MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

martes, 31 de agosto de 2010

CASTILLO DE TARIFA


Frente al mar y ante la ciudad torrada

persiste el castillo que espejo se alza

de las fronteras rocas africanas;

su foso el Estrecho, espejismo de agua,

que a patrio puñal otorgara fama.

Las piedras desnudas de sus murallas

en acantilado se ven mutadas

por el tiempo, crisol del panorama.

viernes, 27 de agosto de 2010

EL FANTASMA DE LAS VACACIONES FUTURAS

Tras el ajetreo de estas dos últimas semanas con los fantasmas, había decidido tomarme las cosas con calma, y pasar un poco del tema. Pensaba que el futuro nadie lo conoce, y no me preocupaba mucho la posible visita del tercer fantasma, así que me quedé anoche un poco más tarde en el salón viendo una película de la televisión por cable. Todo iba bien, hasta que, en un momento dado, la imagen se fue como ocurría con el dichoso TDT. No tuve tiempo de reponerme de la sorpresa, pues entonces se fue también la luz. Busqué la linterna que mi compañera tiene preparada para estos raros imprevistos (mujer previsora...), y, antes de irme al cuadro eléctrico para ver el estado del automático, salí a la terraza para ver el alcance del apagón. No era sólo en mi casa. Toda la calle, y, hasta donde alcanzaba la vista, estaba a oscuras. Aliviado en cierto modo, pensé en ir a buscar mi planisferio para aprovechar la momentánea falta de luz artificial observando el cielo, y me di la vuelta. A duras penas pude reprimir el grito que raspaba mi garganta: mi linterna iluminaba una cara angulosa y palida. "Hola, colega -dijo, sonriente-, soy el fantasma de las vacaciones futuras".
Cuando me repuse un poco del morrocotudo susto, moví la linterna de arriba a abajo, para reconocer al fantasma. Tenía el aspecto de un tipo de mediana edad, más bien alto, con el pelo algo ralo y canoso, y una cara muy arrugada y sonriente; llevaba una especie de pañuelo palestino, unas bermudas y unas chanclas, y venía con las manos vacías. "¡Eh! ¿qué te pasa? imaginaba que estabas ya acostumbrado a los apagones... Bueno, tenemos que hablar de tus futuras vacaciones, y no tenemos mucho tiempo. Bien, háblame de cuáles eran tus proyectos..."
Le conté, aún balbuceante por su aparición, mis planes y deseos de visitar Nueva York, Inglaterra, Italia, y, de volver a Francia cuanto me fuera posible.
El fantasma chasqueó tres veces la lengua meneando la cabeza. "Me temo que eso no será posible; debes hablarme de un destino más próximo".
-¿Por qué?
-Calla, y hazme caso.
-Bueno, me gusta mucho el norte de España, y quiero recorrerlo más a fondo.
-¿Me hablas de estancia en hoteles, de comer por ahí, y de tirar de tarjeta?
-Sí, claro -contesté un poco azorado y extrañado-, aunque no me gusta el turismo usual, y suelo...
-Eso no importa -me interrumpió el fantasma, volviendo a chasquear la lengua y negando con la cabeza-, me temo que eso tampoco te será posible, me refiero al gasto, claro...
-Pero, ¿cómo que no podré? ¿de qué me estás hablando? -casi le grito enfadado.
-Lamento comprobar tu falta de solidaridad -me respondió el fantasma en un tono más solemne-. En el futuro el gobierno os recortará un 25% el sueldo a los funcionarios para seguir manteniendo los avances y prestaciones sociales en peligro por la pertinaz crisis. Eso unido a la progresiva subida de los impuestos no te dejará margen para muchas alegrías...
-Pero, ¿de qué gobierno me hablas?
-Pues del del presidente Zapatero.
-¿Cómo?, ¿seguirá ZP de presidente?
-Claro, -respondió el fantasma encogiéndose de hombros-, la gente sabe que es la izquierda la que se preocupa por los pobres...
-¿Y Rajoy?, ¿qué pasó con Rajoy?
-¿Rajoy? -me respondió el fantasma a la gallega y con aire de extrañeza-, ¿quién es ése?
Intenté seguir hablando, pero el fantasma me puso un largo dedo en el pecho, y me quedé sin habla.
-Bien, ¿no tienes un destino de viaje más cercano?
Aturdido y confuso, le conté que en junio pasado había estado con unos alumnos en Tarifa, que hacía años que no visitaba, y había sido para mí como una revelación, de suerte que me había propuesto volver allí en cuanto pudiera.
-¡Perfecto!-dijo el fantasma sonriendo y palmeándome la espalda- Iremos allí.
Me explicó a continuación que sólo tendríamos presupuesto para un viaje en autobús de ida y vuelta el mismo día, y que sería conveniente que lleváramos la comida de casa. Así que tuve que preparar en casi total oscuridad dos bocadillos (uno para mí y otro para el fantasma), y fuimos andando a la estación de autobuses (que curiosamente seguía siendo provisional en el futuro), donde compré dos billetes de ida y vuelta (oiga que no somos tontos, dirán los lectores).
Hay cosas que no han cambiado, pensé al ver el autobús, que por el estado de la tapicería y el motor bien pudiera ser el mismo que cogí en junio de un feliz y ya remoto año. "Esto es vida", dijo el fantasma repantigándose en el asiento. Quise preguntarle más cosas sobre el futuro, pero empezó a roncar en el acto. El paisaje que contemplaba desde el vehículo me resultaba triste y desvaído, como si lo hubieran rayado con lija.
Llegamos finalmente a Tarifa. El fantasma me advirtió de que debíamos tener cuidado de no perder el último autobús de vuelta, ya que no podíamos permitirnos (sic) pagar uno de los escasos hoteles que quedaban con precios prohibitivos para los nacionales.  Recorrimos luego calles y parajes, a los que el tiempo no parecía haber tratado muy bien.

