MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

sábado, 28 de diciembre de 2013

"MACBETH" EN LA VERSIÓN RÍTMICA DE AGUSTÍN GARCÍA CALVO




Disgustaba a Nietzsche la mezcla de lo elevado y lo vulgar que detectaba en Shakespeare, por comparación con los Trágicos griegos. Es esa variedad de tonos, empero, la que da razón de la modernidad imperecedera del dramaturgo inglés. Y no podía encontrar traductor más atento a sus filigranas lingüísticas y estilísticas el autor de Macbeth que el añorado maestro zamorano, fallecido hace poco más de un año. No compartir sus ideas políticas no debería ser óbice para reconocer su inmenso mérito científico y literario, tan poco apreciado por estos pagos. Ciertamente, la figura de García Calvo se antoja ciclópea en el panorama de la mesocracia intelectual, moral y artística actual alentada por nuestra Monarquía de Partidos o Partitocracia socialdemócrata, y, por lo tanto, silenciable bajo el peso de la cultura mediática.
Así, frente a los egos tumultuosos que produce el mundillo literario, con tipos como el del censor gallináceo, platonista del tres al cuarto, e hipócrita expendedor de títulos de poeta, y el de la figurita literaria que ejerce la más rastrera de las envidias, la dirigida hacia el que está "por debajo" en el "escalafón" literario, ambos tipos símiles (asinus asino pulcherrimus), y concordes (inter inhonestos similitudo morum), García Calvo niega su identidad individual de literato, para profundizar en la razón común del lenguaje, que yace en la pluralidad anónima del "pueblo"; y, por ende, contra la poética normativa hepta-endecasilábico-sonética, García Calvo desarrolla nuevos moldes métricos y estróficos en español (véase, por ejemplo, su pródigo Libro de conjuros).
La traducción que publica el maestro zamorano en 1980 procede de una refundición de la que hizo 25 años antes para representarla con una compañía ambulante por su provincia natal. Se trata, pues, de una versión apta para el oído y las tablas, ajenas a las convenciones prosaicas de la Literatura, y su sierva, la Traducción, como señala García Calvo en su Introducción:


Así como apenas puede esperarse que la simple lectura entienda debidamente la virtud del ritmo de estos versos por los que discurre lo más del drama (un ritmo que, siguiendo en lo principal la tradición del verso inglés, pero con alteraciones que mi propia tradición me ha venido deparando, trata de dar, sin ajustarse a esquemas silábicos literarios, lo justo de medida y compás para hacer palpitar la voz del comediante y alejarla del desmayo de la prosa), virtud que sólo también la recitación por actores bien articulados y sonoros podría poner a prueba, técnicos y enamorados de la voz, de las ondas y vibraciones temporales, en contra de la vergonzante reproducción del habla natural que el imperio de la Literatura (y de su prolongación, el cinematógrafo) impone de ordinario a los comediantes de nuestros tiempos. Tal vez encuentre este Macbeth una tropa de gentes animosas y sensitivas que se sientan tentados a la aventura de hacerlo andar sobre la escena.

Es, sin duda, un placer que sólo puedo encarecer el degustar la sombría belleza aliterante del original inglés, al tiempo que se la compara con la traducción de García Calvo, fruto de un finísimo oído, extremadamente sensible a estos rasgos, que guía firmemente una sabia mano que sabe trasponerlos  con gracia al español. Así, algunos ejemplos podrían ponerse al azar:

"Nada se tiene, todo se ha gastado, / cuando el deseo lo logramos sin contento. / Mejor es ser aquello que uno destruía / que por la destrucción morar en casa / de dudosa alegría" (Naugth's had, all's spent, / Where our desire is got without content: / 'Tis safer to be that we destroy, / Than, by destruction, dwell in doubtful joy", Act III, scene II).

"Rebelión mortal, no te alces hasta que la foresta / de Bírnam se alce, y ya Macbeth en su alto asiento / vivirá su arriendo a vida y pagará su aliento / al tiempo y la mortal costumbre. Pero aún tiemblo / una cosa por saber: decid, si a tanto alcanza / vuestro arte: reinará jamás la descendencia / de Banquo en este reino? (Rebellion's head, rise never, till the wood / Of Birnam rise, and our high-plac'd Macbeth / Shall live the lease of nature, pay his breath / to time and mortal custom. -Yet my heart / throbs to know one thing: tell me, -if your art / Can tell so much, -shall Banquo's issue ever / Reign in this kingdom?, Act IV, scene I).

