MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

domingo, 30 de junio de 2019

EL VIOLÍN DE INGRES




Ceri Richards



Este fin de junio termina en un día nublado y frío, mala antesala para el verano. La intensidad de trabajo se fue desprogramando ella sola, hasta reducirse al hábito de estar alerta, y el cerrar los oídos a los cantos de sirena de la burocracia compulsiva: todos los años la cosa finaliza con la amable amenaza de que se profundizará en la "evaluación por competencias" el curso siguiente, un engendro que evalúa procedimientos (como "aprender a aprender") en vez de conocimientos, y que si se queda como único sistema evaluación será el desastre definitivo para la escuela pública. Ha habido algunos encuentros con amigos y despedidas a las que se asiste con tristeza, y el aturdimiento de no sentirse más concernido, así como cuando ves correr una cucaracha en la cocina de un amigo, y no haces nada.

Reinaldo Arenas hablaba en su autobiografía de los poetas de Miami como un estrecho círculo local que se indignaba si no asistía a sus tertulias de mesa camilla, y que eran objeto del desprecio de escritores también exiliados de muchísimo más valor como Lydia Cabrera, que los llamaba "poetiesas". Este marco intelectual de casino decimonónico al estilo de La Regenta se da mucho en ciudades pequeñas, donde se jactan de tener a "su" pintor, a su poeta, a su artista. Incluso se riza el rizo de este adocenamiento si alguno de estos artistas, como el conocido pintor Ingres, desarrolla alguna segunda actividad artística, y se ve doblemente reconocido en su círculo a pesar de su carácter meramente amateur.

¿Qué traerás, verano? ¿me darás alguna tregua en mi angustia?, ¿relajarás ficticiamente mi percepción de la cotidianidad para lanzarme de nuevo en septiembre a una vorágine de actividad de olvido inmisericorde? Lapso iluso entre ciclo de repeticiones que no tienen más valor que el sobrevivirse a sí mismas.


domingo, 23 de junio de 2019

"ANTES QUE ANOCHEZCA" DE REINALDO ARENAS




José Santos Mingot


Descubrí la figura de Reinaldo Arenas a través de la película "Antes que anochezca", homónima de su autobiografía, finalizada poco antes de su muerte en 01990. La obra escrita comienza con una introducción llamada "El fin" y fechada en agosto de 01990, 4 meses antes de su muerte, y en ella Arenas habla de su experiencia como enfermo terminal de SIDA, desde que se le diagnosticó en 01987, y su deseo desesperado, expresado ante el retrato de Virgilio Piñera, otro escritor homosexual represaliado por el régimen castrista, de terminar la redacción de su obra.

En un lenguaje crudo a la par que poético, veteado de ternura, acidez y humor, el escritor narra su pobre infancia como guajiro, y el despertar temprano a una sexualidad desaforada, contagiada por una naturaleza exuberante.

Siendo sólo un adolescente, intenta hacerse guerrillero contra Batista, y vive con exaltación esos primeros momentos de la Revolución Cubana, como otros tantos, al tiempo que traba sus primeras relaciones en el mundo literario isleño, entre las que destaca a Virgilio Piñera y a José Lezama Lima, escritores homosexuales como él, quienes actuaron como sus padrinos literarios en sus inicios.

Una promiscua vida homosexual, cuya exaltación nostálgica ocupa parte de la obra, le sirve de acicate creativo, mientras, empero, el régimen, fuertemente homofóbico, estrecha el cerco sobre "antisociales" como él.

Esa intensa actividad homoerótica que se desarrolla, según él, en la isla a finales de los años 50, como desafío al régimen, se ve duramente reprimida posteriormente, y Arenas señala el encarcelamiento y la denuncia y autoinculpación de Heberto Padilla en 01971 como una paralela condena al ostracismo de los escritores opuestos a la dictadura castrista, a quienes la sexualidad homosexual suponía un delito añadido.

Prohibido de publicar en su país, y sin trabajo por su condición sexual -al artista parametrado como homosexual sólo le quedaba la salida de los trabajos forzados-, Arenas sobrevive como puede, viendo que parte de sus antiguos amigos se han convertido en confidentes de la policía, y ocultando sus manuscritos, que perdió en varias ocasiones y se vio obligado a rehacer, de los registros periódicos de la policía, aunque a través de ciertos amigos consigue hacer llegar algunos al extranjero donde sí se ven publicados, por más que él nunca tuviera acceso a un ejemplar.

