MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

sábado, 28 de diciembre de 2013

"MACBETH" EN LA VERSIÓN RÍTMICA DE AGUSTÍN GARCÍA CALVO




Disgustaba a Nietzsche la mezcla de lo elevado y lo vulgar que detectaba en Shakespeare, por comparación con los Trágicos griegos. Es esa variedad de tonos, empero, la que da razón de la modernidad imperecedera del dramaturgo inglés. Y no podía encontrar traductor más atento a sus filigranas lingüísticas y estilísticas el autor de Macbeth que el añorado maestro zamorano, fallecido hace poco más de un año. No compartir sus ideas políticas no debería ser óbice para reconocer su inmenso mérito científico y literario, tan poco apreciado por estos pagos. Ciertamente, la figura de García Calvo se antoja ciclópea en el panorama de la mesocracia intelectual, moral y artística actual alentada por nuestra Monarquía de Partidos o Partitocracia socialdemócrata, y, por lo tanto, silenciable bajo el peso de la cultura mediática.
Así, frente a los egos tumultuosos que produce el mundillo literario, con tipos como el del censor gallináceo, platonista del tres al cuarto, e hipócrita expendedor de títulos de poeta, y el de la figurita literaria que ejerce la más rastrera de las envidias, la dirigida hacia el que está "por debajo" en el "escalafón" literario, ambos tipos símiles (asinus asino pulcherrimus), y concordes (inter inhonestos similitudo morum), García Calvo niega su identidad individual de literato, para profundizar en la razón común del lenguaje, que yace en la pluralidad anónima del "pueblo"; y, por ende, contra la poética normativa hepta-endecasilábico-sonética, García Calvo desarrolla nuevos moldes métricos y estróficos en español (véase, por ejemplo, su pródigo Libro de conjuros).
La traducción que publica el maestro zamorano en 1980 procede de una refundición de la que hizo 25 años antes para representarla con una compañía ambulante por su provincia natal. Se trata, pues, de una versión apta para el oído y las tablas, ajenas a las convenciones prosaicas de la Literatura, y su sierva, la Traducción, como señala García Calvo en su Introducción:


Así como apenas puede esperarse que la simple lectura entienda debidamente la virtud del ritmo de estos versos por los que discurre lo más del drama (un ritmo que, siguiendo en lo principal la tradición del verso inglés, pero con alteraciones que mi propia tradición me ha venido deparando, trata de dar, sin ajustarse a esquemas silábicos literarios, lo justo de medida y compás para hacer palpitar la voz del comediante y alejarla del desmayo de la prosa), virtud que sólo también la recitación por actores bien articulados y sonoros podría poner a prueba, técnicos y enamorados de la voz, de las ondas y vibraciones temporales, en contra de la vergonzante reproducción del habla natural que el imperio de la Literatura (y de su prolongación, el cinematógrafo) impone de ordinario a los comediantes de nuestros tiempos. Tal vez encuentre este Macbeth una tropa de gentes animosas y sensitivas que se sientan tentados a la aventura de hacerlo andar sobre la escena.

Es, sin duda, un placer que sólo puedo encarecer el degustar la sombría belleza aliterante del original inglés, al tiempo que se la compara con la traducción de García Calvo, fruto de un finísimo oído, extremadamente sensible a estos rasgos, que guía firmemente una sabia mano que sabe trasponerlos  con gracia al español. Así, algunos ejemplos podrían ponerse al azar:

"Nada se tiene, todo se ha gastado, / cuando el deseo lo logramos sin contento. / Mejor es ser aquello que uno destruía / que por la destrucción morar en casa / de dudosa alegría" (Naugth's had, all's spent, / Where our desire is got without content: / 'Tis safer to be that we destroy, / Than, by destruction, dwell in doubtful joy", Act III, scene II).

"Rebelión mortal, no te alces hasta que la foresta / de Bírnam se alce, y ya Macbeth en su alto asiento / vivirá su arriendo a vida y pagará su aliento / al tiempo y la mortal costumbre. Pero aún tiemblo / una cosa por saber: decid, si a tanto alcanza / vuestro arte: reinará jamás la descendencia / de Banquo en este reino? (Rebellion's head, rise never, till the wood / Of Birnam rise, and our high-plac'd Macbeth / Shall live the lease of nature, pay his breath / to time and mortal custom. -Yet my heart / throbs to know one thing: tell me, -if your art / Can tell so much, -shall Banquo's issue ever / Reign in this kingdom?, Act IV, scene I).

"Mañana, y mañana, y mañana, avanza / escurriéndose a pasitos cada día, hasta / la sílaba final del tiempo computado, / y todos nuestros ayeres han alumbrado, necios, / el camino a la polvorienta muerte, ¡Fuera, fuera, / breve candelilla! No es la vida más que una / andante sombra, un pobre actor que se pavonea / y se retuerce sobre la escena su hora, y luego / ya nada más de él se oye. Es un cuento / contado por un idiota, todo estruendo y furia, / y sin ningún sentido" (To-morrow, and to-morrow, and to-morrow, / Creeps in this petty pace from day to day, / To the last syllable of recorded time; / And all our yesterdays have lighted fools / The way to dusty death. Out, out, brief candle! / Life's but a walking shadow; a poor player, / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more: its is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing, Act V, scene V).

sábado, 14 de diciembre de 2013

DE LA GRAVEDAD ESPAÑOLA




"Nous devînmes véritablement amis sans que ce sentiment prît chez le duc aucun caractère de protection ni chez moi quelque teinte d'infériorité. L'on reproche aux Espagnols une certaine gravité qu'ils mettent dans leurs manières, mais c'est pourtant en évitant la familiarité que nous savons être fiers sans orgueil et respectueux avec noblesse" J. POTOCKI, Manuscrit trouvé à Saragosse (version de 1804), ed. de F. Rosset et D. Triaire, p. 464.

"Nos volvimos realmente amigos, sin que ese sentimiento adquiriera en el duque ningún carácter de protección ni en mí ningún viso de inferioridad. Se reprocha a los españoles una cierta gravedad que introducen en sus maneras, pero, justamente al evitar la familiaridad, sabemos ser orgullosos sin soberbia, y respetuosos con nobleza".

Esta imagen tradicional de la gravedad española que da el conde Potocki, del que es sabido que sitúa su obra en una mágica Sierra Morena del siglo XVII, y que él mismo viajó por España, fue estudiada por la crítica alemana del s. XIX interesada por Calderón de la Barca y el Siglo de Oro.
No obstante, esta gravedad tópica es revisada desde un punto de vista negativa en una obra fundamental de la literatura alemana del s. XX, La montaña mágica de T. Mann (1922), que retrata la sociedad centroeuropea de vísperas de la primera guerra mundial:

"En fin... España estaba igual de lejos que el Cáucaso del centro humanista... ¡pero en la dirección opuesta! No hacia el extremo más laxo, sino hacia el más rígido; España no era ausencia de forma, sino exceso de forma; la muerte considerada como forma, por así decirlo... Allí la muerte no era sinónimo de liberación, sino de rigor absoluto... Negro riguroso, honor y sangre, la Inquisición, la gola almidonada, Ignacio de Loyola, El Escorial..." (ibidem, trad. de Isabel García Adánez).

Este tópico literario ha sucumbido casi totalmente al tópico popular septentrional actual que ve en los españoles un pueblo festivo, juerguista e indolente, imagen asociada a lo "latino". Estimo que ha contribuido a esta perspectiva la cultura socialdemócrata impuesta desde la llamada Transición. Así, si se vuelve al texto inicial de Potocki, se observa que esa reserva de trato tiene su sentido en la vida social, al asegurar, por ejemplo, a una persona en desventaja concreta frente al superior jerárquico en el trabajo, que la distancia respetuosa que marca el "Usted" le permite, de modo aparentemente paradójico desde los parámetros actuales, exigir con naturalidad y energía sus derechos y reclamar respeto, frente a la exigencia del tuteo que le suelen hacer esos mismos superiores, y que actúa como paralizante moral, e instrumento de manipulación del jefe, que con esa falsa familiaridad realiza un chantaje moral sobre el subordinado, al que, si vuelve a tratar de usted al superior, se le acusará de pérdida de confianza.
El tuteo, pues, que se ha extendido por todas las capas sociales, esa falsa familiaridad que busca una complicidad indefinida e incondicional, es inconcebible en una sociedad de tradición democrática cimentada como la francesa. Esa campechanería despreocupada que pretende inundar el trato social español basado en el tuteo -que se presenta incluso como rasgo del carácter del Jefe del Estado- es también propia de la corrupción político-económica y moral que se siente impune en nuestra partitocracia, y que se ofrece como modelo al conjunto de la sociedad -cuius regio, eius religio-. Así, el camarero te tutea, el tendero te tutea, los alumnos te tutean, tu jefe te tutea, es decir, todos lo que quieren conseguir algo de tí. Esperan que "te enrolles", que no protestes, porque "eres colega, enrollao", que los apruebes sin exigirles que trabajen y estudien, que sean responsables, de acuerdo con esa pedagogía de la frivolidad y del igualitarismo ramplón de la que habla G. Luri, impuesta por decreto.



