"Cuando el cine no es documento, es sueño. Por eso Tarkovsky es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito de todos los medios [...]", decía Ingmar Bergman en La linterna mágica (cit. por Antonio Mengs, Stalker, de Andrei Tarkovski.) Esas visiones de Tarkovski se traducen, necesariamente, en un tiempo -que intenta esculpir, como dirá él mismo-, y en un espacio que se convierte en metáfora de la inquietud. Todo esto se manifiesta claramente en sus películas Solaris y Stalker, donde la ciencia-ficción es un mero marco de referencia que el director soviético intenta reducir a su mínima expresión. Así, el océano pensante del planeta Solaris y la mutante Zona con su Cuarto de los deseos no son tanto lugares fantásticos como evocaciones simbólicas de dimensiones suprasensibles que enmarcan difusamente la existencia fenomenológica, y en las que el hombre que intenta trascender las meras apariencias ubica el corazón del Misterio que lo rodea. Ahora bien, hay una clara -y genial- diferencia entre los espacios fílmicos de ambas películas. El océano de Solaris parece el feliz trasunto de un entorno edénico que el protagonista del film debe reconstruir. Éste, un científico encallecido y escéptico, al llegar a la desolada estación espacial se encuentra con la "replicante" de su esposa muerta que el océano ha creado. Esta experiencia le lleva, al hilo de la música de Bach entreverada de electrónica, a redescubrir un mundo de sentimientos relegados que le conducen a su infancia y al reencuentro en el recuerdo con un padre de quien vivió un progresivo alejamiento. La desaparición de la "replicante", símbolo de la fugacidad de Eros, lleva al protagonista, en su partida de la estación espacial, a desear "nuevos milagros", que el océano materializa en un islote al que llega y donde encuentra la antigua casa paterna. Las connotaciones religiosas no pueden ser más evidentes (hijo pródigo y padre-Dios), aunque mitigadas por necesidades obvias de autocensura. En cambio, el espacio mítico de Stalker es un territorio de dilucidación moral (el propio Cuarto de los deseos implica la necesidad de la elección y la instropección ética), donde los personajes deben enfrentarse al dilema de aceptar la existencia de ese "más allá" o de aferrarse a sus vidas pedestres. Los protagonistas -arquetípicos, llamados "el escritor" y "el científico"- se quedan, al final, a las puertas del Cuarto sin decidirse a entrar ante la desesperación de su guía en la Zona, el stalker, hombre sencillo y complejo a la vez, lleno de fe. Fe -y amor- se situarán, pues, en el centro de la creación artística de Tarkovski: "Estamos crucificados en un plano, pero el mundo tiene múltiples dimensiones. Somos conscientes de eso y nos atormenta nuestra incapacidad de conocer la verdad. ¡Pero no hay ninguna necesidad de conocerla! Amar es lo único necesario. Y creer. La fe es conocimiento con ayuda del amor" (cit. por Antonio Mengs, op. cit.)
ÚLTIMO DÍA EN SOLARIS
Dora el sol de la tarde las cúpulas espejeantes,
y me escamotea el amor el recuerdo de su mirada.
Entre reflejos y culpas recorro la nave en penumbra.
Lejos del cielo y la tierra espero nuevos milagros:
la redención de lo verde y azul, cenizas, palabras.
Vislumbro un islote que surge de este mar pensativo.
Cae la lluvia sobre los recuerdos, dentro de casa,
mientras rehago el sendero que me devuelve a mi padre.
EN POS DEL STALKER
Sigo al stalker por entre las luces distorsionadas
de este mundo mutante y acuoso que llaman la Zona.
A unos los hemos perdido tras un muro musgoso
que nos separó de improviso; otros desaparecieron
sin dejar siquiera el eco de su gemido.
Sólo quedo yo, y este guía algo simple
(sonríe ante puertas atroces, llora por desconocidos)
en busca del Cuarto que en medio –dicen- de tundras y ruinas
concede deseos a quienes la Zona permite acercarse.
Perdido, hecho sombra de lo que fueron mis ilusiones,
di el paso, ahora el solo camino me justifica,
puesto que ignoro qué balbuciré si llegamos al Cuarto:
No tuve siquiera el coraje de tener ambiciones,
ni la humildad con la que el perrito tirita de frío;
¡felicidad! ¿qué es? Valor y fe mejor me valdrían
contra el tedio desesperanzado del mundo de afuera.
Mi torpe Virgilio señala un recodo en el túnel astroso.
Debo estar preparado –me dice-, el final está cerca.
2 comentarios:
Me supera un poco este director, me cuesta mucho entrar en él, en su lenguaje, me exige mucho silencio y mucha dedicación, pausa. A ver si lo intento otra vez, me has animado a ello.
Hoy (día 23 de diciembre) me doy cuenta de este comentario tuyo, Aurora. Muchas gracias. Espero que no te defraude, es un mundo aparte, Tarkovsky.
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