A pesar de una depauperación económica evidente, la ciudad no había perdido su encanto de ser ese punto de encuentro entre el Mediterráneo y el Atlántico
y de cruce de culturas.
El fantasma, camino del castillo, me dijo que, ciertamente, la ciudad seguía sufriendo las consecuencias de la pertinaz crisis provocada por los especuladores internacionales y la derecha neoliberal, pero que había ganado, no obstante, en conciencia ecológica
y multicultural. Me decía esto con esa sonrisa suya fija que me resultaba tan irritante como inquietante cuando llegamos al bello castillo de la ciudad. Allí eché en falta la estatua del rey Sancho IV. El fantasma me dijo en su tono más solemne que el monumento había sido retirado por ser considerado un símbolo xenófobo e imperialista, en consonancia con el nuevo carácter del castillo, convertido en Centro de Interpretación de la Alianza de Civilizaciones.
-Bueno, aquí debo dejarte. Ten cuidado de no perder el autobús ¡je, je! No quiero marcharme sin desearte lo mejor, aunque acompañarte no ha sido una de mis misiones más agradables, pues he de decirte, no sin talante, que me pareces un poco de la derecha extrema, como dijo un insigne pensador español...
-Ya te he descubierto, farsante, -le dije, esquivando, esta vez sí, su dedo silenciador-; hablemos de lo que es ser un sectario liberticida, un maniqueo guerracivilista, un demagogo ignorante y sin escrúpulos; hablemos de cómo se arruina un país, y los sueños e ilusiones de millones de perso...
Le agarré por la manga, y en ese momento se deshizo literalmente en una sonora pedorreta, quedándome en la mano con el pañuelo palestino, al tiempo que veía pasar ante mis ojos el último autobús de vuelta a Cádiz...

Me desperté sobresaltado y bañado en sudor. Salté de la cama, y corrí por la casa encendiendo las luces. Me asomé a la terraza, y todas las farolas de la calle parecían funcionar. Encendí el televisor, hasta fui a la cocina para abrir el frigorífico y ver si había comida dentro... Recuperé el aliento, y encendí el portátil, dispuesto a buscar ofertas de viaje, y me hice el firme propósito de irme de vacaciones -incluso en crucero si hacía falta- en el primer puente que pillara.


viernes, 20 de agosto de 2010

EL FANTASMA DE LAS VACACIONES PRESENTES

Anoche no podía dormir, inquieto por el anuncio de la visita del segundo fantasma; daba vueltas y vueltas en la cama, y decidí levantarme. Cogí mi pequeño planisferio reflectante y salí a la terraza, dispuesto a observar el escaso cielo nocturno que es aprehensible desde las ciudades. El fresco de la noche comenzaba a tranquilizarme cuando oí una especie de carraspeo, como cuando alguien quiere hacerse notar discretamente. Miré estúpidamente al suelo, y me asomé a la calle. Nada. Volví entonces a oír el carraspeo, acompañado de un suave "buenas noches". Miré entonces hacia arriba, y casi me caigo del susto: sentado sobre el muro medianero que separa mi ático de la finca contigüa había alguien, alguien que era el vivo retrato de un agente de viajes que conocí hace años y al que le compré varios billetes de avión, un señor muy amable y educado que trabajaba en Marsans. Vestía, de hecho, un polo rojo con el logotipo de la compañía, y traía una bolsa de esas ecológicas del Carrefour. "Buenas noches -repitió-, soy el fantasma de las vacaciones presentes. Sé que por la convalecencia de tu mujer no puedes salir de Cádiz estas vacaciones. Pero aún así hay ciertas cosas que quiero mostrarte". Saltó ágilmente, y tomándome de la mano, me encontré por arte de birlibirloque en la Caleta,


