En mi última visita a Sevilla tenía mucho interés en llegarme a mi antigua Facultad y a las librerías circundantes. Encontré allí la misma oscuridad, y la misma sensación de abandono e incomodidad (que Manuel Sánchez Nogales atribuía a todo lo ruso) que me abofeteó cuando llegué allí en 1987 desde mi luminosa y encalada, por más que pequeña, facultad de Cádiz, donde, en aquella época, sólo se podía cursar el primer ciclo de la carrera de Filología Clásica. La magnífica portada de esta antigua Fábrica de Tabacos, me hizo recordar un ingenioso artículo de hace unos años de Antonio Burgos, en el que aludía a la desaparición del escudo del Estudio sevillano de San Fernando, y de sus acompañantes san Leandro y san Isidoro, y que figuraban aún en los títulos universitarios de mi época de estudiante hispalense, y su sustitución por la Fama trompetera que corona la susodicha portada. Eran, quizás, demasiados santos para los nuevos tiempos edulcolaicos -por cierto, que cada vez cuesta más encontrar el apelativo "edulcorante" en este tipo de productos, y sí el de "endulzante"; quizás por la creciente extrañeza del término griego; la cultura retrocede, y la barbarie avanza, aunque sea dulce-. Sea como fuere, estos signa temporum no me parecen baladíes, como síntoma de un mar de fondo más complejo, y que ha emergido en escándalos recientes como las normas -prontamente retiradas tras la polémica surgida-, propias de la psicopedabobería garantista de la ESO, de la copia en los exámenes.
Eran, sin duda, esos mismos corredores que recorrí hace más de 20 años, y que hacía tantos que no visitaba, menos animados imagino ahora, tras el traslado de la facultad de Derecho, que contaba con una populosa cafetería.
Me sentí muy decepcionado con las librerías de los contornos, que recordaba bien surtidas y provistas, donde compré diccionarios especializados, y hasta ediciones clásicas de Oxford, y que en esta ocasión me parecieron casi de saldo. (En una de esa librería tuve ocasión de presenciar cómo dos jóvenes estudiantes casi consecutivos eran incapaces de decirle al librero el título del libro de la carrera que estaban buscando ¡cuánto se ha minusvalorado la memoria, y el rigor bibliográfico!) Lo que sí seguía en su sitio era la magna fotocopistería de enfrente, cuyo negocio no parece haberse visto mermado. Cierto es que Sevilla no es una ciudad universitaria al estilo de Salamanca, donde el Estudio es omnipresente. En aquélla es muy evidente el peso de lo rural y lo señorial.
A lo que no he podido acostumbrarme es a esos tranvías y carriles bici que atraviesan esa arteria sevillana, frente al intenso tráfico rodado de esos años. El tiempo, pues, se desliza de otra manera, haciéndome ahora un corte de mangas más ecológico a mí, nostálgico impenitente de la nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario