MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 27 de enero de 2017

ÚLTIMAS HORAS DE MAÏAKOVSKI





La vista se cansa

bajo la pluma el papel se desgarra garabateado

la pantalla del ordenador ni seduce ni incita

los gestos, antaño preparatorios, sólo alimentan

sospechas, ahora, de sinsentido, payaso del tedio:

el arte ya no espesa el vacío,

ni las envidias propias y ajenas bruñen espejos.

Es la pistola metáfora aguada, coda irreversible,

fiel y brutal corrector de la desolación programada.





Poema publicado por primera vez en la revista "Voladas" nº 6, a la que rindo homenaje.

Imagen: retrato de Vladimir Maïakovski por Aleksandr Rodchenko, 01924


miércoles, 25 de enero de 2017

¿ES ESPAÑA UN PAÍS MONÁRQUICO?






Se da por sentado que España es un país monárquico por tradición, como Inglaterra. No obstante, habría que plantear varios peros a tal afirmación. Como forma de gobierno propia del Antiguo Régimen, en España lo ha sido en paralelo a otras naciones continentales europeas. Tras la convulsión, empero, de la Revolución Francesa, la monarquía en nuestro país se ha mantenido por el apoyo del ejército, primero, del extranjero de los Cien Mil Hijos de San Luis de la Santa Alianza para mantener su pacto de restauración de las monarquías del Antiguo Régimen, y luego con el sostén de los distintos pronunciamientos militares decimonónicos que acabaron desembocando en la Restauración borbónica en la persona de Alfonso XII en 01874 tras el breve paréntesis de la I República. Hasta ese momento, la política española estuvo marcada por ese llamado "baile de generales". Ya en el siglo XX, Alfonso XIII se apoyó en la dictadura de Primo de Rivera, hasta las famosas elecciones municipales de 01931, que le llevaron a huir precipitada y deshonrosamente (dejó atrás a su familia) a Cartagena, camino de Roma.
El vencedor de la Guerra Civil, el general Franco, católico tradicionalista y autoritario más que fascista, para legitimar more suo su régimen dictatorial, decidió nombrar como sucesor al nieto de Alfonso XIII, don Juan Carlos de Borbón, para lo cual había conseguido previamente que su padre, don Juan, lo enviara a España para recibir la educación que el dictador consideraba adecuada. Una vez que quedaron claras las intenciones de Franco, don Juan exigió a su hijo que no aceptara ser el sucesor de un dictador. El delfín de Franco, empero, prefirió traicionar a su padre y jurar los Principios del Movimiento. Experto en traiciones, decidió también traicionar a su padre adoptivo y su Instauración (en la que significativamente el monarca es también Capitán general de los Ejércitos), favoreciendo un régimen basado en el acuerdo entre las fuerzas vivas del régimen franquista y la oposición, a su vez traidora al designio de ruptura democrática de la Junta Democrática dirigida por Antonio García-Trevijano. Había nacido, pues, la Monarquía de partidos, basada en una Carta Otorgada, que no Constitución nacida de un proceso constituyente, y en el llamado Estado de las Autonomías, como instrumento de corrupción, clientelismo y desnacionalización promultiestatalista de la sociedad civil.
El balance no ha podido ser, en fin, más desolador: la monarquía no ha hecho nada más que favorecer el auge separatista, y ser cómplice de la corrupción de los partidos estatales, esperando que los gobiernos sucesivos de los dos partidos mayoritarios hicieran la vista gorda con la propia. Así, el rey Juan Carlos I, al que la historia no juzgará tan favorablemente a medida que siga derrumbándose el pacto de silencio creado en torno a él por el régimen y sus medios, asustado como su abuelo y cargado de escándalos sexuales y económicos, abdicó repentinamente tras unas elecciones europeas en las que vio tambalearse la exclusividad en la alternancia en el poder de las dos patas del régimen, geminación del antiguo partido único. Pudimos asistir luego a la vergonzante y apresurada toma de posesión de su sucesor, a la que el llamado absurdamente ahora "rey emérito" (como si pudiera haber dos) no se dignó siquiera asistir. Todo lo cual, sin duda, no contribuye a demostrar que exista una tradición monárquica en España, donde la mayoría del pueblo pasó de ser franquista a juancarlista sin solución de continuidad, y donde la monarquía de partidos sólo tiene razón de existir mientras continúe este régimen partidocrático, en el que no existe ni democracia representativa ni separación de poderes.





Imagen: representación de "Escorial" de Michel de Ghelderode en el Teatro Helénico

viernes, 13 de enero de 2017

LIBERTAD DE PENSAMIENTO




Entre 01938 y 01965 Arthur Kaufmann compuso su tríptico Die geistige Emigration, "la emigración intelectual", en el que retrata a un grupo de representantes del mundo de la artes y las ciencias de lengua alemana, huidos a Estados Unidos desde el dominio del III Reich nacionalsocialista.
Estas personas perdieron su libertad de expresión en sus países de origen, pero no la de pensamiento. En la Europa de nuestros días, y centrándonos en España, existe un modo de totalitarismo difuso que ataca directamente a la libertad de pensamiento. Es lo que ha venido a llamarse consenso, que, como modus agendi de la oligarquía política, ha acabado permeando a la sociedad civil. El consenso es en sí antidemocrático y antiintelectual, pues exige el sometimiento a una postura apriorística, en nombre del acuerdo y la concordia, eufemismos de una servidumbre voluntaria que es característica de las sociedades civiles sometidas a los regímenes partidocráticos como el español.
Llegar a un consenso, pues, es la ambición máxima de cualquier reunión o encuentro, sea en la administración o en la sociedad en general. El disenso, por otra parte, sufre además el acoso combinado de lo políticamente correcto, el comunitarismo, la ideología de género y el buenismo, rasgos de la ideología nihilista socialdemócrata, que se caracterizan por su afán de modificar y controlar el lenguaje como vía directa de control del pensamiento.
Así pues, la persona que no quiera limitarse a repetir los eslóganes que le han enseñado en la escuela o en los medios de comunicación, se encontrará con recursos asumidos de autocensura mental, que le llevará a evitar lo que pueda considerarse conflictivo, capaz de herir susceptibilidades, o lo que se afirme con cierta rotundidad y seguridad.
Estamos, en fin, en una época en que adquiere plena validez la afirmación de Thomas Mann de que el que desafía las ideas hechas de una sociedad es un héroe.

viernes, 6 de enero de 2017

DOLENCIAS INCOMPRENDIDAS





En uno de sus numerosos autorretratos, el artista alemán Walter Gramatté (1897-1929), se presenta como la viva imagen de la desolación. Bajo su gorra de combatiente de la I Guerra Mundial, sus pupilas taladran al espectador comunicándole una avasalladora tristeza, desde un rostro demacrado cuyos ojos resaltan bajo unas cejas enarcadas de dolor, y dentro de los trazos rojos magistrales que los enmarcan, y bajan por sus mejillas como surcos ardientes de un llanto inextinguido.

Las dolencias psíquicas a veces no encuentran tan fácil compasión (en su sentido etimológico, compatior, "sufro con"), y comprensión. En España el 30% de las consultas médicas tienen que ver con problemas psíquicos; sin embargo, los médicos suelen agotar todas las pruebas orgánicas hasta derivar al paciente a un psiquiatra. Socialmente, por otra parte, este tipo de enfermedades sufre aún de incomprensión. El enfermo de depresión o ansiedad resulta en ocasiones extravagante para su propia familia o pareja. No se cree que lo que se padece sea algo realmente grave, sino una rareza inquietante que no debe excusarle de soportar todas las presiones que haga falta en su entorno laboral o familiar. Son "agobios que le dan", "manías", "comeduras de coco". Así, por ejemplo, el paciente de ansiedad, cuyo umbral de resistencia a las situaciones estresantes es inferior al del individuo considerado normal (la normalidad que criticaba Erich Fromm), y que debe, por tanto, recibir medicación, no será tan preguntado por su salud como si, pongamos por caso, padeciera de gota. Consecuentemente, muchos pacientes tenderán a considerar su enfermedad como una debilidad vergonzante, digna de ser ocultada como una venérea, como el participante en las votaciones de la partidocracia oculta vergonzosamente a los encuestadores o dentro de una cabina en el colegio electoral su dejación de responsabilidad política en forma de papeleta, pues en su fuero interno no deja de ser consciente de que no está eligiendo realmente nada, y que si vota es porque cree que es un deber -ilusorio- participar en el mantenimiento de la mentira, de la que espera, iluso, obtener, no obstante, algún beneficio indefinido.

Ciertamente, en algunos sectores laborales estas dolencias están contempladas como enfermedad profesional, y, por lo tanto, susceptibles de baja. No obstante, todo este entorno esperará que el enfermo reincorporado al trabajo vuelva como si nada, como si fuera una máquina reparada y reluciente, y no una persona al que este tipo de males no dejen huellas, pues muchos no dejan de ser crónicos, y sólo se pueden mitigar.