-¿Por qué no vienes aquí en vacaciones? -me preguntó con cierto aire de reproche el fantasma.
-Un momento, -le dije-, yo siempre he sido más de playa Victoria. Durante muchos años mi familia tuvo una de esas casetas de mampostería que cubrían casi toda la línea de playa. Recuerdo que me iba con mi madre y mis hermanos a eso de las 2 a la caseta, donde mi madre preparaba el segundo plato en un infernillo. Mi padre, que era vigilante en la enorme cochera que tenía Transportes Comes frente al hospital, llegaba a eso de las 3, y allí nos quedábamos hasta la anochecida. El Ayuntamiento las derribó sobre 1984, y desde entonces no ha sido para mí lo mismo la playa. La tortilla de patatas y los filetes empanados ya no me saben igual...
-Bueno, no te pongas ahora nostálgico, el hecho es que en lo que va de verano todavía no has ido a la playa, ni a ésta, ni a ninguna otra.
-Veamos, a mi mujer le gusta ir a la playa de Cortadura (en la entrada de la ciudad, pues las otras le parecen "masificadas" ¡y dónde no se ha visto una playa digna de tal nombre que no esté atestada!), y entre preparativos e historias, que se levanta tarde, que hay que coger el autobús, y que para no quemarse no se puede ir después del mediodía, que está muy blanca, y que le da "corte", hay veranos que ni vamos. A mí, en verdad, me aburre la playa, no soporto estar tirado en la arena, lo que me gusta es bañarme ¡y no voy a estar tres horas en el agua para acabar más arrugado que Titono -es una lástima que Blogger no deje poner notas a pie de página, supongo que para defenderse de tío "jibias" como yo-!. Me he comprado y montado, sabes, una nueva mesa de exterior para la terraza, a la que he incorporado una sombrilla de esas grandes que tienen en las terrazas de los bares, y ahí me siento por las tardes a leer con un refresquito, así que a la playa que le vayan dando.
Con un gesto de condescendencia, el fantasma me volvió a coger de la mano, y me vi plantado en medio de la Plaza Pinto (echadles la culpa a Blogger).
-¿Por qué no has venido todavía a comerte una caballa con periñaca?¿y tú eres de Cádiz? -me reprochó el fantasma.
-Oye, fantasma, aquí no es el único sitio en que se pueden comer caballas, tú si que pareces un guiri. Es cierto que todavía no me he comido una caballa en la calle, pero sí me he comido muchas otras cosas...
-Eso es cierto, sales mucho a tapear, te atreves no sólo con la presa ibérica nacional

sino también con la cocina internacional, tacos mejicanos

e incluso "pique a lo macho" (aunque quedaste como Cagancho en Almagro pues no te lo terminaste)

toda clase de tostás,

e incluso te atreves con las tapitas de diseño,


de modo que acabaste con retortijones... eso no te hubiera pasado con la dieta gaditana.
Iba a contestarle, pero entonces me vi de nuevo en el salón de mi casa, frente al televisor. El fantasma lo señalaba de modo acusador.
-Bueno, -le dije-, la semana pasada puse la televisión por cable, pues no veíamos bien en casa la TDT, y es cierto que estos días estoy viendo más la tele, pero pienso que es por cuestión de novedad. Me estoy aficionando a un canal que pone películas de autor subtituladas, y a los canales francófonos, of course.
-Te estás aficionando a algo más, -me dijo el fantasma.
-Sí, es cierto que me pongo por las tardes a ver una serie, The big bang theory. No suelo ver series, pero ésta me parece de un humor inteligente. Se trata de unos jóvenes científicos, a los que llamarían friquis, pues les gustan los cómics, las series de ciencia ficción, los juegos de rol. Pero todos pienso que conservamos algunas de esas aficiones de la infancia y primera adolescencia, y me parece preferible un tipo como uno de los protagonistas que tiene una espada láser, a otros ignorantes que no saben distinguir a un soldado del Imperio de otro de las Fuerzas Rebeldes.

-Se acerca mi hora, -dijo el fantasma-, y debo dejarte. Voy a buscar algunas ofertas al súper, que está la cosa muy achuchá. No quiero irme sin decirte, empero, que me pareces muy complaciente estas vacaciones, y que lo más emocionante que estás haciendo es sacar al perro. Piénsalo bien, y arrepiéntete, pues debes estar preparando para la próxima y postrera visita de

EL FANTASMA DE LAS VACACIONES FUTURAS

martes, 17 de agosto de 2010

DOMINGO EN ALTA MAR


En la cubierta del barco,

frente al azul primigenio,

Dios parece sobrante,

inubicable de espuma,

¡Vela por todos nosotros

en este desierto ondulante!

