MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 30 de abril de 2010

VERNISSAGE

Soy bastante torpe con las manos; no se me dan bien las reparaciones de la casa (cosa que me reprocha resignada y recurrentemente mi pareja), ni tratar con ingenios mecánicos o cibernéticos (mi hermano informático me dijo una vez que soy "incompatible con las máquinas"), a menos que tenga marcados pasos muy detallados y precisos (pásenme el manual de instrucciones, por favor). Ahí van unidas mi tendencia a la ensoñación y a la contemplación, a la que no se si contribuirá en algo mi zurdez.
Para paliar ese desasosiego y torpeza física, de más joven practiqué artes marciales no agresivas (Tai chi y Aikido), en las que tomé conciencia de la importancia de la observación, la concentración, y físicamente, de la prodigiosa ductilidad de las manos. Para no perderla, y ya que no está uno para tantos trotes, decidí recuperar hace unos años una vieja afición de adolescente: el dibujo.
Comencé, pues, a hacer dibujos al carboncillo; cuando me sentí seguro en esta técnica, pasé al pastel; pero, al cabo, tenía ganas de atreverme con la pintura.
Le pedí entonces consejo a mi amigo, el pintor y profesor Javier Molina, que fue también compañero de trabajo. Me aconsejó que, si quería pintar en casa, usara el acrílico, pues el óleo exige una "infraestructura" y ventilación incompatible con los interiores. El acrílico es una pintura plástica a base de polímeros que se inventó hace unos 50 años en Estados Unidos para revestimientos exteriores de edificios. Seca rápidamente, y es cómoda de usar en casa, pues la paleta y los pínceles se limpian rápida y facilmente con agua, y permite, con práctica, claro, conseguir efectos similares al óleo. Comencé pintando bodegones del natural a ratos. Excusadme la vanidad de mostraros el primero que pinté:


Luego, me atreví con las figuras, y pinté, a partir de una foto que tomé personalmente, el claustro del antiguo monasterio de san Juan de la Peña (Huesca), un lugar realmente mágico, donde la piedra, veteada de mil tonos minerales, armoniza extrañamente con las figuras que el hombre ha hecho nacer de ellas:



Ofrezco ahora un detalle. Mención de honor para quien encuentre la firma, y la descifre:


En la actualidad, estoy haciendo una copia de un cuadro de Turner (el que representa al navío Temeraire de camino al desguace). Tardo mucho tiempo en pintar un cuadro (me puedo llevar más de un curso con uno), y con Turner estoy aprendiendo la difícil alquimia de la mezcla de colores, tan desesperante a veces. En algunos libros aconsejan una paleta de hasta 12 colores, pero pienso que con 5 (blanco, rojo, azul, amarillo y negro) o 6 (más ocre) uno puede manejarse, y acercarse, con la práctica, a la magia de esa combinatoria cromática que fraguó en el iris de Dios.

martes, 27 de abril de 2010

CAMPO DEL SUR


Hay poemas que surgen de momentos de plenitud y exaltación, que con la madurez se hacen ¡ay! más escasos y dispersos. Éste es uno de ellos:

CAMPO DEL SUR

Ser una sensación nocturna, helada

en un lugar donde el mar bate en negro:

¡Ésa será la eternidad que quiero!