Ilustración: OPS

sábado, 7 de diciembre de 2013

TIEMPO DE ENFERMEDAD




Un enfermo sufre, entre otras, una cura de humildad; si la dolencia es repentina, o se trata de un accidente, ese parón vital puede resultar psicológicamente devastador, pues hace saltar por los aires la urdimbre del tiempo engarzada en rutina, y el doliente se asoma, así, a un abismo vertiginoso. El recuerdo es el alma misma, decía san Agustín, su esencia, y el yo es la certidumbre de continuidad que proporciona la memoria en el tiempo. De tal suerte, puede verse andar al enfermo por la calle con lentitud y cautela, producto, en parte, de esa necesidad de amoldar su masa de recuerdos -su yo- a ese otro tiempo que vive, extraño, dilatado y sin bordes.
Esa misteriosa relación entre tiempo y enfermedad fue explotada literariamente por Thomas Mann en La montaña mágica (1924), un Zeitroman, "novela del tiempo" en palabras del autor, cuya intención es "narrar el tiempo". Efectivamente, en esta vasta obra de vocación enciclopédico-filosófica aparecen desperdigadas continuas reflexiones sobre el tiempo, centradas en cómo es vivido por los pacientes de enfermedades pulmonares del sanatorio de alta montaña Berghof, y, en la manera en que cambia su percepción y actitud hacia lo que llama Mann "el tiempo absoluto" (o real, diríamos ahora, el tiempo "de las gentes de abajo", como se dice en el libro, frente al tiempo psicológico que prevalece en el lugar, y que le da su carácter irreal, y, en cierto modo, mágico), actitud de la que se contagia el joven Hans Castorp, que llega al sanatorio para pasar unas breves vacaciones junto a un primo enfermo, pero que se quedará allí siete años, período en el que Mann como harto pedagógico narrador omnisciente conduce al lector por los vericuetos del aprendizaje vital e intelectual que realiza el joven, de acuerdo con el marco del Bildungsroman ("novela de aprendizaje"):

"Por supuesto que se daba importancia a la subdivisión del tiempo; se observaba el calendario, el ciclo de las estaciones, el retorno de cosas externas. Ahora bien, medir y contar el tiempo individual -el tiempo, que para cada uno de los de allí arriba era algo estrechamente unido al espacio- era cosa de los principiantes y de los que estaban de paso; los veteranos vivían al margen de toda medida, en la eternidad de cada día, en el día eternamente repetido; y cada uno, con gran sensibilidad, daba por supuesto que los demás cultivaban el mismo deseo que él" T. MANN, La montaña mágica, trd. de Isabel García Adánez, p. 597.

Y el espacio, ese espacio, es la dimensión inseparable de ese tiempo distendido y oblongo, al filo de la parálisis de la eternidad:

"Caminamos, caminamos. ¿Desde cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Qué sabemos? Nada cambia a nuestro paso; el "allá lejos" es igual que el "aquí", "ahora" igual que "antes" y que "después", el tiempo se ahoga en la monotonía infinita del espacio, el movimiento de un punto al otro ya no es movimiento... y donde no hay movimiento no hay tiempo" (Ibidem, p. 800).



Ilustración: Marcel Dzama


lunes, 2 de diciembre de 2013

23-F



D. Antonio García-Trevijano y D. Diego Camacho, capitán del CESID en la época, hablan sobre Alfonso Armada y el 23-F