sábado, 14 de agosto de 2010

EL FANTASMA DE LAS VACACIONES PASADAS

Ayer, por mis pecados, me visitó el fantasma de las vacaciones pasadas. Me despertó el calor por la noche, y me fui al salón, y hete aquí que en medio de él había alguien esperándome. Me dijo que no me asustara, y que era el espíritu de las vacaciones pasadas. Se presentaba bajo el aspecto de un joven agente de viajes que conozco, y con el que he concertado varias vacaciones, un chico muy dinámico y competente, con una mancha en una mejilla, que se me antoja los contornos de un destino aún desconocido. El hecho de que viniera arrastrando mi vieja maleta Sansonite, cubierta con las identificaciones de diversos aeropuertos (Paris-Orly, Paris-Charles de Gaulle, Rennes, Brest, Varsovia, Katowice, Cracovia, Roma...) me conmovió y tranquilizó bastante. ¡Qué de recuerdo me traía mi dura y correosa maleta de dos ruedas!¡Cuántos trabajos de amor perdidos juntos!¡Por el empedrado traqueteante de cuántas calles de ciudades crepusculares te he arrastrado, mi querida maleta, con el corazón encogido de amor, y ese sentimiento de soledad casi épica que da la fría obstinación de estar allí, a pesar de la brevedad e inutilidad de tu paso como viajero!¡Por cuántas escaleras de rincones inhóspitos de metros fugaces te he cargado a pulso!, como nueva piedra de Sísifo, y no obstante, orgullosamente inseparable de mí, pues me ayudabas a conservar el sentido de la realidad en momentos de zozobra...
Pero el fantasma cortó mi efusión lírica, diciéndome que no recorreríamos ninguno de los lugares que había visitado antaño gracias al avión, ya que, debido a los recientísimos problemas con los controladores aéreos, no podía asegurarme que estuviéramos de vuelta antes de rayar el día; así que tendríamos que limitarnos a las vacaciones de agosto del año pasado, hechas en crucero.
Le dije que a mí nunca me había atraído la idea de hacer un crucero, y que si lo había hecho era por darle gusto a mi compañera, L., que tuvo ese antojo, dije mirándole la mancha de la mejilla. El fantasma me dijo que le diera la mano, y en un abrir y cerrar de ojos, me encontré con él en el interior del barco.

Le comenté que veía borrosas las imágenes a mi alrededor. Me contestó que eso era normal en la visita del primer fantasma, pero que en la de los siguientes vería con mayor claridad. ¿Cómo -le pregunté-, habrá más fantasmas? No me contestó, y me hizo recorrer con él los pasillos de algunas cubiertas, misteriosamente vacíos, pues siempre bullían con la actividad del servicio, sudamericano en su mayoría, que resultaba extremadamente amable. Ciertamente, lo que recordaba el crucero en su interior era a un hotel de lujo flotante masificado.

Estaba lleno de los más diversos espacios: tiendas, restaurantes, cafeterías, discotecas, gimnasios, barras que montaban y desmontaban con habilidad y pulcritud, y ascensores transparentes.

Había incluso un casino, y pequeñas orquestas que amenizaban en las cafeterías a los turistas. Todo parecía organizado al milímetro, como en una especie de horror taedii, horror al aburrimiento. Existía un circuito cerrado de televisión, en el que la jefa de los animadores del barco, una señora argentina de edad indefinible, anunciaba las numerosas actividades de todo tipo que se hacían a diario en el barco. El punto de encuentro para los grandes eventos era el teatro,

un escenario en el que esperabas aparecer en cualquier momento a Lina Morgan, o a Lusón y Codeso, y que era la encarnación más clara de lo que se me antojaba como el ambiente de sala de fiestas de los setenta que presidía todo el barco; como si éste fuera el marco de "consenso" que pudiera contentar a las diversas generaciones presentes en el buque, desde los más mayores hasta los niños (que viajaban gratis). Sea como fuere, nadie parecía aburrirse, y el equipo de animadores que trabaja por la noche en el teatro (que sólo visité una velada), era el mismo que estaba a primera hora de la mañana organizando los grupos que iban a desembarcar para realizar las excursiones concertadas. Le dije al fantasma que no hicimos varias de las excursiones, pues L. temía el efecto que pudiera tener el calor sobre su baja tensión, pero que, a pesar de todo, estaba encantada con el viaje. A mí me cautivó esa luz cegadora del mediterráneo que lo empapaba e igualaba todo,

y me parecía distinta de la irisación proteica de la de nuestro Atlántico.
Había una piscina en el barco y yacuzi (siempre lleno de niños), e, incluso, estaba anunciada la existencia de una biblioteca, que frecuentaba cuando L. se echaba una siestecita en el camarote. Se trataba en realidad de un pequeño mueble acristalado rodeado de sofás, del que sacaba L'élégance du hérisson de Muriel Barbery. Casi siempre estaba solo, aunque alguna vez, en un sofá vecino, me encontré con algún pasajero dormitando, víctima del alcohol del Todo Incluido. Para concluir, le conté al fantasma que lo que más me gustó del viaje fue el recorrer las cubiertas en alta mar, y contemplar su impresionante aspecto desolado, y observar desde la proa el cielo en la profundidad de la noche, cuajado de estrellas y constelaciones que no había visto jamás.
El fantasma me respondió que mis observaciones no eran como para ponerlas en las recomendaciones de una promoción turística, pero que se alegraba de que hubiéramos estado contentos, y no nos hubiéramos "aburrido". Y antes de que pudiera yo añadir nada más, se desvaneció en el aire, no sin antes anunciarme, para la semana siguiente, la visita de