sábado, 24 de abril de 2010

25 AÑOS DESPUÉS


Con un poco de retraso se han celebrado hoy los 25 años (bueno, 26) de la promoción 1980-1984 del instituto La Salle-Viña de Cádiz. Allí nos dimos cita unas 40 personas con 26 años más a nuestras espaldas después de terminar nuestro (para mí añorado visto lo de hoy en día) C.O.U. En el vestíbulo del centro habían colocado la orla original, ya amarillenta por el tiempo, y fue una sorpresa encontrar en persona a gente que no veía hacía tantos años, y que reconocí en el acto. No se puede decir que no hayan cambiado (los años no pasan en balde), pero ahí estaban los viejos gestos y miradas, perennes a pesar de las arrugas o de las pérdidas de cabello. Fue emotivo reunirse con gente que se alegraba sinceramente de volver a verte, cuando uno tiene que lidiar en el trabajo con gente que te mira mal por sectarismo o pura estupidez.
Hubo una misa en la que tuve oportunidad de cantar algunas de esas viejas canciones que hacía décadas que no entonaba, y se recordó a un compañero malogrado, Francisco José Pérez Amaya. El instituto estaba abierto sólo para nosotros, y nos dimos una vuelta por él reconociendo nuestras antiguas aulas, y cómo muchas cosas habían cambiado poco (es un centro concertado donde sólo se ha dado bachillerato; si tuvieran E.S.O. el deterioro habría sido mucho más acelerado). Nos acompañó el hermano Sabino, que parece no haber apenas cambiado. Acto seguido, se procedió a una imposición de insignias y a un buffet que se prolongó en el patio. 
Creo que había un sentimiento de sincera alegría, y un ansia de reconocerse a sí mismos en los condiscípulos; somos gente de 43-44 años, se puede decir que en la plenitud de sus facultades, con familias y vidas organizadas (había hasta una compañera embarazada), y se disfrutaba plenamente recordando viejas anécdotas de nuestra vida estudiantil (es curiosa la memoria, que de tan subjetiva y personal, despertaba recuerdos que otros no compartían). No había cuentas pendientes: todos manifestaban sus virtudes y defectos con naturalidad, pero sobre todo con ansia de camaradería.
Allí volví a ver a alguna compañera que me cautivaba entonces por su belleza opulenta, luciendo ahora su figura aún curvilínea con alguna gloriosa -y hermosa a mis ojos- celulitis. Había alguna que te alegraba el día sólo con verla sonreír, y no me sorprendió, para mi asombro, experimentar la misma sensación hoy. Eché de menos a alguna otra compañera de la que estaba perdidamente enamorado, y a la que no me atrevía a decir nada en la época por mi tremenda timidez. Reunidos todos charlando en el instituto abierto para nosotros, constaté sin pesar la inexorabilidad del paso del tiempo, y cómo de buenos compañeros hemos pasado la mayoría a ser buenas personas, padres, madres y compañeros.
Nos prometimos no esperar a las bodas de oro para volver a vernos, y me ofrecí para crear un blog, una vez que me mandaran fotos y datos.
Espero que así sea. Un fuerte abrazo a todos, compañeros.

viernes, 16 de abril de 2010

IMÁN, CALIFATO INDEPENDIENTE


La música de Imán, califato independiente va unida inextricablemente a mi primera adolescencia. No puedo concebirla sin pensar en aquélla. En vez de escuchar Los 40 principales seguía una emisora local, Onda Jerez, y es allí, donde, de mano de un locutor cuyo nombre lamento no recordar, descubrí los discos de Imán (había otro programa, éste de noche y conducido por un presentador llamado Diego Velázquez, creo, que también pinchaba esta música, al mismo tiempo que, desprejuiciado, otras que consideraba decentes dentro del Tecno pop como Soft cell, pero el citado locutor diurno transmitía una particular pasión a la audiencia, y era acérrimo defensor de esta música relativamente marginal). Tenía un viejo tocadiscos en mi cuarto y allí escuchaba esta incomparable música, tumbado en la cama y con los ojos cerrados, hundiéndome en océanos de dolorosa profundidad (nada de extrañar, por otra parte, en un adolescente). Pienso que así buscaba inconscientemente dotar de cierta "magia" a esa "insobornable soledad", tan desconcertante y propia de esa etapa de la vida. Poseía sus dos discos de estudio en vinilo, su homónimo de 1978, y Camino del Águila (1980), aparte de algunas grabaciones caseras de alguna grabación en vivo retransmitida por Onda Jerez.
Años más tarde encontré en un bar de carretera del País Vasco el primer disco en CD -mi sorpresa fue mayúscula, e intenté no aparentar nerviosismo al pagar tan poco dinero por lo que consideraba una obra maestra-, y un amigo me hizo... (cave SGAE).
El grupo se disolvió en 1980. Creo que su historia posterior puede ser simbólica de lo ocurrido culturalmente en nuestro país. Al año siguente, vi a sus dos componentes principales y compositores, el extraordinario guitarrista Manuel Rodríguez y el no menos notable teclista Marcos Mantero vestidos de astronautas y actuando, creo recordar, en Aplauso. Entonces escuché quejarse amargamente al locutor de Onda Jerez de la ridícula tiranía comercial de las compañías de discos, y de la deriva que había tomado el grupo. A Manuel Rodríguez lo ví años después como guitarrista de La década prodigiosa, perfectamente camuflado, y a Mantero como teclista de Alaska. Ciertamente, la llamada Movida vino a arrasar con todo lo que se hacía antes en España en el terreno músical, llámese rock sinfónico o andaluz. No había lugar a la coexistencia pacífica. Los nuevos mandarines culturales sólo ofrecían esa exaltación de la mediocridad y la banalidad llamada Movida madrileña (con muy pocas y honrosas excepciones), que te metían hasta en la sopa, y que con el tiempo sólo ha servido para contribuir servilmente a la decoración de una "Fiesta de la rosa" de los magnates monegascos. Almodóvares y Mcnamaras tomaron el relevo de una generación musical que no tuvo medios, ni quizás tampoco demasiada confianza en sí misma para prolongar su arte. Son misterios del genio, que puede de improvisor enmudecer, quizás para siempre.
Hace un par de años pude asistir en Cádiz a un concierto que unía a los antiguos integrantes de Imán y Cai. Fue hermoso, pero ya nada sonaba igual que entonces, y constituyó, esencialmente, un ejercicio de nostalgia de lo que fue y no pudo ser. Con todo, di gracias desde lo más hondo de mi corazón a los componentes de Imán por esa música suya tan irrepetible, y que me sigue emocionando al borde de las lágrimas cada vez que la escucho.

