He estado unos días en Salamanca con mi mujer. Nunca había visitado la ciudad, y la verdad es que me ha conquistado. Es abarcable, y, al mismo tiempo, inaprehensible en sus recovecos, donde el tiempo transpira, transido de la juventud ambiente que da a esta ciudad universitaria ese aire ambiguo de convivencia gozosa e inefable de lo nuevo y lo antiguo, de lo eterno renovado en suma.
El tiempo, que ha vuelto esa piedra tan característica de las edificaciones salmantinas dorada y rojiza, como con vida propia; piedra que es rompeolas de lo humano civilizado, de su impenitente vocación de permanencia.
6 comentarios:
Hace años tuve la suerte de hacer dos cursos de cinco y tres semanas en Salamanca y me enamoró. Este año he estado una semana en un curso en enero y he vuelto a disfrutar de lo lindo. Como a ti, me encanta esa ciudad.
Un abrazo.
Envidia me has dado, amigo Opinador.
Un abrazo.
No se olvida Salamanca.
Saludos.
Ese color de la piedra tan bonito... Y la luz. Y todo. El campo de Salamanca de morirse, no es la ciudad solo. Un abrazo, la próxima vez con visita a las provincias cercanas, ¿vale?
es inolvidable, amigo del Retablo.
Saludos.
Querida Aurora, tengo propósito de enmienda, y estoy listo para el acto de contrición y la penitencia.
Un abrazo.
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