"Mañana, y mañana, y mañana, avanza / escurriéndose a pasitos cada día, hasta / la sílaba final del tiempo computado, / y todos nuestros ayeres han alumbrado, necios, / el camino a la polvorienta muerte, ¡Fuera, fuera, / breve candelilla! No es la vida más que una / andante sombra, un pobre actor que se pavonea / y se retuerce sobre la escena su hora, y luego / ya nada más de él se oye. Es un cuento / contado por un idiota, todo estruendo y furia, / y sin ningún sentido" (To-morrow, and to-morrow, and to-morrow, / Creeps in this petty pace from day to day, / To the last syllable of recorded time; / And all our yesterdays have lighted fools / The way to dusty death. Out, out, brief candle! / Life's but a walking shadow; a poor player, / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more: its is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing, Act V, scene V).

sábado, 14 de diciembre de 2013

DE LA GRAVEDAD ESPAÑOLA




"Nous devînmes véritablement amis sans que ce sentiment prît chez le duc aucun caractère de protection ni chez moi quelque teinte d'infériorité. L'on reproche aux Espagnols une certaine gravité qu'ils mettent dans leurs manières, mais c'est pourtant en évitant la familiarité que nous savons être fiers sans orgueil et respectueux avec noblesse" J. POTOCKI, Manuscrit trouvé à Saragosse (version de 1804), ed. de F. Rosset et D. Triaire, p. 464.

"Nos volvimos realmente amigos, sin que ese sentimiento adquiriera en el duque ningún carácter de protección ni en mí ningún viso de inferioridad. Se reprocha a los españoles una cierta gravedad que introducen en sus maneras, pero, justamente al evitar la familiaridad, sabemos ser orgullosos sin soberbia, y respetuosos con nobleza".

Esta imagen tradicional de la gravedad española que da el conde Potocki, del que es sabido que sitúa su obra en una mágica Sierra Morena del siglo XVII, y que él mismo viajó por España, fue estudiada por la crítica alemana del s. XIX interesada por Calderón de la Barca y el Siglo de Oro.
No obstante, esta gravedad tópica es revisada desde un punto de vista negativa en una obra fundamental de la literatura alemana del s. XX, La montaña mágica de T. Mann (1922), que retrata la sociedad centroeuropea de vísperas de la primera guerra mundial:

"En fin... España estaba igual de lejos que el Cáucaso del centro humanista... ¡pero en la dirección opuesta! No hacia el extremo más laxo, sino hacia el más rígido; España no era ausencia de forma, sino exceso de forma; la muerte considerada como forma, por así decirlo... Allí la muerte no era sinónimo de liberación, sino de rigor absoluto... Negro riguroso, honor y sangre, la Inquisición, la gola almidonada, Ignacio de Loyola, El Escorial..." (ibidem, trad. de Isabel García Adánez).

Este tópico literario ha sucumbido casi totalmente al tópico popular septentrional actual que ve en los españoles un pueblo festivo, juerguista e indolente, imagen asociada a lo "latino". Estimo que ha contribuido a esta perspectiva la cultura socialdemócrata impuesta desde la llamada Transición. Así, si se vuelve al texto inicial de Potocki, se observa que esa reserva de trato tiene su sentido en la vida social, al asegurar, por ejemplo, a una persona en desventaja concreta frente al superior jerárquico en el trabajo, que la distancia respetuosa que marca el "Usted" le permite, de modo aparentemente paradójico desde los parámetros actuales, exigir con naturalidad y energía sus derechos y reclamar respeto, frente a la exigencia del tuteo que le suelen hacer esos mismos superiores, y que actúa como paralizante moral, e instrumento de manipulación del jefe, que con esa falsa familiaridad realiza un chantaje moral sobre el subordinado, al que, si vuelve a tratar de usted al superior, se le acusará de pérdida de confianza.
El tuteo, pues, que se ha extendido por todas las capas sociales, esa falsa familiaridad que busca una complicidad indefinida e incondicional, es inconcebible en una sociedad de tradición democrática cimentada como la francesa. Esa campechanería despreocupada que pretende inundar el trato social español basado en el tuteo -que se presenta incluso como rasgo del carácter del Jefe del Estado- es también propia de la corrupción político-económica y moral que se siente impune en nuestra partitocracia, y que se ofrece como modelo al conjunto de la sociedad -cuius regio, eius religio-. Así, el camarero te tutea, el tendero te tutea, los alumnos te tutean, tu jefe te tutea, es decir, todos lo que quieren conseguir algo de tí. Esperan que "te enrolles", que no protestes, porque "eres colega, enrollao", que los apruebes sin exigirles que trabajen y estudien, que sean responsables, de acuerdo con esa pedagogía de la frivolidad y del igualitarismo ramplón de la que habla G. Luri, impuesta por decreto.



Ilustración: OPS

sábado, 7 de diciembre de 2013

TIEMPO DE ENFERMEDAD




Un enfermo sufre, entre otras, una cura de humildad; si la dolencia es repentina, o se trata de un accidente, ese parón vital puede resultar psicológicamente devastador, pues hace saltar por los aires la urdimbre del tiempo engarzada en rutina, y el doliente se asoma, así, a un abismo vertiginoso. El recuerdo es el alma misma, decía san Agustín, su esencia, y el yo es la certidumbre de continuidad que proporciona la memoria en el tiempo. De tal suerte, puede verse andar al enfermo por la calle con lentitud y cautela, producto, en parte, de esa necesidad de amoldar su masa de recuerdos -su yo- a ese otro tiempo que vive, extraño, dilatado y sin bordes.
Esa misteriosa relación entre tiempo y enfermedad fue explotada literariamente por Thomas Mann en La montaña mágica (1924), un Zeitroman, "novela del tiempo" en palabras del autor, cuya intención es "narrar el tiempo". Efectivamente, en esta vasta obra de vocación enciclopédico-filosófica aparecen desperdigadas continuas reflexiones sobre el tiempo, centradas en cómo es vivido por los pacientes de enfermedades pulmonares del sanatorio de alta montaña Berghof, y, en la manera en que cambia su percepción y actitud hacia lo que llama Mann "el tiempo absoluto" (o real, diríamos ahora, el tiempo "de las gentes de abajo", como se dice en el libro, frente al tiempo psicológico que prevalece en el lugar, y que le da su carácter irreal, y, en cierto modo, mágico), actitud de la que se contagia el joven Hans Castorp, que llega al sanatorio para pasar unas breves vacaciones junto a un primo enfermo, pero que se quedará allí siete años, período en el que Mann como harto pedagógico narrador omnisciente conduce al lector por los vericuetos del aprendizaje vital e intelectual que realiza el joven, de acuerdo con el marco del Bildungsroman ("novela de aprendizaje"):

"Por supuesto que se daba importancia a la subdivisión del tiempo; se observaba el calendario, el ciclo de las estaciones, el retorno de cosas externas. Ahora bien, medir y contar el tiempo individual -el tiempo, que para cada uno de los de allí arriba era algo estrechamente unido al espacio- era cosa de los principiantes y de los que estaban de paso; los veteranos vivían al margen de toda medida, en la eternidad de cada día, en el día eternamente repetido; y cada uno, con gran sensibilidad, daba por supuesto que los demás cultivaban el mismo deseo que él" T. MANN, La montaña mágica, trd. de Isabel García Adánez, p. 597.

Y el espacio, ese espacio, es la dimensión inseparable de ese tiempo distendido y oblongo, al filo de la parálisis de la eternidad:

"Caminamos, caminamos. ¿Desde cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Qué sabemos? Nada cambia a nuestro paso; el "allá lejos" es igual que el "aquí", "ahora" igual que "antes" y que "después", el tiempo se ahoga en la monotonía infinita del espacio, el movimiento de un punto al otro ya no es movimiento... y donde no hay movimiento no hay tiempo" (Ibidem, p. 800).



