MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

viernes, 22 de julio de 2011

DE BIBLIOTECAS Y MANUSCRITOS

Me han enviado desde el servicio de préstamo interbibliotecario de la biblioteca de la facultad una copia de un manuscrito procedente de la biblioteca de una institución extranjera en pdf, de una extraordinaria calidad, debo decir. Es la primera vez que me ocurre: hasta ahora, he consultados manuscritos en sus respectivas bibliotecas, o me han enviado, vía préstamo interbibliotecario, los engorrosos microfilms o fotocopias de azarosa calidad. Si no hubiera terminado de profesor -loca cabeza la mía-, me hubiera gustado ser bibliotecario. No concibo que pueda uno cansarse de frecuentar esos anaqueles y sus mudos inquilinos. He hecho labores de investigación en la Biblioteca Nacional, en su sala de Raros y Manuscritos (donde no se puede usar el bolígrafo), en la Hemeroteca Nacional, en las bibliotecas del Palacio Real, de la Real Academia de la Historia, y en la Biblioteca Pública de Marchena. La primera vez que estuve en la Biblioteca Nacional me sentí tan impresionado y tan absorbido por el ambiente, que no salía ni para comer (tenía 24 años). Recuerdo que un jardinero se desmayó en un jardincito interior, y a un tipo raro al que un bedel le mandaba que volviera a sentarse en su banca de lector como si fuera un niño (es una sala de acceso restringido, donde te entregan los libros que pides a través de un torno). No puedo olvidar de la biblioteca de Marchena los tomos de las Actas Municipales  y Notariales del s. XVI que consulté: esos volúmenes apergaminados de un papel que parece indestructible, y la tinta granate, ya algo desvaída pero aún brillante a pesar de los siglos, que me producía la extraña aprensión de que yo era quizás la primera persona que volvía esas hojas recias en centenares de años, y que, sin duda, iban a sobrevivirme con su escritura endiablada, y difícilmente legible... Me alivió en cierto modo, al traerme a la cotidianeidad, los problemas que tenía el bibliotecario con el ordenador en ese momento, pues le había entrado un virus que le había llenado la pantalla de florecitas...
Todas esas horas de tediosa consulta se ven recompensadas por los instantes de fulgurante lucidez en que descubres un dato desconocido, o una nueva fuente, o la confirmación de tus teorías (o aún más, si se ven refutadas); esos momentos de plenitud y satisfacción, sin duda egoístas, que explotan quedamente dentro de tí, y que te hacen mirar con una sonrisa de complicidad incomunicable a tu solitario vecino de mesa -cuando lo hay- sólo puede entenderlos, creo, quien los haya experimentado, y compensan por todos los sinsabores y desengaños previos y posteriores.

Imagen: Tiépolo.

4 comentarios:

Lisarda dijo...

Qué hermoso tiempo, como bien dices, el empleado en la pesca del descubrimiento.Y es verdad que se olvida el hambre.
Te cuento que, si bien comencé como docente, espero terminar de bibliotecario: quedar, como Quevedo, con pocos, pero doctos libros juntos...

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Es una muy noble aspiración la tuya, Ignacio. A mí también me gustaría terminar así.
Saludos.

Retablo de la Vida Antigua dijo...

La impresión que produce el contacto con libros y documentos antiguos difícilmente produce indiferencia en las personas cultivadas. El tiempo lo ennoblece todo. Un simple recibo se convierte en otra cosa con doscientos años encima.

Saludos.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Es muy cierto, amigo del Retablo, la impresión es, no sé si llamarlo bien así, veneración.
Saludos.