Esta tarde fui a mi médico. Es un hombre ingenioso y culto al que le gusta intercambiar impresiones, aunque sea brevemente. Hablando del tema de la rabia, pasó mi amigo galeno a afirmar que las historias esotéricas de brujas, y monstruos tienen un origen científico. Así, la historia de los ajos como repelente de los vampiros tiene su origen en el hecho de que la picadura de los murciélagos -transmisora, por otra parte, de la rabia- hace que sus víctimas sufran un choc anafiláctico si consumen ajo, al tiempo que adquieren una capacidad inmunitaria extraordinaria, que hará, por ejemplo, que no padezcan nunca más de enfermedades como la gripe.
Por otro lado, enfermedades deformantes del rostro, y provocadoras de un aumento exagerado de la vellosidad (como la lepra y algunos tipos de lupus) provocaba que en épocas pretéritas sus pacientes fueran obligados a vivir retirados, en parajes inhóspitos o incluso cementerios. Imagínate -me dijo- esos parajes londinenses, cubiertos de bruma, y esos cementerios, moteados de fuegos fatuos producto de la descomposición cadavérica, donde, de pronto, detrás de una lápida surge un rostro hirsuto y deforme, ¡el hombre lobo! Me enardeció por un momento su habilidad narrativa, y su imaginación visual, que parecía sumergirme en una película de la Hammer. Lamenté hoy, más que otras veces, salir de su consulta, y sin sorprenderme de que haya tantos médicos escritores.
Imagen: Luis García.
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