Tal cosa provoca el furor del castrismo, que lo persigue, hasta detenerlo, en una huida por la isla que Arenas describe con tintes alucinantes, y da con sus huesos en la cárcel durante unos años, lugar que describe con los más tétricos tintes.

De vuelta en la calle, enfermo y sin sus manuscritos, Arenas se obsesiona con la idea de salir de la "ex paradisíaca isla antillana convertida en campo de concentración flotante" como escribía Juan Goytisolo en "Señas de identidad". Aprovechando los sucesos de la embajada de Perú -donde llegaron a refugiarse 10.800 personas-, consigue salir hacia Miami tras la apertura del puerto del Mariel en 01980, falsificando su apellido.

Ya en los EE.UU. vive con cierta angustia su condición de exiliado, que le lleva, según afirma, a intentar olvidarse de sí mismo; allí se encontrará, por un lado, con los que llama "comunistas de lujo", e "izquierda festiva y fascista", que encarna en figuras que llamará "testaferros de Castro" como García-Márquez, Juan Bosch, Julio Cortázar -aunque en otro parte de su libro recuerda que éste defendió a Lezama Lima de la condena que hizo el régimen de su novela Paradiso-, y Eduardo Galeano -la defensa de esta dictadura homofóbica era propia de gran parte de la izquierda anterior a la caída del muro de Berlín, la que ahora se envuelve en la bandera arcoiris para sobrevivir en nuestro paraíso socialdemócrata-; y, por otro lado, se encuentra con el mundo del exilio en Miami, que lo decepcionará profundamente por su mediocridad, su mercantilismo, y su desinterés por otros grandes escritores exiliados que languidecían allí como Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz y Carlos Montenegro.

Asqueado de tal ambiente y de sus pueblerinos círculos literarios, Arenas se traslada a Nueva York, donde reescribe sus obras perdidas, y produce otras nuevas, siempre por la obsesión del tiempo menguante tras conocer su enfermedad irreversible. Nunca acabó de adaptarse a la vida en los EE.UU:

Mi nuevo mundo no estaba dominado por el poder político, pero sí por ese otro poder también siniestro: el poder del dinero. Después de vivir en este país por algunos años he comprendido que es un país sin alma porque todo está condicionado al dinero. (op.cit., p. 332).

Reinaldo Arenas, antes de quitarse la vida, dejó una carta en la que justificaba su decisión ante el estado de postración en lo que lo había dejado su enfermedad en su fase final, y que es reproducida como apéndice de la edición de Tusquets.




domingo, 16 de junio de 2019

VIDA SOCIAL




David Steward



He vivido estas últimas semanas varias celebraciones y encuentros: el cumpleaños de un amigo y compañero, una cena con amantes de la cocina casera, una comida con mis estudiantes pasando el Rubicón de la Selectividad, una comida con compañeros de trabajo, etc. La publicación de mi libro de relatos, "El enfermo imaginable" me ha hecho estrechar lazos con antiguos y nuevos amigos, lo que me ha llevado, por otra parte, a recuperar costumbres como la de ir en grupo al cine, y comentar luego la película y lo que se tercie vaso en mano.

Estos eventos que uno agradece tanto, suelen ir acompañados, sobre todo si se suceden seguidos, de cierto dolor de cabeza por la mañana. La vida social intensa está bien, si a uno le gusta reír y sentirse acompañado de amigos. Luego el verano se hace largo en su morosidad contemplativa, pues hay cierta energía oscura que hace que la gente, como las galaxias, se aleje más entre sí en el estío.

No obstante, cierta tristeza se agarra a veces al borde de la túnica festiva, y hace volver la vista a lo absurdo, que más que en la vida en sí como decía Albert Camus, me parece residir en la repetición de gestos, cuya recurrencia acelera esta percepción.

Thomas Mann hablaba de la vida como enfermedad, como purulencia desordenada y caótica de lo orgánico, que puede devenir trágica cuando surge la conciencia -inútil- de sí. Nos cabe quizás hacer frente a la desesperanza, aceptarla o sublimarla, pero sin dejarnos engañar por la idea de que el placer, convertido en rutina, la ahogue, pues está en la sustancia de nuestra existencia, y siempre lo sobrenada.

domingo, 9 de junio de 2019

HORACIO QUIROGA, "CUENTOS DE LA SELVA"




Jiri Dokoupil




Horacio Quiroga es uno de mis escritores favoritos. Me he encontrado con sus obras en varias etapas de mi vida, y siempre me ha dejado una honda impresión. El último libro que leí fue sus "Cuentos de la selva", escrito para niños, aunque en ellos aflora la grandiosa zooépica que he encontrado en otros relatos suyos. En este volumen se dan batallas desaforadas como la de los yacarés (caimanes) contra un buque de guerra, y la de las rayas contra los tigres que intentan rematar a su amigo humano. Aquí los animales entran en diálogo y simbiosis con el hombre, con el que intentan convivir, e incluso aliarse contra un enemigo común que en varios cuentos resulta ser el tigre. 

En otras partes he leído otros cuentos de animales donde los zooagonistas quedan asimilados plenamente a héroes épicos como en el magnífico "Anaconda", en la que se dan incluso catálogos de serpientes con sus epítetos como los propios de guerreros en la Ilíada homérica, aliadas ante un nuevo enemigo, el Hombre, y prestas a duelos singulares.

Esta dignificación mítica del animal de la selva contrasta con el afán de vida civilizada de otros como el perro. Recuerdo así con cariño la historia de unos perros que intentan avisar en vano a su amo de la presencia de la muerte, para acabar, como temían, como chuchos de indios, pulgosos y famélicos.

La selva, ese mundo natural, promesa de dicha pero también de peligros, ayudó en periodos pasajeros de su vida a sobrellevar el horror de lo cotidiano social que asaltó con demasiada frecuencia a Quiroga, y que trasluce, por ejemplo, en alguno de los sombríos relatos de "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte"

domingo, 2 de junio de 2019

REVOLUCIONARIOS




August Sander, "Intelectuales proletarios", ca. 01925



Comencé a leer "Los demonios" (Les possédés, en la traducción francesa que leo) de Dostoievsky para encontrar ahí claves del tumultuoso Moravagine de Blaise Cendrars, cuyo protagonista homónimo, asesino psicopático, acompañado de un médico del sanatorio mental del que huyó, recaba en Rusia en 01904, donde se adhiere con pasión al movimiento revolucionario, y a sus prácticas terroristas, llevándolas a un delirio de destrucción total. Precisamente, en un pasaje de la obra los neorevolucionarios se oponen a la "secta mística" de los "nihilistas de 1880" casi coetánea a aquella objeto  de la obra de Dostoievsky:

"Nosotros éramos hombres de acción, técnicos, especialistas, los pioneros de una generación moderna dedicada a la muerte, los anunciadores de la revolución mundial, los precursores de la destrucción universal, unos realistas, realistas. Y la realidad no existe. ¿Qué? ¿Destruir para reconstruir o destruir para destruir? Ni lo uno ni lo otro. ¿Ángeles o demonios? No, permítanme reír: autómatas, simplemente. Actuábamos como una máquina gira en el vacío, hasta el agotamiento, inútilmente, inútilmente, como la vida, como la muerte, como se sueña. No teníamos siquiera el regusto de la desdicha" (la traducción es mía).

Ciertamente, este impulso de aniquilación multitudinaria, no ajena a reminiscencias futuristas, en la evocación dinámica de los objetivos de destrucción (trenes, fábricas, ciudades, armadas, etc.) choca con el proceder sibilino de personajes como Piotr Stepánovich, conspirador revolucionario, que, al final de la primera parte de la obra de Dostoievsky quiere apelar al recurso de sicarios, y al compromiso de sangre de pequeñas secciones de mediocres seguidores.

En nuestros días, seguimos sufriendo la acción de los ilusorios revolucionarios de la igualdad, frente a los siempre por llegar de la libertad. Aquéllos van cambiando su discurso, pasando de reivindicar los derechos de una clase obrera ya diluida por completo en la moderna sociedad de consumo a la de "colectivos" victimizados, de cuyos derechos pretenden hacerse valedores por simple ambición de poder en el contexto de las partidocracias que se lo ofrecen a cambio del acatamiento al establecimiento oligárquico económico-político.