La vuelta a las clases es un pequeño cataclismo para el que nunca se está preparado del todo; en una semana se consuma el paso del ilusorio idilio vacacional consigo mismo a la sobreexposición al otro en forma de compañeros, jefes y alumnos (sin hablar de las compañeras, jefas y alumnas, pero como yo no creo en la ideología de género las doy por entendidas). Vuelven los vértigos, las secuelas del estrés, como hueras guadañas o espadas de Damocles gravitacionales, la fuerza de la voluntad que intenta sobreponerse a esos mareos que en la correosa madrugada te mal llevan por la acera, y el piloto automático del coraje que une pone cuando, por fin, se halla delante de sus alumnos, y se crece, porque, durante esa hora, todo parece tener sentido, o al menos, continuidad.
Ilustración: Karl Hubbuch.
Ilustración: Karl Hubbuch.
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