viernes, 9 de abril de 2010

EN OTRA CIUDAD

Se me está pasando otro año sin ir a Sevilla. Me ocurrió lo propio el anterior. En verano no vas, porque hace calor; en otoño, porque tienes mucho que hacer y se te pasa el tiempo sin darte cuenta; en Navidad, porque tienes que ir a mil sitios; en Carnaval porque es Carnaval; en Semana Santa porque es imposible y no te gustan las bullas; y cuando no te quieres dar cuenta, llega la Feria (que no me gusta) y vuelta a empezar... Este fin de semana habría estado bien, pero me estoy recuperando de un trancazo. Me propuse muy en serio ir en enero-febrero, pero me lo desaconsejaron porque andaba por ahí el efebo Cruise rodando a la mayor gloria de sí mismo, y estaba el Centro intransitable...
¿Y por qué Sevilla? Quizás por una inconfesable nostalgia, nacida del hecho de que viví allí dos años, de 1987 a 1989, haciendo el segundo ciclo de mi carrera. Era la Sevilla pre-Expo, con lo que quizás llegué demasiado pronto. Los sevillanos dirán... Estuve viviendo el primer curso en Puerta Osario, y el segundo en la Avenida de Kansas City, muy cerca de la estación de Santa Justa, que entonces no estaba levantada. Me gustaba pasear mi angustia y fascinación por Alfalfa, la Gavidia, Alameda de Hércules, frecuentar la "Carbonería", y un bar donde actuaba un trío de jazz, y perderme, en general, por todo Santa Cruz, y volver, como afortunado náufrago, a la Plaza del Duque, y entrar en una tienda que creo que se llamaba "Sevilla rock", y que ya no existe. Allí me dirigí en junio de 1989, después de presentarme a la recuperación de una asignatura que me quedó (mi mente y mi cuerpo estaban entonces en otra parte), y de comprobar tranquilamente que era incapaz de escribir nada y tras entregar el examen en blanco. Me compré un par de discos de vinilo de Wim Mertens, y me volví en el "Comes" a Cádiz con el alma en paz después de mucho tiempo (por no dejar mal sabor de boca, diré que aprobé en septiembre con notable).
Me tocó volver a Sevilla a mediados de los noventa para hacer unas oposiciones. Mientras esperaba sin muchas esperanzas mi turno en el refulgente patio de un anodino instituto, experimenté la extraña paradoja de que sentía nostalgia de esa época de zozobra y perplejidades, donde recorría algo sonámbulo esa bella ciudad, llena de rincones augustos, que eran, al mismo tiempo un refugio y un revulsivo para mis pesares. Y de ahí nació un poema de extrañamiento, que es lo único que saqué en claro de esa convocatoria de oposiciones, al igual que años antes me había pasado con los discos de Mertens y el examen de junio. Aquí os lo dejo por si habéis aguantado hasta aquí y os apetece leerlo:

EN OTRA CIUDAD

Un misterio disuelto,

resuelto en horas de calor,

un vicio pertinaz

de consignar un presente

que se eterniza.

Todo queda lejano,

menos el sueño,

todo queda en promesa de memoria perdida.

lunes, 5 de abril de 2010

SAN PEDRO DE CARDEÑA (II)

Los amables comentarios de Aurora y Grandolina me animan a insistir en el tema del monasterio de San Pedro de Cardeña. Siempre me he desplazado allí desde Bilbao con mi amigo Fernando, quien fue el que me lo descubrió. Es posible sentirse allí en gran libertad, y al mismo tiempo participar, con respeto y dentro de los límites fijados, en la vida monástica. En su interior se albergan numerosas obras de arte antiguas y modernas, y el conjunto monumental refleja una armonía que no transparenta su azarosa historia. En este sentido, puedo recomendar la obra de Fr. J. Marrodán,O.C.S.O, Vamos a San Pedro de Cardeña, 2006 como una buena introducción al arte y la historia del monasterio. Los huéspedes que he conocido allí son personas en búsqueda de cierto alejamiento del "mundanal ruido", de un retiro espiritual esencialmente, aunque hay toda clase de casos. Reproduzco a continuación algunas imágenes que expresan la sobria belleza del lugar y que tomé en el interior del conjunto accesible a los huéspedes y en la iglesia, donde se halla la tumba del Cid, vacía como se sabe, desde la Guerra de Independencia, cuando fue profanada por los franceses: