MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 28 de octubre de 2011

HOJAS DE LA SIBILA (III)


El otoño se ha desatado con furia, renuente y, ciertamente, intempestivo. Se anunció con furia el uno de septiembre, y, pequeño enano rencoroso, ha azotado con invisibles latigazos ventosos el tedioso sesteo semiveraniego en que vivíamos inmersos.



También ha estallado la paz (que habría dicho Gironella) este octubre; cuando me dirijía el jueves pasado al ordenador para informarme de los sucesos, parece que dicho estallido afectó asimismo a las redes, pues me quedé sin connexión desde ese día hasta el martes siguiente, pues la compañía nos estuvo mareando la perdiz con la reparación. Me tuve que conformar, pues, con no poder leer nada en el ordenador, y me vi con cierto tiempo libre adicional para leer papel. Me puse a reflexionar sobre lo limitado que resulta, visto el paso del tiempo, ser un lector o escritor al modo tradicional; ese entrañable acumularse de papeles, y recortes, de tachaduras y carpetas, que acechan, y protestan silenciosamente desde su amarillez, y siempre consiguen apretarte el corazón cuando te dignas, señor caprichoso de tu ociosidad, a echarles un vistazo.


Luego lo de la paz no seguía siendo más que la misma moneda falsa con la que intentan desde hace tiempo comprar nuestro asentimiento, en un puro esprit munichois años 30, a un mentiroso engendro fascista (de izquierdas -por eso abundan en él los tontos útiles, o interesados por miserable cálculo electoral-, pero fascista) que sólo traerá, si se acepta su chantaje, más sangre y dolor en el futuro por su vocación políticamente totalitaria -también anclada en los años 30-, e insaciablemente imperialista respecto a los "territorios históricos" exigidos, como Hitler respecto a los Sudetes. Es curioso comprobar cómo, en los plebiscitos que se organizaban en la época de la Dictadura, Franco era presentado como la garantía de la Paz, una paz ganada tras una guerra civil y un estado de terror y silencio obligatorio para los discordantes. Es lo mismo que se nos promete ahora, si aceptamos mirar para otro lado (aunque en este caso no hay que olvidar que no ha habido ninguna guerra, sino asesinato y extorsión terrorista, pero todo eso forma parte de la manipulación terminológica). Han cambiado los perros, pero los collares de la demagogia siguen igual de lustrosos, aunque el color ideológico sea aparentemente otro. Es de esperar que no acabemos como una digna representación de la fábula del buen pastor y sus ovejas creada por Jorge Santayana.


Por otra parte, para este fin de semana se anuncia el fastidioso cambio de hora, que te hace recordar, más que cualquier otra rutina del pasado, lo artificioso de la medida tiempo que nos organizan para vivir.

martes, 25 de octubre de 2011

ESTAMPAS SEVILLANAS (III)

Maravillosa ciudad cerrada, así llamaba Octavio Paz a París. Sevilla tampoco libera fácilmente sus secretos; lo cerrado de Sevilla se traduce en espesas persianas que parecen estar esperando siempre la primavera de lo concreto, para entreabrirse sin mostrar más que penumbra. Lo oculto de la ciudad está, al tiempo, paradójicamente abierto, pero impenetrable, como el fulgor momentáneo de un espejismo.

Ése fue el decorado de mis años de estudiante, período en el que me ahogaban los sentimientos depresivos, y los problemas sentimentales. En aquella época la estupidez llamaba constantemente a mi puerta (y no es que ahora haya dejado de hacerlo), y no levantaba cabeza. Escribía alguna poesía (muy mala), y me aferraba cual galeote en mi cuarto a volcarme sobre el estudio, aunque me resultaba muy difícil concentrarme (bajaron mis calificaciones). Me acompañaba la música de Wim Mertens, Bauhaus, Marc Almond... no precisamente la alegría de la huerta. Es curiosa la memoria (que estoy cada vez más convencido que es la esencia del hombre), que asume incluso con nostalgia los malos recuerdos; quizás ellos también tuvieron sentido, y superar aquel abismo, aunque me costara años, me ha llevado a lo que soy ahora (que no es lo ideal -aunque ni siquiera sé especificar esto; la insatisfacción es inseparable de lo humano-, pero que podría haber sido peor, si hubiera tomado más decisiones equivocadas). Sevilla, pues, será siempre para mí un anhelo, algo inalcanzable, un enigma impenetrable en el que flotan sin respuesta mis desgarros y dilemas de juventud, todavía deseosos de obtener la paz en el fallido intento de que la belleza esquiva y dura de aquella ciudad los absorbiera compasivamente; anhelos muertos, sí, pero que me llaman aún desde las cicatrices sinuosas de la memoria.






domingo, 16 de octubre de 2011

LA MUJER ADÚLTERA

El pasaje de la mujer adúltera (Jn. 8, 1-11) es uno de los más polémicos de los Evangelios. De hecho, parte de los manuscritos lo omite, lo cambia de lugar, lo escribe en minúsculas sin espíritus ni acentos, o niega directamente su autenticidad, tal como se refiere en el aparato crítico correspondiente del "Nuevo Testamento Trilingüe" de Bover-O'Callaghan. En diversos Concilios fue, asimismo, discutida su inclusión en el texto canónico.
Es el único lugar del Evangelio en que se refiera que Jesús escribiera algo, como afirmaba Oscar Wilde en su De Profundis. Escribe en el suelo, mientras los fariseos le refieren el contenido de la Ley de Moisés que ordena lapidar a las adúlteras. Eso que escribió Cristo sobre el suelo arenoso obsesionó al escritor condenado también por motivos sexuales. Era algo, quizás en todo caso, destinado a desaparecer, borrado por el viento o por las pisadas, como todo lo escrito se perderá algún día. Un contrasímbolo. Era evidente que no se podía disuadir a una turba armada de piedras oponiendo una doxa a otra, o utilizando argumentos basados en la moral, la desproporción del castigo al presunto delito, el respeto a la vida humana o cualesquiera otros razonamientos que pudiera hacer un moderno... Cristo no iba a leer lo que estuviera garabateando sobre el suelo, eso era una parodia del valor de las leyes humanas, sujetas y sostenidas por lo perecedero; iba a apelar a la íntima conciencia de imperfección de cada uno, para demostrarles lo soberbio e inhumano de su acción; no iba, pues, a contraargumentar la ley de Moisés, sino a manifestar la superioridad de la misericordia y el amor (aunque de modo inverso, interpelando a la pesada conciencia del pecado de esa sociedad) sobre el puro acto mecánico de castigo, válida para todo tiempo y lugar. Es por eso que actuaciones legales consuetudinarias como la pena de muerte son inadmisibles, pues dejan en un callejón sin salida a víctimas y verdugos.

Fuente de la imagen: Internet

viernes, 14 de octubre de 2011

ESTAMPAS SEVILLANAS (II)

En mi última visita a Sevilla tenía mucho interés en llegarme a mi antigua Facultad y a las librerías circundantes. Encontré allí la misma oscuridad, y la misma sensación de abandono e incomodidad (que Manuel Sánchez Nogales atribuía a todo lo ruso) que me abofeteó cuando llegué allí en 1987 desde mi luminosa y encalada, por más que pequeña, facultad de Cádiz, donde, en aquella época, sólo se podía cursar el primer ciclo de la carrera de Filología Clásica. La magnífica portada de esta antigua Fábrica de Tabacos, me hizo recordar un ingenioso artículo de hace unos años de Antonio Burgos, en el que aludía a la desaparición del escudo del Estudio sevillano de San Fernando, y  de sus acompañantes san Leandro y san Isidoro, y que figuraban aún en los títulos universitarios de mi época de estudiante hispalense, y su sustitución por la Fama trompetera que corona la susodicha portada. Eran, quizás, demasiados santos para los nuevos tiempos edulcolaicos -por cierto, que cada vez cuesta más encontrar el apelativo "edulcorante" en este tipo de productos, y sí el de "endulzante"; quizás por la creciente extrañeza del término griego; la cultura retrocede, y la barbarie avanza, aunque sea dulce-. Sea como fuere, estos signa temporum no me parecen baladíes, como síntoma de un mar de fondo más complejo, y que ha emergido en escándalos recientes como las normas -prontamente retiradas tras la polémica surgida-, propias de la psicopedabobería garantista de la ESO, de la copia en los exámenes.

Eran, sin duda, esos mismos corredores que recorrí hace más de 20 años, y que hacía tantos que no visitaba, menos animados imagino ahora, tras el traslado de la facultad de Derecho, que contaba con una populosa cafetería.
Me sentí muy decepcionado con las librerías de los contornos, que recordaba bien surtidas y provistas, donde compré diccionarios especializados, y hasta ediciones clásicas de Oxford, y que en esta ocasión me parecieron casi de saldo. (En una de esa librería tuve ocasión de presenciar cómo dos jóvenes estudiantes casi consecutivos eran incapaces de decirle al librero el título del libro de la carrera que estaban buscando ¡cuánto se ha minusvalorado la memoria, y el rigor bibliográfico!) Lo que sí seguía en su sitio era la magna fotocopistería de enfrente, cuyo negocio no parece haberse visto mermado. Cierto es que Sevilla no es una ciudad universitaria al estilo de Salamanca, donde el Estudio es omnipresente. En aquélla es muy evidente el peso de lo rural y lo señorial.

A lo que no he podido acostumbrarme es a esos tranvías y carriles bici que atraviesan esa arteria sevillana, frente al intenso tráfico rodado de esos años. El tiempo, pues, se desliza de otra manera, haciéndome ahora un corte de mangas más ecológico a mí, nostálgico impenitente de la nada.

martes, 11 de octubre de 2011

ESTAMPAS SEVILLANAS (I)

Este pasado puente (el viernes era festivo en Cádiz) he estado con L. en Sevilla. La ciudad nunca deja de sorprender, y, a diferencia de Cádiz, es posible encontrar en ella ciudades ocultas o concéntricas, rebozadas en una esencia morosa que ni siquiera el turismo masivo puede destruir.

Cádiz, en cambio, como paraje expuesto a los vientos y al aliento salado del mar, carece casi de esas capas impermeables de tiempo apelmazado, y provoca una curiosa sensación de provisionalidad y ligereza, como de algo que no acaba de arraigar, pese a su milenaria historia. Así, la humedad y la herrumbre están ausentes de esa Sevilla reclinada sobre sí misma, que, en mis tiempos de estudiante allí me causaba la cierta angustia de lo impenetrable, de lo que no te acepta, y te desprecia de modo silente como perecedero.

jueves, 6 de octubre de 2011

EL NADADOR

Hace poco me ha escrito un amable lector sobre una entrada que dediqué a Imán, Califato independiente. En su mail compartía mi opinión de que la llamada Movida madrileña había solapado a fenómenos como el del llamado rock andaluz, del que Imán fuera quizás su más logrado epígono, y echaba la culpa a Almodóvar y otros de tal situación. Personalmente, pienso que, más que a Almodóvar -sin olvidar a Mc Namara- y a otra gente, habría que echarle la culpa a los nuevos aires políticos y culturales que buscaban inéditos iconos progresistas en el terreno de la cultura, que dieran una imagen de ligereza e intrascendencia de acuerdo con los nuevos tiempos que se prometían felices y de tabla rasa con lo anterior, y en los que (leve aroma maoísta) cualquier actividad creativa se consideraba artística y al mismo nivel de cualquier otra, en un ejercicio de "democracia artística" muy mal entendido (ya se decía en China que la Revolución Cultural había pretendido que todo el mundo fuera poeta, lo que había acabado con la poesía). Eso, unido al férreo control sobre los artistas que ejercían las compañías discográficas liquidó un movimiento musical que una década después podría haber montado sobre la ola de la llamada "música étnica" o "del mundo".
Me es muy representativa de esta época y de tal espíritu, una canción -por otra parte excelente- de Radio futura, El nadador. Ligereza, liviandad, superfluidad ("Quizás mi alma es un trasto vacío / pero mi cuerpo es un río"), en un nuevo ambiente urbano exorcizador ("me fui desnudo tras el resplandor de otra ciudad. / Oye el rumor; es como el mar") de "aire estético" (en el puro sentido griego epidérmico), que incita a la desnudez intelectual y moral en un ámbito de irresponsabilidad adánica entendida como nueva aurea mediocritas ("el mar es inmenso, así que todo está en calma"), que lleva, como una corriente, a integrar el arribismo como forma de vida, eliminada toda memoria, punto de referencia y anclaje moral ("Sube la marea como un buen nadador, / aprovecha la ola"), no sea entendido más que como aidos o búsqueda del reflejo del concepto de la propia dignidad en los ojos de los demás.
Felices e inconscientes años, que son también los de la propia juventud, respecto a los que  estos últimos tiempos me han parecido una parodia siniestra.


Mañana estaré de puente en Sevilla. No sé si los recuerdos me abofetearán, o si serán benévolos, o, en todo caso, indiferentes conmigo, como lo va siendo el tiempo.


Imagen: "El nadador" de André Kertesz.

sábado, 1 de octubre de 2011

MITOS Y REALIDADES EDUCATIVOS


Hoy puede leerse en el Diario de Cádiz una magnífica y ponderada tribuna del historiador del arte y filósofo Manuel Díaz Zamora titulada Sobre mitos educativos, que me permito reproducir a continuación:

NO estamos peleando por dos horas más o menos de trabajo. No estamos peleando por más apoyos. No es por la Enseñanza Secundaria. No es en absoluto por el sueldo. Estamos peleando, y hay que decirlo alto y claro, contra un plan muy eficaz y muy bien diseñado que pretende ir degradando la escuela pública en su conjunto. Para que, cuando esté suficientemente mal, todas las familias que puedan permitirse pagar por una educación de más calidad lleven a sus hijos a la escuela privada-concertada". Así comienza la carta de un profesor de Secundaria al diario El País. Todos los días nos encontramos con cartas como ésta. Todas dicen lo mismo. Todas se preocupan por la degradación de la educación pública. Todas consideran la amenaza que suponen "los recortes" y todas deducen que lo que se pretende es una enseñanza para ricos.



Pues bien, no es verdad. Así de simple. Si hay una profesión que me ha merecido siempre admiración y respeto es la de docente. He tenido la suerte de disfrutar de profesores brillantes, apasionados, generosos. Cursé mis años de Primaria en un colegio privado religioso; la Secundaria, en un instituto público. No había punto de comparación. No sólo el nivel académico y de formación del profesorado era incomparablemente más alto en este último, sino que la propia vida del centro brindaba un aprendizaje permanente de libertad y convivencia democráticas. Mi instituto, permítanme que lo mencione a modo de homenaje, era el Martínez Montañés de Sevilla. Estamos hablando de los efervescentes años de la Transición política. Después vendrían los gobiernos de izquierda, las leyes educativas de los Solanas y Rubalcabas, el desembarco de los psicólogos y los pedagogos y la degradación imparable de la educación pública de este país.


Por eso resulta cuanto menos cínico decir que la derecha pretende que sólo estudien los ricos. Eso ya lo ha conseguido la izquierda, con un grado de efectividad inversamente proporcional a la incompetencia que ha mostrado en todo lo demás. La primera declaración del actual presidente del Gobierno, entonces aún en la oposición, que me hizo sospechar del paño demagógico que se nos venía encima, se la escuché con motivo de la aprobación de la LRU, aquella ley de Pilar del Castillo que era un intento bastante razonable de introducir ciertos cambios imprescindibles en nuestro deteriorado modelo de enseñanza pública: "la derecha-dijo con esa desenvoltura que se demostraría tan letal posteriormente- sólo quiere que estudien los ricos, mientras que lo que nosotros queremos es que todo el mundo tenga un título". Se dedicaron a regalarlos. Los que podían pagarlos enviaron a sus hijos a colegios en los que se les exigía una serie de requisitos mínimos. Los demás se daban literalmente de bofetadas para intentar conseguir que los suyos fueran admitidos en esa especie de hierro de madera que es la enseñanza concertada. Los más desfavorecidos, simplemente tenían que conformase con languidecer en meros centros de almacenamiento en los que una reglamentación absurda no sólo impedía una transmisión mínima de conocimientos, sino que despojaba al profesor de cualquier posibilidad de administrar orden y disciplina.


Cualquiera que se relacione con docentes sabrá que tiene que reservar cierto margen de paciencia para acoger la recurrente necesidad de desahogo sobre las condiciones en las que realizan su trabajo: la incomprensión de los padres, la indiferencia de los alumnos, las aulas masificadas, la ausencia del principio de autoridad, la burocratización indecente del tiempo de trabajo… Hace años que asistimos, con simpatía y solidaridad, a esta justa letanía. En Andalucía han mostrado un rasgo admirable de dignidad al rechazar el bochornoso soborno que se les ofrecía para ser aún más cómplices en la extensión virtual del analfabetismo. Pero, uno no puede menos que preguntarse: ¿durante todos estos años, cuando era evidente que cada día que pasaba suponía un grado más en el proceso de descomposición de la enseñanza pública, dónde estaba toda esa capacidad de movilización y rebeldía? ¿Eran menos onerosas a efectos pedagógicos las horas que les obligaban a dedicar a inútiles cuestionarios sobre competencias educativas que estas dos que se les piden ahora? ¿Y los sindicatos? ¿Qué papel han jugado en esta verdadera debacle nacional en la que las víctimas siempre son los mismos?


El profesorado se hubiera cargado de legitimidad si hubiera salido a la calle cuando comenzó a quedar claro que la Logse no funcionaba, cuando psicólogos y pedagogos comenzaron a instaurarse como verdaderos comisarios políticos, cuando el sentido de la enseñanza perdió por completo su sentido. Las medidas adoptada por la Comunidad de Madrid han sido extemporáneas, torpes y contraproducentes para un debate real sobre el modelo educativo. Pero no parece de recibo que los mismos que han destrozado con saña la enseñanza pública y los que han asistido a ello quejándose, en el mejor de los casos, de puertas adentro vengan a ahora decirnos que unos pocos granos de tierra componen el desierto. No sé qué réditos políticos podría sacar la derecha atacando la enseñanza pública, lo que sí sé es que lo único que propone la izquierda es que nada cambie para que todo siga lo mismo.


No es ciertamente fácil responder a las preguntas que se hace el autor del artículo sobre el prolongado silencio del profesorado. Algunas claves para ello las ha proporcionado en sus libros Mercedes Rosúa (El archipiélago Orwell y Las clientelas de la utopía). Poca gente hay, desde luego, interesada en conocer la idiosincrasia de esta profesión, y las presiones y chantajes (palabra muy empleada por Rosúa) a los que se ha visto sometida. Esta autora señala que no es hasta finales de los años noventa -recuerdo los ominosos silencios y el mirar para otro lado que conocí a partir del año 2000 en que empecé a trabajar en la pública- cuando comienzan a alzarse las primeras voces contra el desastre educativo promovido y administrado por el PSOE y sus sindicatos LOGSE (los que ahora se rasgan fariseicamente las vestiduras, como denuncia Díaz Zamora). Ambos partidos dominantes han usado demagógicamente la educación (aunque el pecado original es socialista), presentando al docente ante padres y alumnos como un "privilegiado" (a ver si ellos aprobarían unas oposiciones) que goza de muchas vacaciones (a ver si ellos aguantarían nuestros niveles de estrés y carga de trabajo burocrático y educativo, que se prolonga en casa), y que puede ser objeto de la justa indignación y desconfianza del pueblo víctima de la injusticia social de la que el profesor puede parecer sospechoso cómplice cuando pretende ejercer su autoridad (que ya no cuenta con el sustento del arrumbado respeto a su saber); y, por otro lado, apelando a nuestra vocación cuando se nos reclama sacrificios económicos y laborales, o, lo que es mucho peor, que nos hagamos cómplices de la manipulación ideológica que propugnan los comisarios político-pedagógicos que han pululado desde que metieron sus manos en la Enseñanza personajes como Maravall, Solana y Rubalcaba, destruyendo un sistema educativo que sin duda necesitaba reformas, pero no ser eliminado de un plumazo con maoísta alegría. Ahí están los resultados comparativos publicados en los últimos tiempos, y la constatación de que por primera vez en la historia de España hay una generación que cuenta con menos titulación que la precedente. O ahí están también los testimonios de gente tan poco sospechosa de derechismo como Muñoz Molina, quien ha criticado que el PSOE haya convertido a los centros públicos en centros de asistencia social, haciendo así el festín de la enseñanza concertada y privada, cuando hace 20 años los institutos prestigiosos eran los públicos. Pero cualquiera que alzara la voz en contra o no demostrara suficiente entusiasmo ante la Reforma y su espíritu, en ocasiones, sectario, podía pasar al limbo incómodo de los "reaccionarios", "tradicionales" o, directamente, "fachas", y / o ser objeto de represalias en forma de malos horarios, acoso psicológico excusado en el deber, llamadas a la Inspección, tutorías ad hoc, o mala prensa ante los alumnos, todo eso adobado, eso sí, de sonrisas progresistas.
Es cierto que el miedo a señalar al rey desnudo se va perdiendo, pero el mal es demasiado profundo y arraigado, y no se puede ser optimista al respecto. Sólo queda seguir resistiendo a las consignas, y continuar enseñando lo que se sabe lo mejor que se pueda. Afortunadamente, hay cierto número de centros que son islas a este respecto, donde sí es posible, a pesar de las inevitables dificultades, obtener cierta satisfacción personal del propio trabajo.

Ilustración: Chumy Chúmez.