratado, les surveillants), ni a ser controlados de un modo semipolicial sobre sus horas no lectivas en el centro; tampoco están organizados en departamentos didácticos con la obligación de reunirse una vez por semana. Ahora bien, esta relativa independencia queda contrabalanceada por el hecho de que pueden recibir la visita, al menos una vez al año, de un inspector del ministerio que va a puntuar su trabajo, de lo que va a depender su promoción y aumento de sueldo. Esto marca, sin duda, una diferencia importante, pues la inspección en España no está capacitada, en general, para estas funciones, pues los inspectores han dejado de ser especialistas en alguna asignatura para ser correas de transmisión de la pureza pedagógico-administrativa de las leyes educativas, y, como los políticos de los que dependen, no les gusta descender al día a día del aula, y, en algunos casos escandalosos llegan a aceptar injustas reclamaciones sobre notas.
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