EL FANTASMA DE LAS VACACIONES PRESENTES

martes, 10 de agosto de 2010

TURNER CONTRA TURNER


Aquí os muestro mi última obra pictórica, una copia difusa al acrílico de un cuadro de Turner titulado "El Temeraire remolcado al dique seco" (1839) -éste fue uno de los navíos de línea ingleses que participó en la batalla de Trafalgar, y se lo representa en su último viaje al desguace en 1838-. Mi amigo, el pintor Javier Molina, me aconsejó que copiara a Turner; y, ciertamente, ha sido una dura tarea, lidiar con el acrílico para acercarme, aun de soslayo, a la inefable riqueza cromática del óleo original. Pero creo que me ha servido para adquirir mayor pericia en el manejo del color (¡rara alquimia en verdad!) No os muestro el original por lo de lo odioso, ya sabéis. Sin embargo, es en este juego de comparaciones con los grandes maestros que Turner copiaba en la que se basa una exposición que se celebra actualmente en Madrid.
Tomás (del blog El exilio de Puerta Tierra), querido compañero de aficiones artísticas, me envió hace poco, a modo de amistosa "provocación", un artículo de Vicente Verdú publicado en El País, que reproduzco a continuación:

Turner o la impostura



VICENTE VERDÚ 08/07/2010


No es precisamente hermosa o jovial la exposición Turner y los maestros que se expone actualmente en el Museo del Prado. Oscura, tenebrosa, abrumadora, desasosegante, el recorrido va conduciendo por una de esas muestras que, si también atraen al turista, no lo retribuyen ni con el azúcar a granel de Sorolla ni con las aromáticas violetas de Monet. Aquí, con Turner, se trata de un paisaje como de ultratumba que traspasa grandes escenarios tan brumosos que podrían haber nacido todos en la laguna Estigia. Inquietud y malestar entre una luz que, en su mayoría, es palmatoria, mortecinos o enfermos los focos que bañan el cuadro.


Y no solamente se trata de la luminotecnia interior, sangrante y ayuna, sino que Turner (1775-1851) es por sí un autor que, si se exceptúan sus acuarelas, parece volver mísera y rancia aún la más bella influencia del pretérito. Por si faltaba poco, es grande el incomodo que se deriva de sus pesados plagios, siempre inferiores al original, tanto en sus figuras toscas como muñecos como en su angustiosa obsesión por ser Claudio de Lorena.


El legado total de Turner se compone de unos trescientos óleos y alrededor de treinta mil dibujos y acuarelas. Muy pronto reveló sus extraordinarias cualidades para el dibujo y, sin precedente familiar alguno puesto que su padre era un peluquero en Covent Garden, su educación no había pasado de primaria y era feísimo, logró ingresar en la recién fundada Royal Academy con 14 años.


Entrar allí y prestar obediencia estricta a la pintura de los grandes maestros ya muertos era una misma cosa. De ahí su devota imitación de Poussin, Rembrandt, Watteau o Rubens e incluso de predecesores como Gainsborough, Constable o Wilson.


La copia era la regla pero la regla del copyright también empezó por esa época (1774), un año antes de su nacimiento. Aprender copiando, sí, pero no vender algo plagiando. Aunque, como siempre y según experimentó Turner, no faltaban compradores de copias, ricos comerciantes que no querían o no alcanzaban a pagar por un Wilson o un Girtin auténticos.


De este modo Turner, gran copista, fue ganando el dinero que no tenía: P. G. Hamerton, precoz biógrafo de Turner escribió de él: "tenía la pasión del arte (...) y la pasión mucho más extendida de amasar dinero".


Aprender copiando sería, sin eufemismos, el lema de la exposición que celebra El Prado. ¿Fue más allá de este quehacer copista la potencia creadora del artista? Hasta hace relativamente poco la disputa entre quienes tuvieron a Turner por "tosco" y quienes lo consideraban "genial" no había dejado de crecer. Ahora, no obstante, se ha convertido en lugar común exaltarlo como un "descomunal" innovador y lábaro del impresionismo.


La realidad expositiva, para quienes deseen vivir esa penumbra de las salas en Turner y sus maestros, será, como es lógico, de acuerdo al ojo con que aquello se mire: the beauty is in the eye of the beholder.


"El pintor de la luz" se le denomina en los textos del catálogo pero más preciso sería llamarle el pintor que despinta con luz lo que no sabe pintar claramente. Luz que vela la insuficiencia, resplandores que falsean la nada preexistente. O que lo pretenden.


Baste un solo y rotundo ejemplo para hacerse cargo de su incompetencia: la comparación entre el cuadro Puerto con la Villa Médecis realizado por Claudio de Lorena en 1637 (Galleria degli Uffizi) y la réplica de toda su composición en Régulo (Tate Britain) hecha por Turner cuando era ya un señor de 62 años.
¿Un genio Turner? A la historia de la pintura le convienen las cosas claras y a las escuelas o los museos también. Por admiración, por reverencia, por deseo de contactar con lo sagrado, las colas populares para comprobar "la magia de Turner" continuarán acaso hasta su clausura el 19 de septiembre. Otra cola, sin embargo, mucho más corta pero todavía posible sería la que tuviera como saludable finalidad, constatar el largo efecto profesional de una impostura.



Touché, y por mi parte, reproduzco un artículo publicado en ABC por Natividad Pulido (22/06/10) de un tono distinto:

El ADN artístico de Turner

El cielo amanecía ayer en Madrid muy magrittiano (azul y con nubes), pero por la tarde se fue tornando turneriano (ventoso, plomizo, tormentoso), en honor al protagonista del día, con permiso claro, de José Saramago.



Cuando Joseph Mallord William Turner ingresó a los 14 años como estudiante en la Royal Academy de Londres, su director, Sir Joshua Reynolds —otro de los grandes pintores británicos—, animaba a sus alumnos a estudiar las obras maestras de sus predecesores. Un adolescente Turner siguió a rajatabla los consejos de tan insigne profesor: los estudió a fondo, los escudriñó, los reinterpretó a su manera, se midió con ellos, les rindió homenaje... Y de ese cara a cara con la Historia de la Pintura nació uno de los mayores paisajistas que ha dado nunca el arte.


Ya en los años setenta se intentó en Gran Bretaña enfrentar en una exposición a Turner con sus maestros, pero se descartó el proyecto por considerarlo de alto riesgo: se creyó que peligraba su reputación, por si no aguantaba la comparación. Pero David Solkin —director adjunto de The Courtauld Institute of Art y comisario general de esta muestra— no se rindió hasta que en 2002 la Tate Britain aceptó su idea. Tardó siete años en tomar forma. Finalmente se hizo realidad, involucrando para ello a otros dos grandes museos, el Louvre y el Prado. Tras su paso por Londres y París, esta impresionante exposición llega el martes a la pinacoteca madrileña, con importantes novedades. Explica Javier Barón, comisario para España, que el Prado incluye obras maestras del artista que no estuvieron en las anteriores sedes.


Viaje póstumo a España


Pese a que Turner fue un gran viajero, nunca vino a España. Hoy Velázquez y Goya l acogen en su casa. Pero no viene solo. Cuarenta grandes obras de Turner (un eto reunir tanta obra maestra de este artista de culto) se miden con otras tantas creaciones de sus maestros y coetáneos, aquellos artistas a los que admiraba. La idea de la muestra tiene su origen en vida del propio Turner. Francis Egerton, tercer duque de Bridgewater, le encargó un lienzo que hiciera pareja con una obra de Willem van de Velde, el Joven, «Un temporal en ciernes» (1672). La respuesta artística de Turner a ese cuadro fue «Barcos holandeses en un temporal» (1881). Le añadió centímetros al lienzo y dramatismo a la composición. Es sólo uno de los muchos y emocionantes encuentros que mantiene Turner —bien con maestros que le influyeron, bien con coetáneos con los que rivalizó— en esta exposición, patrocinada por la Fundación AXA y que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid.


Turner gestó su ADN artístico apropiándose del ADN de otros artistas. El principal, Claudio de Lorena. Tanto lo admiraba que incluso en su testamento Turner dejó expresa voluntad de que sus cuadros se expusieran junto a los del pintor francés. Eso es pasión y no la de los gavilanes... «Paisaje con Jacob, Labán y sus hijas» fue quizá la obra de Claudio de Lorena que más admiraba. Cuelga en el Prado junto con la copia que hizo Turner. Con una diferencia: éste sustituyó las figuras bíblicas por personajes mitológicos de la «Metamorfosis» de Ovidio algo que repetirá en otras ocasiones. Es sólo el primero de muchos intensos «tête» a «tête» que mantienen ambos pintores en el Prado. Pero también hay maravillosos diálogos con Ruisdael, Canaletto, Constable, Tiziano, Veronés, Poussin, Rubens, Rembrandt, Teniers, Watteau, Gainsborough, Wilkie... De unos toma las composiciones, de otros su paleta dorada, sus efectos luminosos. A Rafael —con quien se identificaba— lo pintó en una vista de Roma desde una balconada del Vaticano, presente en la muestra.


Las creaciones de Turner son tan arrebatadas, convulsas y dramáticas como los temporales, los golpes de mar, los naufragios, las tormentas de nieve que pinta. Hijo de un barbero, se convirtió en un coloso, un pintor brutal. Pocos artistas como él atraparon en un lienzo tanta poesía visual. Si no es porque sabemos que no creía en Dios, diríamos que sus óleos y acuarelas estaban tocados por la mano divina, como Miguel Ángel. Pero el único dios en el que Turner creía era la Naturaleza, que consideraba sublime, y que él pintó con todos sus disfraces posibles: serena, bella, feroz, desatada... Abrazaba la idea de comprender lo incomprensible.


«La atmósfera es mi estilo», decía Turner. Con los años, la luz se vuelve más evanescente en sus trabajos y entra en discusión con la «Teoría de los colores» de Goethe. Las formas se difuminan en sus cuadros hasta hacerse casi imperceptibles, la luz se torna cada vez más cegadora (semejan velados fotográficos) y cruza de arriba abajo sus lienzos, como si los rajara. Maravillosa, su «Tormenta de nieve», de la Tate, que parece un rothko en negros, grises y ocres. A Turner la historiografía lo sitúa como precursor del expresionismo abstracto. «Le hubiera horrorizado», apunta Solkin. Pero sus últimas composiciones son pura abstracción. Como el maravilloso «Paz. Sepelio en el mar», conmovedor poema elegiaco pintado por la muerte de David Wilkie.