Ilustración: Marcel Dzama


lunes, 2 de diciembre de 2013

23-F



D. Antonio García-Trevijano y D. Diego Camacho, capitán del CESID en la época, hablan sobre Alfonso Armada y el 23-F



sábado, 23 de noviembre de 2013

ACTUALIDAD DE MANUEL CHAVES NOGALES


Señala Andrés Trapiello en su prólogo a El maestro Juan Martínez que estaba allí (libro que corresponde a un género híbrido como él mismo indica, presuntas memorias verídicas, conmovedoras y magníficas en todo caso, de una bailarín flamenco que quedó atrapado en Rusia durante la Revolución y la subsiguiente Guerra Civil, -prefiguración de la nuestra- alucinado testigo de las atrocidades de unos y otros -el furor asesino chequista, y la barbarie antisemita de los blancos-, y de la espantosa hambruna del pueblo bajo el paso rapiñador de ambos bandos, y de la burocracia soviética corrupta e inoperante) que Chaves Nogales "es un escritor relativamente nuevo en nuestra literatura [...] uno más de los escritores que quedaron sepultados por la guerra y el exilio". Fue, ciertamente, el propio Trapiello quien en Las armas y las letras (1994) dio a conocer el A sangre y fuego (1937) de Chaves, y llamó la atención sobre su prólogo: "Ese prólogo es, en mi opinión, -afirma Trapiello, a su vez, en su introducción a El maestro Juan Martínez...- de lo más importante que se escribió de la guerra durante la guerra [...] El mérito de Chaves fue decir lo que dijo cuando lo dijo [...] Su autor que se declaraba en ellas [sus palabras] un demócrata y un republicano convencido, permaneció en Madrid, al lado de la República, hasta el momento en que vio que ni las autoridades republicanas permanecían en sus puestos [...] ni en España se luchaba por la democracia, la primera víctima de aquella guerra a manos de ideologías comunistas y fascistas [...] Muchos lectores asombrados hubieron de llegar a la conclusión [...] de que justamente había sido la clarividencia de Chaves la que le había condenado al ostracismo. De nuevo los más beligerantes de uno y otro bando se ponían de acuerdo en quitar de en medio a los pocos que les acusaban de haber cometido crímenes atroces" (pp. XV-XVI).
Bajo la partitocracia actual, y su juego de máscaras socialdemócrata, la situación subsiste; en verdad, frente a las veleidades maniqueas de la llamada Memoria Histórica de unos, y los neofranquistas afanes revisionistas de otros, Chaves supone una luz de racionalidad incompatible. Un ejemplo reciente resulta de lo más clarificador al respecto: Hace unos días, en el parlamento catalán, el consejero de hacienda, en respuesta a un diputado que había citado a Chaves Nogales, vino a responder que no sabía quién era ese periodista, pero que le sonaba de derechas. Curiosa afirmación, en primer lugar, en el representante de un partido pequeño burgués nacionalista, y, por tanto, de derechas; en el nacionalismo, que surge históricamente de la pequeña burguesía, está, por otra parte, el germen del fascismo (a lo que no me parece extraño el continuo y sintomático sucederse de noticias inquietantes protagonizadas por la policía autonómica). En segundo lugar, delata la ignorancia y mediocridad crónica de los políticos de nuestra partitocracia, hija del franquismo, pero que tiene que renegar constantemente de sí misma aventando el espantajo de la "derecha", aunque ella sea su más prístina esencia, por haberse constituido en una falsa democracia, sin auténtica representatividad de los ciudadanos, sin separación de poderes, con unos partidos políticos que no nacen de la sociedad civil ni la representan, sino que son parte del Estado, y que velan férreamente por sus intereses en cuanto casta privilegiada político-sindical, y por los de la élite oligopólico-financiera que es su aliada, mentora y sostén, a costa de esquilmar y empobrecer a los ciudadanos.
Siguen siendo, pues, malos tiempos para Chaves, y para la libertad política colectiva (no las migajas de libertades públicas que ha concedido graciosamente el régimen, y que, como no han estado basadas en una libertad constituyente previa, puede quitárnoslas cuando se le antoje, como puede deducirse de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana que prepara el Gobierno), lo que no deja de engrandecer la figura del escritor sevillano ante los verdaderos demócratas.





sábado, 31 de agosto de 2013

RECUERDOS DEL JAPÓN (III)


“Bosque de árboles secos”. Frente al muro, los ojos
entrecerrados, sentía la inmovilidad de mi nuca,
dolores de mis rodillas, desaparición de mis piernas.
Oía el roce definitivo de la madera
contra la áspera tela de las túnicas negras.
El palmetazo en la espalda a hueco de mundos sonaba.
En el silencio ensordecedor se acolchaba la mente.
Se diluía mi yo sin palabras a que aferrarse.
Me hundía en la mismidad del rumor de la calle y los pájaros,
cuyo trino pausado eterno vibraba en mis huesos.
Paz y olvido más acá de la muerte presente
entre esas cuatro paredes, trasunto del Universo.
Insoportable de nítida la realidad resultaba
mientras abría los ojos, y el mundo y sus signos fraguaban
de nuevo; lo más lejos era que un hombre sin Dios llegaría.

(2008)


Imagen: zazen

sábado, 24 de agosto de 2013

RECUERDOS DEL JAPÓN (II)


Fue gracias a unos amigos del grupo de práctica de Tai Chi que supe a mediados de los años 90 que había cerca de Cádiz un dojo o centro de meditación zen, o za-zen "meditación sentado", según los principios del budismo zen japonés introducidos modernamente en Occidente por el maestro Taisen Deshimaru. Efectivamente, se encontraba en una localidad de la provincia, y, supe al poco de frecuentarlo, que había otro centro de meditación budista, en este caso tibetana, ¡en la misma calle! Ignoro si los parroquianos estaban al tanto de lo que pasaba tras aquella puerta sin reclamos, de aluminio y cristal esmerilado de apariencia tan poco oriental. Aquel dojo era un parvo local con un vestíbulo enmoquetado, dotado de un biombo y de percheros para cambiarse, donde los veteranos se vestían sus kolomos, o trajes negros de monje, y sus kesa; se pasaba de allí por un arco, a uno de cuyos lados se hallaban apilados los zafus o cojines de meditación, al tatami o sala de meditación en cuyo centro se hallaba una mesa con un mantel blanco y algunos objetos budistas. Los practicantes entraban haciendo el gassho o saludo, y se colocaban a poca distancia el uno del otro (el espacio no daba para más), sentándose en su zafu frente a la pared encalada, y adoptando la postura del loto (cada cual en la medida de su elasticidad muscular, claro está); la meditación basada en la respiración abdominal y elusiva de la distracción del pensamiento, sólo era interrumpida por algún koan o enseñanza tradicional del godo, o guardián del dojo, breves frases que parecían brotar no de su garganta sino de alguna caverna profunda de su interior, y por su paseo ritual con el kyosaku, o bastón de monje zen, cuyos palmetazos eran requeridos por quien quisiera con un gassho, con el fin de aliviar la tensión de la espalda; al final de cada sesión se cantaba el Hannya Shigyo de cara a los símbolos del Buda (aunque el godo insistían en que no se trataba de una religión lo que se practicaba allí).
La experiencia de la meditación me era gratificante; se salía de aquel cubículo con la impresión de que los sentidos se habían limpiado y sensibilizado, con una calma poderosa, por así decirlo, y con una energía que no sé si podría compararse a una borrachera de oxígeno.
Me gustaba, pues, ir allí a pesar del dolor de las rodillas; con todo, me fui distanciando poco a poco de la práctica hasta cancelar totalmente las visitas al dojo; a ello no fue ajeno el hecho del abandono repentino del dojo por parte de su carismático godo, tras unas jornadas de meditación en el campo, a las que asistió un monje amigo suyo, quien le reprochó mesuradamente el que hubiera roto los lazos, digámoslo así, con el dojo-madre; el godo dio por zanjada la discusión con apretones de manos y risas, pero ya no volvió a ir más al dojo, sin dar ninguna explicación, dejando con un palmo de narices al pequeño grupo de practicantes que había aglutinado en torno a él.
Este incidente me hizo reflexionar en cómo cualquier filosofía, religión, o vías cualesquiera, pueden ser no más que un mero caparazón autojustificatorio si el individuo en cuestión está dominado por la soberbia, el egoísmo, y carece de un intelecto realmente profundo, cuna de una verdadera sabiduría; en trances posteriores de mi vida la práctica de la meditación no me ayudó por sí sola a resolver mis cuitas y dilemas, sino la búsqueda de la verdad de uno mismo en el choque, a veces brutal, con la realidad.
No obstante, a veces practico la respiración abdominal, y sé que aquel pequeño grupo de practicantes perseveró y persevera en el za-zen en su recoleto dojo, y los admiro por eso.
He encontrado, por ende, otros casos de gentes que utilizan la religión, retorciendo sus postulados, para justificar su modo de vida egoísta, y abusivo, lo que me ha demostrado que siempre se debe emplear la inteligencia en cualquier circunstancia, y no hacer nunca suspensión de ella.




Imagen: Taisen Deshimaru

martes, 20 de agosto de 2013

CRISIS DE RÉGIMEN


Las últimas noticias de la actualidad política parecen confirmar de modo creciente la impresión de que nos hallamos en un período de fin de régimen; desafortunadamente, en la historia de España es patente que los regímenes se enquistan durante décadas, y a su final no suele ser extraña la violencia, o un gran perjuicio para el pueblo. Es, pues, en este punto interesante detenerse en la distinción que hace el politólogo español García-Trevijano entre lo político y la política; lo político para él es lo público, lo del Estado, mientras que la política es lo perteneciente al gobierno. Así, el consenso, base intelectual del actual Estado de Partidos o Partitocracia, asegura el no traer a la política asuntos como la corrupción o la situación económica desesperada de la gente.
Y es que la corrupción política es causa mayor de la ruina de la población; de tal suerte que, cuando se propone desde instancias financieras internacionales y europeas reducir un 10% los salarios, se obvia siempre, aparte de rechazar esta barbaridad abusiva, que la crisis y su manifestación más sangrante, el paro, tendrían pronto alivio si se libraran a la economía productiva los 100.000 millones de euros que cuesta el Estado de las Autonomías (manteniendo las que sí lo han sido históricamente, y fueron eliminadas por la fuerza de las armas, Cataluña y País Vasco), creado por el Sucesor de Franco y sus nuevos partidos estatales para asegurar cargos y prebendas a su clientela, que no ha hecho más que crecer (resulta, en este aspecto, muy sintomático el que el gasto de las CC AA se haya disparado un 20% durante la crisis, en vez de reducirse en proporción, al menos, a los sacrificios fiscales y salariales que se les exige a los españoles); ha sido, por otra parte, un gran éxito de la casta política el derivar parte del disgusto larvado de la gente respecto al sistema hacia la clase funcionarial, de la que los políticos y sus sindicatos neoverticales desconfían por sus principios constitutivos de mérito y capacidad, totalmente ajenos a su esencia corrupta y clientelista.
Dicho afán de crear división y tensiones ha sido una constante del régimen actual, como modo de ocultar sus miserias (véase muy recientemente el conflicto de Gibraltar, que, a pesar de evidentes motivos para ello, es ahora cuando se reactiva como cortina de humo ante la corrupción y la crisis económica); pero, mientras que en la sociedad civil sí existe derecha e izquierda, en los partidos políticos -que deberían constituir la sociedad política, entendida como intermediario entre la sociedad civil y el estado, pero que son estatales, pues viven de él y con él se identifican-, sólo hay socialdemocracia, que ha engañado durante muchos decenios a la gente con su siniestro señuelo del Estado del Bienestar; en cambio, cuando las cañas se tornan lanzas, por haber favorecido aquélla la conversión de la economía productiva en financiera, creando deuda para sostener el mastodonte presuntamente benéfico, no tiene empacho en cargar el peso del esfuerzo económico sobre los hombros de los ciudadanos (perdón, súbditos); cualquier cosa, pues, antes que la casta política recorte sus privilegios y gabelas así como los de los grupos financieros y empresariales oligopólicos de los que van de la mano (ha sido muy triste comprobar una vez más esto con el golpe de gracia dado al autoconsumo eléctrico vía energía solar en beneficio del oligopolio eléctrico). El Estado, en suma, está asumiendo su verdadero rostro de enemigo de gran parte de la gente, y es evidente que su reforma no va a surgir ni de la Monarquía, espejo de corrupciones, ni de los partidos estatales que viven de él, sino de un proceso de libertad constituyente que traiga un régimen auténticamente representativo y una democracia formal que, con sus reglas de juego de control mutuo entre poderes, ponga coto a tantos abusos.


Ilustración: Jorge Galindo y Santiago Sierra, "Los encargados".

lunes, 12 de agosto de 2013

NOCHE BLANCA DE LOS BARRIOS DEL PÓPULO Y SANTA MARÍA

Este evento, celebrado el pasado sábado bajo la organización de Cádiz Ilustrada, tenía como fin contribuir a la restauración del Monasterio de Santa María. Se realizaron visitas guiadas por los barrios del Pópulo y Santa María, y se abrieron de noche varias iglesias, que ofrecían diversas exposiciones, también guiadas. Fue una oportunidad singular de contemplar obras de arte que no son de acceso público, a pesar de mi prevención inicial de asistir a cualquiera de estas "noches blancas", que suponen per se un barbarismo lingüístico (la nuit blanche francesa, abriga el concepto de 'noche en vela, de vigilia'). El recorrido por el barrio del Pópulo, guiado por D. José Manuel Romo, nos llevó, entre otros lugares, por el antiguo colegio de San Martín (que fue el mío primero, y cuyo primer día, con su puerta y su campana, y yo diciéndole a mi madre que nos fuéramos, no he podido olvidar);





La llamada Casa del Almirante, uno de los edificios históricos civiles de la ciudad cerrado a cal y canto;


y ya fuera del barrio del Pópulo, cerrado por la antigua muralla medieval, y en los antiguos arrabales del barrio de Santa María (donde, por cierto, nací) visitamos la casa Lasquetty, antigua casa solariega recientemente restaurada como bloque de viviendas, y en la que se ofreció también un espectáculo flamenco;





situada como está a tiro de piedra de la iglesia de Santa María, de la que puede admirarse su singular fachada, y torre, dotada de celosías de las que se servían las monjas concepcionistas para otear la ciudad.



Más tarde visitamos la iglesia de San Juan de Dios, anexa al antiguo hospital del mismo nombre (donde nació un servidor), ahora residencia geriátrica. Aparte del interior de la iglesia, pudo visitarse, por turnos guiados, la sacristía, sita tras una pequeña puerta bajo el altar, y que parecía un polvoriento gabinete anticuario, en el que el tiempo se apretuja mixtificador contra el espacio menguante;









aunque la visita principal consistía en la Capilla Sacramental, recoleta y angosta, reservada a los monjes para su oración; una auténtica maravilla por su abigarramiento, y al mismo tiempo su incitación al recogimiento, con esos pequeños reclinatorios ante el altar, en cuyos espejos, ya sin azogue, se reflejaban obsesivamente las luces de la velas, que, como en un relato borgiano, debían multiplicar al infinito los reflejos en los azulejos de las paredes, convirtiendo en miríadas las órdenes religiosas allí representadas por un artista napolitano.












Concluimos la jornada visitando la iglesia de Santo Domingo, muy cercana a mi casa natal, así como de su sacristía;







Me impresionó la belleza del claustro, uno de esos recuerdos quizás negados a mi infancia;





En una capilla del claustro se ofrecía la exposición Domus Aurea, en la que llamaba la atención la riqueza de los brocados y orfebrería, pareja a la ingenuidad de la figuración religiosa, quintaesencia de una fe popular incapaz quizás de abstraerse del fulgor del oropel.












Fue, en fin, una oportunidad única, y quien sabe si irrepetible, de contemplar lugares y obras únicas de ese Cádiz quizás demasiado oculto; si el sueño es, como se dice, la medida de la felicidad vimos que alguno se quedó ya ahíto, y emprendimos el regreso.