Turner dudó de si su pintura bastaría para entrar en la inmortalidad, junto a sus amados maestros. Después de visitar esta exposición, no cabe ninguna duda. Está con ellos.

Yo, como esclavo del latín, sólo le corregiría al Sr. Verdú su referencia a la laguna Estigia, pues el nombre correcto es Estige; se trata, con todo, de un error muy extendido.
Suspendo el juicio en este caso, a la espera de poder ver la exposición en persona, si me es posible.
Espero también que por esas carambolas de google no aparezca la imagen de mi copia de Turner entre las imágenes de sus obras que ofrece el servidor (!) Cosas veredes, amigo Sancho...





viernes, 6 de agosto de 2010

VÍCTIMAS


Lugar del asesinato de Joseba Pagazaurtundúa, fotografiado por Willy Uribe para su blog Allí donde ETA asesinó.


Llegó la ambulancia, estridente e inútil,


para los cuerpos que sobre el asfalto


formaban regueros de sangre imprevista.


Muchos miraban, pasando de largo;


“Cosas de la política, nada


de nuevo, ¿cuándo piensan dejarlo?”,


y, en fin, vagamente se lamentaban


de aquello que dejarán en silencio.


La sangre no empaparía la tierra;


pronto olvidada o justificada


sería: que muertos entierren a muertos.


Y es que dos veces quieren que mueran;


primero, a manos de la serpiente


de ETA, y, luego, en el patio trasero


de una historia de componendas.


Cambia el paisaje urbano de calles


rebautizadas; la gente os olvida.


Pero esta sangre nos interpela


si hombres libres queremos llamarnos,


y nuestra será también vuestra muerte


si nos negamos a recordaros.

martes, 3 de agosto de 2010

EDUCACIÓN PROGRESISTA Y DEMOCRÁTICA

"La Reforma Educativa de 1990 -puesta en marcha mucho antes de tal fecha, no por solicitudes de adhesión, como solía decirse, sino en la mayor parte de los casos por imposiciones puras y netas- reunía grandes ventajas: cumplía con el requisito Comunitario de generalizar la enseñanza obligatoria y gratuita hasta los dieciséis años, facilitaba grandemente la manipulación partidista de la cultura y ofrecía a la galería y al consumo interno de los correligionarios revolución sin revoluciones, igualitarismo, asistencia social, aparcamiento juvenil y diploma automático. Se trató de un gran fraude que carecía de fondos específicos y desviaba la atención de enriquecimientos súbitos, negocios turbios y gestiones ruinosas. En ella tenían promoción y acomodo clientelas no precisamente caracterizadas por su formación, valía intelectual, espíritu crítico ni respeto por el saber. El diseño no se presentó, naturalmente, entre sus fieles como un desguace y reparto del sistema anterior; se cubrió el andamiaje de clichés verbales de inevitable adhesión, pero, sin la oferta de puestos a la clientela del Partido y a sus dos sindicatos, la Gran Reforma no hubiera existido jamás [...] Debe mantenerse blindada, sin concesiones ni fisuras, por un silogismo simple: es igual a defensa de la enseñanza pública, igual a progresismo, igual a socialismo y, por lo tanto, inatacable.
[...] Dice mucho de la perversidad (o estupidez; no son incompatibles) sectaria del revolucionario de nómina y prudente distancia del socialismo real que se haya llegado a sacrificar a una juventud, entre la que pueden encontrarse los propios hijos, dándoles el más envenenado de los regalos: la cultura de víctima, de perpetuo asistido en un sistema en el que sólo cabe enorgullecerse de la existencia marginal, interpretar el mundo en términos que siempre exculpan al individuo y culpan al sistema y mirar con desdeñosa envidia las naciones fuertes y el progreso ajeno.
Mucho peor que la ignorancia es el hecho del adiestramiento negativo en el que claramente han sido formados los jóvenes durante su etapa anterior [la Primaria]  y que se materializa en la agresiva imposición de la infancia prolongada y en el rechazo, o en el uso activo del acoso y de la violencia, contra el profesor del nuevo nivel [...] Es un alumno que sabe pocas cosas  pero que, como es natural, conoce a la perfección las que conciernen a sus intereses inmediatos. Y éstos se resumen en la resistencia a unas aulas en las que pasan, por obligación, más de seis horas diarias, de las que esperan distracción y la tibieza vegetativa que haga soportable el confinamiento y que les garantice los pases y notas que contenten a sus padres [...] Llevan mucho tiempo teniendo clarísimo que pueden dejar en barbecho materias enteras porque se les dará el pase por el conjunto de su obra, manejan los límites del insulto al docente y el sabotaje de la clase con el virtuosismo de quien no ignora su status dominante frente a un asalariado de desdeñable categoría al que dirección servil, asociación vecinal e inspección se encargarán de humillar y al que sus padres y él, sentado, a la mesa que se entretiene en pintar, procuran la subsistencia. [...] Acuden porque es el único sitio en que pueden estar y les obligan a ir, pero van sin la más mínima conciencia de que esa actividad sea el lote de trabajo que les corresponde en una sociedad en la que todo bien sale de alguna parte y es procurado por la labor de alguien. [...] La enseñanza como divertimento, la extensión a edades provectas de la alborozada bulla infantil, son nociones que les han empapado y constituyen, probablemente, el rasgo más nocivo de su escolarización, implican la exigencia del circo continuo, permiten la identificación de reflexión y aprendizaje maduro con el tedio, eliminan al profesor capaz y exaltan al maestro histriónico y maternal que sigue la corriente infantiloide y priva a los jóvenes del alimento intelectual que corresponde legítima y biológicamente a su desarrollo [...]
El Compañero Docente suele aferrarse a la fast food de adaptaciones y claves sistemáticas de comentario, es amigo de un aprobado por trabajos caseros que elimina en el alumno el trabajoso proceso del aprendizaje y le permite utilizar innumerables lápices de colores, ama el rodillo de pseudoliteratura que incluye invariablemente antiimperialismo, héroes ecológicos y minorías étnicas [...] El Docente Ejemplar (que ya ha creado peligrosas subespecie de filisteo) funciona a cliché y piñón, más que fijo, soldado por el método, en pleno vigor, de inquisición profiláctica [...] De ahí resulta un mundo tan puerilmente polar, tan elemental, insípido y previsible, que las facultades cerebrales de crítica, exploración, perplejidad, duda, selección, imagen del mundo y construcción del propio criterio quedan en barbecho. Se ven sustituidas por la inmediata jaculatoria propia del pensamiento totalitario, [...] y ahí constituyen mojones secos buenos tan sólo para irrazonadas adhesiones, respuestas reflejas, gritos y conductas viscerales (excelente formación, sin embargo, para la cultura de la pancarta) [...]
Pero los alumnos no se merecen esto. Ninguno de ellos. Ni la privación de estudio para quienes sí lo deseaban, ni la imposición de una mediocridad generalizada que es el precio del buen vivir y medrar de adultos cuya única oportunidad de elevarse es triturar y rebajar su entorno. Pese a la inercia del ambiente, al halago del mínimo esfuerzo y a la tentadora tibieza de la infancia indefinidamente prolongada, llega hasta los adolescentes a veces el sabor de lo que son el conocimiento, la textura de abstracciones, conceptos, hechos lejanos en el tiempo y en el espacio que forman la masa de su presente, insospechadas herencias y horizontes de un mundo en el que creían flotar sin más sentido, razón ni arraigo que la arbitraria disposición de los objetos de su estuche. [...] Y el profesor observa ese momento irremplazable en el que primero comprenden y después le contradicen, ese instante de aprendizaje verdadero, descarnado de todo utilitarismo, en el que, solos, al borde de la idea, baten por primera vez las alas y echan a volar. No merece ese trato el que, pese a los localismos y diversificaciones, halla en clase un contacto con temas, objetos y materias cuya envergadura es ajena a cuanto en su hogar y en su medio existe; no merece la miseria intelectual y vital preceptiva el silencioso y obstinado que, en su confuso fondo, aspira a tener un porvenir, no es digno el confinamiento humillante en el aula para el que prefiere actividad, ni para el que vegeta en la indiferencia permisiva de sus familiares y el cobarde paternalismo del sistema escolar. Se trata de una sangría temporal irreparable que, tras el prolongado engaño, les deja aturdidos e inermes, agresivos e inútiles, dependientes y pretenciosos, en la jungla que, tras la guardería, les espera".

cf. MERCEDES ROSÚA, Las clientelas de la utopía, Unisón, Madrid, 2006, pp. 37-38,42-43,53-58.
La precisión entre corchetes es mía; la ilustración de OPS.


Mercedes Rosúa se marchó al comienzo de los 70 a la China Popular desde la España franquista de entonces para actuar como cooperante. Militante comprometida, pero a la par valerosa e inteligente mujer, fue expulsada de China al cuestionar los métodos totalitarios de la Revolución Cultural. Trabajó luego como Catedrática de Lengua y Literatura de Instituto en Madrid, y allí pudo vivir los primeros pasos de la Reforma educativa y sus consecuencias. Pienso que sus obras El Archipiélago Orwell (2001) y Las clientelas de la utopía (2006) son claves para comprender lo ocurrido en este viejo país desde el comienzo de la Transición, y no sólo en el terreno educativo, sino también en el político y cultural. Época que ella define como "tiempo de chantaje", en tránsito a un "tiempo de miedo", como comenta al final de su último libro. Los acontecimientos creo que, desgraciadamente, no hacen más que darle la razón. Sus libros, así como los de otros como Mercedes Ruiz Paz, Alicia San José, Alicia Delibes, Javier Orrico, etc., sacuden las conciencias, y nos colocan, por lo pronto, a los de este gremio docente ante la disyuntiva de apuntarnos a uno de esos cursos de relajación que organizan los inefables CEPs, o de luchar por nuestra dignidad, como dice J. Orrico en su La enseñanza destruida.